jose maria

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sábado, 14 de enero de 2012

ESCORBUTO CEREBRAL... Y CULTURAL?

 
Las noches de otoño tumbado en la cama de Julio, mi hijo, cuando tenía seis años, se tornaban mágicas…
“La historia del Rey Julito, noble señor de la Isla de los Mares verdes, espigado joven de cabellera rubia y profundos ojos azules. Su semblante preocupado mira hacia las montañas grises, metálicas, que se elevan sobre las nubes. Allí, Macumba, rey de los cocodrilos gigantes, tiene encadenado a Pegasito, hijo de Pegaso, el mejor y más leal amigo del Rey Julito. Y el muchacho, acarició las
 crines del caballo alado mientras se calzaba sus botas mágicas, rojas…”
-Papá, las botas del rey Julito son verdes…

Las botas del rey Julito eran verdes en el cuento creado en la mente de Julio, al recibir en el laboratorio de su imaginación el cuento creado por el narrador, su padre.
Crear es una experiencia comunicacional. Bruner lo analiza maravillosamente en dos joyitas de la literatura psicológica, pero le doy al lector solo un título: “Realidad Mental y Mundos Posibles: actos de la imaginación que dan sentido a la experiencia” (1998).  Como librito de cabecera es recomendable para un buen número de políticos que dicen gestionar las políticas culturales, muy especialmente las municipales, aunque también permite bucear en el maravilloso mundo reflexivo de la creatividad a quienes asesoran y a quienes asesoran a los asesores.
El acto creativo convertido en arte, en cualquiera de sus formas lo es cuando, el receptor está posibilitado a crear su propia experiencia narrativa, visual, musical, a activar la pulsión creativa, haciendo de la interacción un encuentro sorprendente, vivido por quien recibe la el contenido artístico.

El escorbuto desdentó a la tripulación de Cristóbal Colón. La piorrea producida por la falta de vitamina C durante la travesía quiso que, posiblemente, aquel famoso grito al vislumbrar la costa quedara desdibujado en un inquietante: ¡¡ tieaaaa a la vipptaaaaa!!!!
El escorbuto cerebral se me ocurre que pudiera ser o entenderse como la flacidez y desprendimiento de un buen puñado de neuronas de las áreas más nobles del cerebro, como consecuencia, quizás, de la falta de oxigenación emocional  y de una ausencia de visión holística de la cultura, como parte del todo.  Los pasillos sórdidos en los que se mueven algunos productos artísticos son aceptables en términos de mercado. Pero la ciudad es un espacio de convivencia que responde a unas necesidades e inquietudes colectivas. Es por eso que las políticas culturales deben ser reflejo del imaginario colectivo de una comunidad que cuenta con su forma de organizarse que se vinculan con sentimientos de identidad y de pertenencia.
Parece que la gestión cultural de la ciudad de Santander por parte de los responsables políticos municipales está autorreferenciada a la mirada en el ombligo de su micromundo. Jaulas de oro fundacionales en las que se invita a participar de un programita de actividades.
El arte público, a mi humilde entender, es una expresión poderosa de la representación colectiva sobre emociones compartidas en un contexto, la ciudad. Los espacios que nos conectan, en los que nos reconocemos y a través de los cuales descubrimos. El arte público es simbólico, metafórico, resignifica espacios, genera sorpresa, dudas, conversaciones que, vuelven a ser nuevas.  La mirada creativa sobre nuestro puerto, engalanando las grúas, dibujar hologramas en las noches de verano sobre la lámina de agua negra azabache de nuestra bahía, dar voz a la Grúa de Piedra sobre la historia del propio puerto, dar la vuelta iluminada a la cúpula del Planetarium, reencontrarnos con la Horadada o simbolizar el arte de la escritura vinculado al mar  en la isla de los Poetas. Arte público es, quizás, mirar con ojos creativos la isla de Mouro o redefinir desde la mitología costera, la presencia eterna del Puente del Diablo. Y también lo es, posiblemente, la expresión de la originalidad en espacios abiertos, el deseo de compartir, de hacer de todos una expresión de creatividad. El arte público debe ser inspiración del artista en el contexto, la mirada del creador sobre el espacio, sobre la propia ciudad, entendida como un conjunto de emociones y expectativas en liviana conexión de deseos y necesidades. El arte público está en la calle de todos, en las fachadas alegres que saludan la vitalidad de los interiores,  en el análisis de complementariedades o simetrías creativas en los espacios abiertos.

Un pequeño esfuerzo reflexivo le pediría a quienes toman las decisiones sobre políticas culturales.  Al productor de la obra no se le puede pedir nada, pues son los ojos del observador los que devuelven una respuesta emocional, cognitiva. Pero hay alguien que decide. Un editor, un galerista, un productor, un político. Decide sobre si establecer la interacción artista- receptor.

 Antes de plantar “adornitos ausentes de metáforas” por plazas y rotondas, salgan de la burbuja mágica de su fundación y dejen pasear sus mentes, seguro que exploratorias, por nuestra cultura soterrada, por el talento creador de nuestra historia como pueblo.
Es la mejor manera de no tener que tragar sapos de quienes no entendemos, por mucho esfuerzo vanguardista que queramos realizar.
En el caso de unos cartelucos clavados en una rotonda de la ciudad de Santander, es curioso que hayan pasado inadvertidos para una buena parte de los ciudadanos. Lo cual nos lleva a pensar que quizás la idea intelectual era… “el camuflaje”.

 Yo, como otras personas, no entiendo. Pero además de no entender, no tengo que ejecutar la orden de disolver el botellón, de imponer multas, de sentirme cuestionado y ninguneado en mi autoridad cuando hago mi trabajo. Cuatro palabras clavadas en una rotonda no son arte. Porque no tienen una interpretación creativa del observador. Los mensajes explícitos en las paredes, las denuncias, las opiniones, son lo que són: derecho a expresarse. Pero de ahí a vernos obligados a definirlo como arte, hay un largo trecho. Inviten a sus muchachos a hacer un esfuerzo al servicio de la sorpresa, de la duda, de la belleza, de la fantasía, compartida por todos. Es un buen antídoto contra el escorbuto cerebral… y cultural. Una pintada en una fachada puede tener muchas finalidades. Un lema, tiene una finalidad. La contradicción de este ayuntamiento resulta sonrojante para muchos. Se niega la existencia de problemas de convivencia ciudadana respecto al botellón. A su vez, se ordena disolver las aglomeraciones  para cumplir con la normativa municipal que prohíbe el consumo de alcohol en la vía pública. Se masifica el consumo de alcohol en la vía pública por parte de los establecimientos hosteleros a raíz de la aplicación de la Ley del Tabaco. Se limitan los espacios de ocio y tiempo libre de los jóvenes. Y como colofón, la concejalía de cultura en un alarde de “coherencia”, invita al botellón.
Ni bien ni mal. Simplemente ridículo.
Solo unas palabras desde mi mirada política. Hace cuatro meses pedimos al Pleno del Ayuntamiento que se creara una mesa de trabajo urgente para reflexionar sobre una realidad en Santander. El botellón. Mesa en la que participaran todos los agentes sociales implicados. Jóvenes, vecinos, hosteleros, políticos municipales, gobierno de Cantabria, Delegación del Gobierno… Ni caso.
Una vez más, el consenso del yo, yo y solo yo.
Los recuerdos son una parte elemental de la cultura de los pueblos, de las personas, porque nos permiten reescribir la vida.

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