jose maria

jose maria

sábado, 5 de agosto de 2017

A CONTRACORRIENTE

A contracorriente, así anda el adolescente, entre la arcilla que modela el bello jarrón de familia, y su angustia, vela a los cuatro vientos entre caída y la voz que le exige doblar la rodilla. A contracorriente escribe en servilletas de tela el poeta su último soneto robado al viento, entre cometas sin más hilo que el que la mano alcanza a despedir en el vuelo imaginario que siempre le lleva a sonreír.
A contracorriente sobrevive el corazón del continente negro, despiadados los zarpazos de la corriente que dice que existir si, solo un rato, para llenar de boato el firmamento de seda y estrellas de medio gas, representación del teatro que uniformes y baberos esperan a abrir el telón.
A contracorriente la justicia, saltando las presas repletas de presos, cascada de igualdad en el terror, avanza ciega sin saber que los anzuelos disfrazados de moscas y plumas, de banderas de la unión, buscan trabar su ventresca para devorar el perdón, ajeno a la reparación.
A contracorriente camina el amor cuando la surada de hastío golpea el rostro de luz, horizontes que suben y bajan, que se dibujan a mano, como la carta enviada por el señor del segundo, cada mañana tocando el buzón, como si laberinto fuera por el que corren los sobres camino del manantial de los ojos recordados.
A contracorriente se mueve el valiente, con su promesa de amor, con su mirada al frente, con la pasión ensillada para cabalgar a espadazos de un talento manifiesto, que en búsqueda y captura le pone por susurrar la rebelión. A contracorriente el libro mantiene el papel, entre trenes, metros y playas, páginas que sonríen amables, amorosas y pacientes, para convencer al lector, de su hechura y elegancia, de su gracejo y sabor, solo por a libro oler.
A contracorriente desfilan en desorden militante, esos, los que marchan por desfiladeros de sueños, dejando que el río cante su paso para abrir más vientre. A contracorriente encuentro el estuario en la cima, la orilla en mar adentro, el relato entre la hierba, la paz riendo a la guerra, las lágrimas dulces en el abrazo, la guitarra travesera y la trompeta de cuerdas.
A contracorriente sacude la tormenta la mente, sin más cristal que el espejo que las gracias da a la lección que el pensamiento elabora, ajeno a los prejuicios, esos cauces de ríos secos, por donde nos dicen pasar, tal vez circular, sin ida ni vuelta, tan solo yendo y viniendo.
A contracorriente golpea el viento, a contracorriente el beso robado, a contracorriente la muerte se espera, si la vida no nos da dentera. Así los locos a contracorriente sacuden sus mantas al viento, cordura a contracorriente, la que mirando el ventanal del revés, muestra el último rayo, ese que se revela, para dar verde al semáforo, pasarse de acera, y reverdecer al otro lado.
JMFP

FRACASO

Fracaso... es la vida una teja, una campanada, tal vez el difuso horizonte de la mirada turbia que destila el ocaso, instante en el que una voz tibia, como el tacto de medusa, me dice que soy un fracaso.
Lidio con el destino monocorde, con la canción del olvido, libre siento mi alma, bondades en mi mirada. Doy la vida entre botijos, geranios y abrazos cortos, esos que quieren unir el pensamiento abierto, sin necesidad de urdir malicias a sotavento. Y la voz del mundo canta, sin perdón, sin compasión, eres un fracaso.
Fracaso es porvenir que a la espera de las cenizas de un alma por destruir en la estación de entre vías vigila el deseo de ser un éxito de salón, el de los tahúres que indican que debe fracasar, para la mediocridad sembrar los campos ocres del oro. Fracaso que no hace ni caso al talento y a las cortinas del viento de geniales bocanadas de besos que arte son.
Fracaso es el Goguen, el loco pelirrojo, fracaso es el negro muerto que grita por la igualdad. Fracaso es el vivir sin la conciencia del morir.
Fracaso es no tocar el beso, como proa del pensamiento. Fracaso es un buen vivir, entre las sombras de luz, esas que alfombra de amor son, esas que no desesperan, el fracaso es un sorbo del frasco del más delicioso elixir, el de triunfo inmediato, el del relato entre los cascos del viejo caballo alado.
Y no hay desesperación porque el fracaso es un trago en el frasco de cristal de ese murano mundano, que al reír muestra sus dientes como colmillos al sol.
Fracaso es no morir de pie, fracaso es plegar la rodilla, es rogar el perdón de quien se ha comido el corazón.
Fracaso es no alcanzar la talla para cortar la cabeza del absurdo trotamundos que canta sus míseras verdades, esas que quieren convencer que nuestra vida es mentira.
Fracaso solo es, si acaso, morir en tierra de nadie, sin poder mirar a los ojos a quien decirle “Te amo”. Morir vacío de encuentros, de cuentos, de fantasías. Sonreír en el suspiro que más allá de la muerte, una huella en el pergamino, un garabato en el espejo, un adiós que no es fracaso, burlándose de la pedrada que quiere escribir el gañán sobre el fracaso del mundo que a los hombres y mujeres ni les viene ni les va.
JMFP
ILUSTRACIÓN: PAUL X.JHONSON

FLORES NEGRAS

No está de luto el jardín, no es el reflejo de la noche, dos flores negras miran de reojo al jazmín, flores de azabache en abril. Flores negras incomprendidas, vestimenta de campanillas y azabache, altivas, largas y elegantes en su porte. Flores negras, subterránea existencia, ciegas bajo tierra, prisioneras de un asfalto que pisa la bota de hierro, como células de oscuro devenir que transitan por debajo de la piel de ese planeta que negro horizonte le pinta la mano traidora. Flores negras, rescatadoras de los colores que se apagan entre la humareda de necios, entre zarpazos al azul del cielo que en el mar refleja su verde esmeralda fallido. Flores negras, ojos mutilados de niñas de morena piel, flores negras, amantes proscritos que entre sombras rompen los muros de castillos que castigan el amor. Flores negras, reos de la injusticia, entre rejas siguen regando de esperanza los esquejes del pensamiento. Flores negras, las que guardan la cultura en los calcetines, mientras pasan por los arcos de aeropuertos que anulan el más mínimo pensamiento. Flores negras, guerrilleras de un mañana que no espera más que ayer, mirando en el ojal de la solapa cómo el viento se llevó el clavel de la decencia.
Flores negras, entre Siria y Líbano brotan por miles, dejando en los caminos de los jardines de Versalles los pétalos de la vergüenza. Flores negras, desérticas, amazónicas y polares. Africanas, indias, y latinoamericanas. Sangran sus raíces derramando la savia negra, tinta mágica que reescribe la historia con el derecho a soñar, con las alas negras abiertas en un vuelo de libertad.
Flores negras, las que crecen en las macetas de la escuela del maestro que no enseña, que aprende, de las miradas negras de sus alumnos salientes, en su inocencia de luz, que despliega del negro el color. Flores negras cultivan el ser, por mucho que no le dejen estar. Bella la flor negra en su pelo, inspiración de un corazón que, si dicen negro, lo será siempre de amor.
JMFP

¡CUENTISTA!

Cuentista, ¡Eres un cuentista!, le dice la madre al niño, entre el dolor de cabeza y la cagalera, al borde del examen con la proclama de vago. Cuentista es el quejica, mal asunto para el mortal que se pasa la vida en la queja sin respuesta que acomode la agresión con la teja del edificio de valores que tapa el decir qué mal. Cuentista, trovador de verdades que escondes entre dibujos de colores, eso que parecen mentiras, cuando no rosario de fantasías. Es el cuentista el empeño de hacer creer al otro que lo que dice es oro, no del que cago el moro. Es cuentista trapecista de patrañas, pero tan cierto es esto como que la tela de araña de verdades e indicaciones, llenan el pecho de galones que arrecian en las hordas de valores.
Cuentista, violinista de un concierto de desafinadas trompetas, esas que los muros de Jericó, cuenta el clero que derribaron. Pero el cuento es interés, moraleja a los cuatro vientos, la metáfora del mundo que se pasma de lo cierto. Es cuentista ser de no mucha valentía, quizás porque la verdad contada ha sonado a carcajada en el juez que es arte y parte, y que decide que es cuento, cuando la vida es cuento que se lo lleva el viento, salvo que la historia cuaje entre guardas y portadas. Porque el cuento es también hilo que suelta la mano que de verdades se llena. Y que a golpe de cruces, de espada o de votos robados por el discurso del hambre, son cuentos que al fin y al cabo, convertimos en artículos inamovibles del ser.
Cuentos de baratijas contaron los españoles a los indios americanos, para después con su cuento, desguazar el continente de los que para ellos eran simples liliputienses.
El cuentista dejo sembrado el rol de quienes son malos. Y a la conveniencia del todo, la parte han etiquetado. Padrastro y madrastra dicen los cuentos que de fiar no son, y que si muestran amor, es síntoma de traición que con el tiempo se expresará. Así, entre cuentos, Alicia, Cenicienta y Blanca Nieves, huyen buscando acomodó en otro lugar que la voz de quien sigue el diapasón de lo que infeliz es ser, con el atracón de perdices que sin ton ni son describen los tan iluminados autores.
Cuentista, creador de parches en los agujeros del miedo, farero de barcos cargados de historias que en los puertos se acaban pudriendo.
Es el cuentista vasallo y señor de su paupérrima realidad, esa en la que todo es verdad salvo su alma escondida en el lucero del alba, ese guiño que le dice, sigue el cuento y no te pares, que tejer la realidad es conversar desde el alma.
Y el cuentista sigue cantando que el amor es arco iris, que sus saltos son encuentros de cafetines y calas. Y por mucho que le llamen cuentista, el sigue siendo el artista que ilumina la sonrisa por un instante sagrada, fuera del circo de vida que ni sol, ni tres pistas tiene.
JMFP

EL BURRUCO... LE DICEN

Entre la calle del Viento y la esquina con la del Saco, sigue plantada la verja del número sesenta y nueve, la casa del burruco, como exclama el letrero que todavía limpia entre legañas, Manolín el raqueruco.
Es el burruco hombre de buenas maneras, conocido en la red de calles, por ser hijo del maestro, nieto del maestro, bisnieto del maestro, cuando la lonja era también la escueluca de los chavalucos, que descalzos volaban como merlines al borde del espigón.
El burruco no es maestro, pasa el día entre paseos, de arriba abajo las cuestas pindias, con su cuaderno y su lápiz en la oreja que le queda, pues la otra se la arranco el anzuelo, al tirar a los bonitos en una mañana de julio, sirviendo, eso sí de buen cebo para el más hermoso ejemplar.
El burruco es conocido de todos y amigo de nadie, ni mal encarado ni amable, lleva a gala el respeto, entre tasca y montañesa, pero eso sí, siempre espera en la sobremesa a los infantes vecinos, a los que ayuda en sus tareas, por mente privilegiada que da igual sea el álgebra, que las ciencias o las artes.
Nada quiere el burruco, mientras recorre los diques, la ciudad que se hunde el puerto, entre amarres y viejas grúas. Nada pide, silencio regala, ese que a la ciudad la falta entre tanto opinar y cambiar el rumbo de la canción que sobre los tejados resuena.
El burruco pasa el tiempo sentado en el noray del adiós, ese que despide y saluda al bien amado crucero, el que recuerda el burruco cuando venía de Cuba, entre especias y bellas damas a las que la boina saluda para después asaltarlas en el baile del día del mar.
El burruco es elegante sin necesidad de que el sastre pase por el 69. Ropa de padres a hijos, plancha y mano certera en el aseo diario.
Biblioteca que nadie conoce la que en el salón de la casa esconde los diez libros más raros que nadie pueda contar. El burruco lee y relee, y de memoria escribe nuevos libros entre luces que del puerto no se acuerdan cuando iluminan el alma de ese hombre sin edad.
Dibuja paisajes con tres lápices que mantiene siempre en el bolsillo del alma. El naranja, el azul y el verde, para después como fotos adornar los corazones de a quienes las estampa regala.
Es de ideas fijas, poco discutidor. Escucha entre col y col y a veces apunta de espaldas al sol, parrafadas que al vuelo recoge para escribir de la vida, esa que tiene las alas de hadas y el cuerpo de barro seco.
Es el 69, escuela provisional, verja siempre abierta al mundo, que solo se cierra de golpe en la nariz de las hienas, esas que vestidas de dandi de reojo miran y conspiran.
El burruco protege el relato de lo que dicen que son los vecinos, hombres, mujeres y niños que del mar nacieron en orden. El que marca la pleamar para obedecer a la luna en cada parto sin par.
La lluvia y el viento sur espabilan el trasiego de fantasías y sueños, de realidades contadas, de muchas incluso vividas. El burruco pasea su saludo, en espera de una bocina. La que le devuelva su sueño de amor que siempre será.
El burruco no desfallece, mantiene la mirada firme, vislumbrando la humareda del siguiente barco dibujado en el horizonte. Será carguero o mercante, qué más da. Ya llegará.
El burruco murió en el Carmen, ese 16 de julio que siempre fue su pasión, aunque nunca supo por qué. Cuando los vecinos entraron a la casa del finado, antes de echar a volar sus cenizas al nordeste, la exclamación se hizo viento que recorrió la ciudad.
Cuadros y dibujos de luz, libros a medio escribir, otros cerrados solo para imprimir. Lecciones de vida y sol, de mareas y tormentas recorrían los pasillos de la vieja mansión de quien fue, duque del acantilado. Y en la pared del salón, el testamento ensartado por la daga que nunca uso, salvo para pelar manzanas. La fortuna del burruco, más grande que la del vecino de la calle del martillo, quedaba en manos del barrio, para respirar libertad, con la lección aprendida de quien no se pueden fiar.
Y al sepelio acudieron todos, pasado, presente y futuro, bajo la mirada azabache de quien antes no pudo llegar. Pero el burruco por burro, o por enamorado, mezcladas las cenizas en olas, de la arena hizo escultura y de la escultura el alma, que volvió para a su amada besar, y en el remanso de paz quedaron, entre mareas y orilla.
JMFP

LA MALA...

La Mala la llamaban entre dientes, sin saber qué la diosa no miraba la torre de marfil que toca el cielo con sus manos eternas y severas pinceladas de geranios entre balcones de vida. Mala porque altiva mira a los que dicen ser buenos, porque no da limosna a los que mendigan la dignidad. Mala porque los corazones no son lisonjas que decora en su collage, ese de vida y trozos de la más bella creatividad, la que de nada. Parece surgir para coser una primavera de abril.
Mala la dicen porque no perdona ni pide perdón, sin saber el mundanal susurro que la mala no ha hecho daño sin una buena razón. La de guardar sus principios, salvaguardar su lealtad al designio de su más alta pasión. Mala le dicen a la suerte, cuando el tonto de capirote, esperando parecer listo, invoca tan dulce presencia para cagar los pañales de su mente infantiloide. Mala cosecha, quizás porqués tiempo de cambiar la cebada por trigo, mala baba, la que el domingo de ramos, cualquier domingo del año, a trabajar llama el jefe, cuando la toalla colgaba suplicando un hueco en la playa.
Malas artes esas que dicen tener y usar los que entre sombras hacen trampas a la vida que a su vez se entrampa en historias de dormir para no dormir. Artes no hay malas, salvo que rujan cansadas de tanta belleza y rutina que ya no encienden la chispa de la mirada candente que se apaga cómo el cirio, con el soplido del sacristán que las puertas cierra al convento para que no entre la luz.
Mala porque no me hace caso, mala porque no mira al suelo, porque el orgullo es bandera y la palabra metralla contra la vil ignorancia travestida de intelecto. Mala vida le dicen al yonqui, al borracho y al tarado, mala vida que acuna sueños lejanos para volver a nacer en la orilla de un ancho río, que no se sabe si es mar.
Mala mar, escudriña el capitán, mirando sin contemplar, tan solo dejando que el viento haga de la mar la mala para hacer volar el barco, más allá de la odisea que el argonauta contó. Mala dicen la madrastra y el padrastro, seres de cuentos infames, etiquetados por la siniestra sombra del redactor. Mala la cara del mal encarado, la del que muriéndose esta sin saberlo pero eso sí, amarilleando los ojos, la piel se vuelve ceniza.
Mala muerte la de aquellos que enterrados a escondidas, no pudieron ser despedidos, como perros murieron entre pecados que contaron, se inventaron por ventura, para ser el escarnio de los próceres de bondad. Mala, suelta el pelo a carcajadas, en este domingo de urnas, de playa flaca y al perro todo son pulgas. El beso aplaca a la Mala, dibujando su sonrisa, esa que de mala es tan bella, que nunca se borra de golpe, salvo cuando un golpe de timón da.
JMFP

CARPETAS...

Es casi un espejismo el recuerdo de una careta, esa que entre dibujos y cromos era mi carpeta. Carpeta compañera de fatigas, esos trocitos de cartón azul, nobles en su porte, aceptando las gomas para cerrar los secretos.
Carpetas de ilusiones, carpetas que acumularon apuntes, que buscaron el orden en silencio, aceptando el desorden en sus tripas. Pero siempre fieles, tiradas en el suelo, en la yerba de primavera, en el saco o la mochila, la carpeta es equipaje que sentimos parte de vida andada y por andar.
Dibujos de la niñez, cartas de amor, apuntes irreverentes, todo engorda la panza de la más vieja carpeta. Carpetas como símbolos de un álbum que guardar, cromos sin sitio en el libro, ese de la vida por andar, recortables de trabajos inconclusos, la entrada del concierto en el que su pelo acaricie, los billetes de aquel tren que a otro mundo me llevo entre macuto y sacos, entre risas y fracasos.
Carpetas, fieles guardianes de trozos del ser, de que estáis hechas para no perecer jamás, apareciendo entre baúles, desvanes y viejos cuartos.
Indelebles al frío, el sudor de la mano que marca la huella del tiempo de quien tu dueño siente que es.
En alguna carpeta estará, dice la mente que busca lo que desea en el instante. Carpeta es saber que guardé. Es la conciencia del tiempo traducida en sentimientos que duermen en tus entrañas.
Cálida y digna carpeta, nunca te venció la lluvia, ni el desprecio de las cosas que ya no son de tocar, sino de mirar en pantallas que, al fundirse se despiden de todo lo que al guardar, abandono entre las nubes de una realidad virtual.
JMFP

BOCA SECA, BOCA HUMEDA

Bocas, tal vez buzón de correos que la brisa empuja, sobres y cartas desaliñadas, como flecos de un traje sin estrenar. Boca seca, boca húmeda, envidian la una a la otra, entre llantos y sonrisas, abre la boca seca de sol, de soledad, boca que pide pan, boca húmeda que pide la leche, sin más arrebato de vida, sin más amor que la necesidad del pecho.
Boca húmeda de bilis, boca sedienta de batallas, boca desierto de paz que al abrirse mueve las dunas de sueños. Boca húmeda de babas, las del niño, las del lascivo que babea entre las viejas bambalinas.
Boca seca es el verano, cuartea los labios, barandillas de ensoñaciones, boca seca que hace eco en la bóveda del paladar. Boca húmeda relame el beso, bebe los últimos sorbos de amor, a la espera del tren del tiempo, que solo para en la última y vieja estación.
Boca seca pide a gritos la esperanza de no morir abrasada por silencios que se pegan a los muros de lamentos, boca húmeda de voces, chasquidos de dedos escucha esa boca que la vida empapa de palabras, como torrente de algún relato que sin dueño busca espacio, lugar y dignidad.
Boca seca, apergamina la sonrisa que arcilla resquebrajarse parece, modelado del artista, desconocido maestro de un taller que en el olvido aparece como el de la sonrisa deseada. Boca húmeda, la de la paleta de colores, la del amor que busca el cauce de un río por descubrir.
Bocas, secas de insultos, de pedantes proposiciones, bocas que se buscan en idénticas proporciones, las de un beso, el último del desierto, el primero de la selva, ocultando los misterios que tras las bocas se esconden.
JMFP


ESPEJO

Es la tierra, planeta de cristal, frágil y azulado, espejo de la luna, maquillada de coqueta alcahueta de la noche. Espejos llegaron a las costas, vírgenes de polizones de barbas y piojos, violando el espejo del agua manantial de vida de América. Espejos a cambio de oro, espejo de codicia, sífilis del alma, gonorrea de verborrea palatina.
Espejo es la presencia que refleja mis estancias, las más íntimas, escondites de aventuras de una vida por leer. Espejo es el cerebro, entre neuronas que brillan y comentan divertidas que la realidad no es real.
Espejo es el mar donde sin mirarte te mira, para sacudir vestidos de largas colas de espuma.
Espejo es la ventana golpeada de lágrimas de cielo gris, lluvia sanadora que trasluce mi semblanza como sombra que sonríe.
Espejo es cada cuadro, cada relato ilustrado, cada gesto emocionado de mi encuentro con esa dama llamada vida.
Espejo es la valentía, el coraje y la justicia, la honesta idea de la muerte en el vivir. Espejo que se rompe con el miedo a nuestros ojos, como cuencas vacías de amor, desconocido fantasma que cristaliza en no mirar.
Espejo en la cantina, mirando a través del vaso la existencia del revés. En el horizonte amarillo, olas de dunas, espejismo que hace espejo al anhelo de llegar.
Espejo es el que el presente despliega, juego de espejos que ríen, lloran, saltan entre pasiones que se hablan, se redoblan, agarradas las imágenes entre espejos que atraviesa la Alicia que hay en el fondo del jardín. Y tras el espejo la encuentra, apoyada al viento, sin más espejo que la idea, la de ser y del sentir, ajena al mundo de espejos que sólo la quieren repetir.
JMFP

DESPERTAR

Despertarse del limbo de la infancia, entre rosales y manzanos, con el grijo del gallo atolondrado, recordando solo el deseo de saltar de la cama. Despertarse en un grito en la noche, al compás de los recuerdos informes, monigotes que a hurtadillas se convierten en pesadillas. Despertarse del insomnio, disonante la angustia del reloj de sobremesa, sin perdón atiza el fuego del tiempo de la noche. Querer dormir y no despertar, muros de sueños, celda que protege de la vida, vigilia que atormenta cuando el despertar es no tener que llevar a la cuchara del hijo que espera con su demacrada sonrisa.
Despertar con el sonido de un trueno, con el beso en la frente del padre, despertar y el dormido hacerse en la caricia. Despertar con la mirada al frente, a pesar de la cicatriz en la mente, la que cosió la costurera de la esquina de la calle libertad.
Despertar con el sonido de las botas que taconean el miedo, con el fogonazo del disparo y el estruendo del obús. Como despertador de rutina, el que ni falta hace para que la alerta se mantenga en el salto de la cama que solo es lecho de espera.
Despertar de la idiotez, de la desidia de la imagen en el espejo de la nada, no se ve otra cosa que la bella condición de no ser más de lo que tienen. Despertar los cimientos creativos de los hombres y mujeres a los que niegan el talento que se esconde entre las grietas de sus almas hormigonadas por banderas de injusticia.
Despertar los sentidos, al acariciar la brisa de los viejos y eternos molinos encalados, que sus aspas mueven como organillo de amor entre trazos de amarillos despertares. Despertar la esperanza es el anhelo del enano que toca las campanas de la torre del alma.
Despertar mirando al sur aunque la veleta marque el este, el imán de una presencia siempre indica el refugio donde volver a despertar entre los brazos del ser amado. Es el despertar del cuento, del poema, del renacer entre amapolas, respirando su narcótica presencia, haciendo del sueño realidad, en el más bello despertar.
JMFP

PATOCHADAS

Son los ojos vidriosos cómo cuencas de la vieja catedral los que miran severos al hada para decirle, deja de hacer patochadas. Y las alas se repliegan sin entender la expresión de quien inocente evita la siempre traicionera patada del que dice no ser culpable, pero siempre la puntera enfila al balón de su interés.
Patochada la que vemos entre televisores agónicos que nos muestran el resumen de lo que el mundo dice ser, en su cajita de antenas o de cables invisibles.
Patochada la vida de saludos y medianías, de sermones sin sabores, de salmones que no remontan aburridos de trampones, entre ríos que de bravos pasan a mansos cómo el coraje de los héroes de un instante.
Patochada es la mentira que sin sentido expira en los labios del miedoso, que quiere ser ante el otro sin ni siquiera saber quién es ese que entre banderas y brillo le dirige la canción de sus días y sus noches. Patochada la ciudad, siempre repleta de coches, que marchita las aceras, por las que ya los novios no pasean, los niños no tiran balones, los rincones no huelen a fogones.
Patochada es dar la mano flácida al que respetar se dice, sin más miras que el paso, y de paso, si puedo, te repaso. Patochada, como el andar del pato, que por tierra la vida arrastra, siendo flecha y rumbo en los cielos, como cometa infantil, ese que siembra inocencia, que siendo germen de inteligencia no necesita decir.
Patochadas que sumergidas en el lago del ensueño, son la risa del fondo, ese que alumbra el jardín de sombras y besos de amantes. Tropezones y sonrisas, de patosos y tochadas, esas cosas y maneras que siempre la abuela destila del fondo de la tetera. Sabiduría en salmuera, deja de hacer tochadas dice la eterna señora, cuando el nieto, el hijo o el padre, tontos parecen ponerse para hacer que del circo de la vida, las sonrisas se dibujen sin forzar.
Y la vieja que lo expresa, en su mirada profunda sonríe por las tochadas que siendo como la vida, sin intención se produce, como el teatro del viento, ese que nubes marea para que el guion se aprendan, en el diván de una rotonda, esa de la última esquina, en el salón de las velas.
Soy ese que entre cantares, saberes y menesteres, rocía el tiempo de patochadas para calmar ansiedades, con el sonido de la carcajada.
JMFP

CINCO MINUTOS MAS

Cinco minutos más, esos que a la vista del infante resultan una eternidad, siéndolo para la madre que se lo repite una vez más. Cinco minutos más para prolongar una risa, para evitar un saludo, para abortar un encuentro, atajo de la responsabilidad. Cinco minutos más, aguanta que ya llega la ayuda, solo son cinco minutos más, esos que cuando la vida parece huir del pecho, la voz cercana se agarra para escuchar la sirena, quizás de la salvación.
Cinco minutos más, prórroga de la prórroga, lo suficiente para explicar, para dar y tomar, como aliento y solución de lo que no puede esperar.
Cinco minutos más, los que la almohada le pide al joven que el despertador odia solo pensando en la jornada escolar. Cinco minutos más, una copa multiplica los minutos en horas muertas, refugiado en la soledad de la vieja barra del bar.
Cinco minutos más, en el abrazo consciente, en la mirada serena, el tiempo suficiente para grabar en la mente ese instante de paz.
Cinco minutos más, enlenteciendo el paso para evitar el llegar, cuando el amor acompaña al arcén de la estación. Y el tren que remolón, el último beso no niega, anuncia un nuevo retraso, cinco minutos más.
JMFP

ARGUMENTOS...

Argumentos, cortinajes que recogen el ser y el no estar, el estar sin ser, como torrente de lamentos que arrastran hojas de otoño por alcantarillas ocultas, eso que son verdades que al paso salen para dar vida a los bellos monigotes convertidos en siembra de falsos cimientos.
Argumenta el listo sobre el tonto, busca el tonto entre la enquina de su espejo, rostro de listo, la forma de torear la bestia que fermenta en ese mirar que argumenta con los pitones brillantes de sangre por venir.
Argumentos infantiles, los que como papel higiénico gasta el niño dejando la mierda adornando su culo, convencido de la bronca, pero que no falte defensa a su trompo que dice la madre es trompa.
Argumentos tan largos como ladrillos apilados al cielo, tantos como la muralla china ordenando la idiotez del que desmontar quiere la frase fresca, espontánea, sin más argumento que la bella mirada.
Argumentos bíblicos, científicos, tan racionales que encadenan filas de vidas convencidas de anatemas, teoremas y verdades, que hacen del mundo pantalla en la que todos argumentan.
Argumentar para no ser creído, tan solo ser aplaudido por las manos de tibia sangre que solo argumenta en el circo, payaso que entre gracia y gracia ya no argumenta su llanto.
Argumentos, lenguas en movimiento, molinillos de vago viento que los vocablos escupen como martillazos al alma que esquiva uno, dos golpes, para salvar el talento que en silencio se recrea en esa creatividad manifiesta, por cierto amordazada, porque prohibida tiene la manifestación expresada.
Argumentos son clarines, la voz cantarina y falsete en el teatro del mundo, donde cien mil argumentos se cosen para decir amor con un sólido significado. No es necesario, maestro, que me argumente el amar, que entre legajo y legado, costras de la existencia, semillero es el terreno donde la lluvia abona los nuevos significados. Esos que al mirar al sur, allá donde el viento me llama, acercarme sin argumento es tocar el cielo sin más.
JMFP

martes, 16 de agosto de 2016

LA PENÚLTIMA CENA...

Mansión de atardeceres, sombras que los árboles recogen cada mañana para dejar que el sol limpie las polvorientas estanterías repletas de libros a medio escribir. Páginas que esperan con temblorosa emoción el sonido de la puerta por abrir. Silencio de medio día, algarabía de la noche, esa que despierta a las doce, con el pasear de candelabros encendidos por ninfas apenas visibles entre cortinas de luz, luciérnagas disfrazadas de llamas que acomodan sus cuerpos en las velas inmaculadas.
Tintinear de copas, de cubertería de alpaca, aquella que quedo en la alacena después de vender la plata. Luna que asoma a la mesa de caoba, en la hora de la cena, saludos invisibles, puertas que las almas atraviesan con respeto, primero llaman, después pasan, mientras la cocina danza en manos de Vestigia, la eterna cocinera que los duendes pintan de gris sus iris tristes.
Doña Amelia, señora de las tierras que asoman por el ventanal al norte, preside la mesa con el repique del cuchillo en su copa de murano, la única que conserva, siempre sobre el lomo del piano. Su marido, consorte en ciernes, que murió hace cien años, defendiendo el honor de la familia en un duelo a pistolón, quedo muerto en el espigón, sin más dolor que tropezar como consecuencia del ron. Mal disparo el suyo que en la caída apunto a su barbilla saliente, saltándose todos los dientes antes de batir su mente. Sigue esnifando el rapé de su cajita de plata a la diestra de su esposa sin más efecto que el gesto, ese de alivio aparente luciendo su agujero en la boca.
La tía Prudencia, difuminada en la esquina, atenúa su sonrisa, recordando que en su histeria descubrió que el orgasmo era bálsamo de su síntoma, y que entre orgasmo y orgasmo, sucumbió en un latigazo de nadie sabe qué extraña presencia.
El agrio notario, siempre presente, el que firmó la sentencia de muerte de la fortuna pretérita, no ceja en sentarse a la mesa, ahora que no es cuerpo presente aunque la señora le observa indolente deseándole la vida para volver a acarrearle la muerte.
Los gemelos en la otra punta, con la nana Josefina, los tres risueños, pendientes de que empiece el pasa platos, a la espera del postre, aquel de nata y limón que sin hacer la digestión en un notable atracón, en el río dejo flotando sus sueños y algarabías, mientras la nana volaba por el bocal del olvido en la desesperada fortuna de morir en paz y amen.
Agotadora mansión cada noche de San Juan, la que en la casa celebra la pasión sin relato carnal. Y mientras la velada transcurre entre silencios y chanzas de fantasmales presencias, el rocío se cuela por la ventana abierta del más bello desván. Allí espera dormido el que habitante real esconde su espera y deseo, entre relato y relato. El joven de carne y hueso, el que allí se quedó, reconstruyendo la casa después del incendio fatal. Réplica de la primera, quizás más bella que la original, arquitecto de sueños, espera a su amada llegar
Solo al golpear la primavera los primeros aldabonazos al alma, el rocío se convierte en ella, desnuda sobre su cama. Allí, en el mar de sabanas, los besos tan reales son, que en el momento crucial, el de amantes sin fin, en el éxtasis de amor, la mansión su luz apaga, en un gemido de dos que uno son en un instante tan largo como la noche.
Y los espíritus por un momento se reencarnan y saludan, se despiden entre platos para regocijo de la cocina.
Y en la casa solo queda el sudor perlado y bello, ese que deja la marca, que no de sábana santa, sino del más bello relato ese que solo es de dos.
JMFP

lunes, 16 de mayo de 2016

TEN DAYS...Como la vida misma

Ten days, como si de una película se tratase, diez días, la vida en un puñado de horas, en un saco de minutos, en un cielo de segundos. En el primer día nací, en el aprendí a llorar como forma de elevar las plegarias de deseos, esos primitivos que indican la inconsciencia del estar. Caca, culo, pedo, abrir y cerrar la boca, no querer cerrar los ojos entre voces que gordo llaman al infante sin definir.
El segundo día, por la infancia me colé, entre silencios y gritos, entre manos que abrazan, mimos y lealtades.
El tercero fue certero en la mudez de una garganta que se hacía adolescente. Esa que cubre las calles de reflejos opalescentes. Dibujos, monigotes de reprimidas pasiones, capitán trueno de legados, defensor de causas pérdidas, amigo de san judas.
Cuarto es el día de encuentro con el espejo que mira la mirada que no mira, entre faenas de hacer como que el mundo es feliz, entre lluvias torrenciales de pensamientos ancestrales. Ser o no ser, aunque lo importante era estar para seguir en ese luchar contra fantasmas y voces que todo lo ordenaba en una canción militar.
Quinto, día de vinos y rosas, borracheras de amistades, conocimientos abruptos, esfuerzos y longanizas, destino marcado a fuego que el perro se come contento mientras Quijote se lanza a la panza del molino.
Sexto, el día de los adultos, que por experiencia no falte, entre tener y perder, preocupaciones mundanas, las propias y ajenas construyen, los muros de nuestras prisiones. En las celdas acomoda el pecho la boca del niño, la rutina del vivir como éxito cansino por el hecho de sobrevivir.
Séptimo, el día del que decidió descansar, puestas las fichas en juego, ya por los valles caminan las animas de los recuerdos. Nostalgias y melancolías de quienes no ven futuro, salvo en la estrella de oriente que miran en el cielo oscuro. Encuentra en amor de rondón, así, como de sopetón, respira y grita de júbilo, entre cortinas de sueños renovados entre mares de luminosa presencia.
Octavo el día que ya no es el del señor, ni el de los señores de pro. El silencio calma el ansia de recorrer los caminos para buscar la mirada. La conciencia de existencia que sigue afirmando presencia. La del blanco cabello que atina a presumir de legados, de mitos y canta cuentos.
Noveno, día de viejos retales, de paseos entre cipreses. Esos que esperan pacientes, porque susurran curiosos al pisar sobre las huellas.
Y así la vida se cansa de los diez días tan largos, como eternos predicamentos que hacen bueno el sarmiento. Sobre la tumba de piedra, duerme una rosa marchita, acomodada en la esquina de la lápida musgosa. Ten days, solo dice, nadie sabe qué significa. Tan solo el sol llora un rato al bostezar en el monte ocaso. Vida de días, horas, minutos, segundos, concentrada queda la historia del salta días de vida, ese que no cuenta historias, que las vive sin prisión.
JMFP

CAMPOS...¿DE MINAS?

Campos de minas, escondidas por doquier entre los caminos de la vida. Campos de minas, decisiones, esas que creemos las buenas, territorios seguros de banales codicias. Campos de minas, lucecitas que siguen los pasos de la apuesta felicidad, barreras invisibles a la dignidad.
Campos de minas, que fácil regar el prado de la existencia de minas de flores, esas que al pisarlas hacen estallar la carcajada, esas que se convierten en trampolines de abrazos.
Campos de minas, besos robados, regalados, ofrendas de costuras de eso que llaman amor, sábana invisible que en rincón se convierte, como secreta alacena de juegos y sueños. Campos de minas que no roben vidas, que hagan brotar esperanzas, como luciérnagas que dibujan la aurora boreal.
Campos de minas que solo las manos inocentes ponen, que indican donde están, para evitar las trampas de la vida en manos de la crueldad. Campos de minas, regadíos de sonrisas, invitan a buscar la siguiente para sobre ella saltar sin temor.
Campos de minas dibujados en el corazón, miradas limpias, sin trampa ni cartón. Pisa, no tengas miedo, porque son baldosas de delirio, muelles que a las estrellas llegan, pasiones que sin pisar no aparecen, mina, mundo de amor.
Desiertos de seria bonanza, de paz que es latido de odios, ausentes del regadío de las minas de la pasión. No pises sapos, no pises mierda, no pises la cabeza del otro convertido en contrario. No quieras ser el corsario del que te ofrece la saca, pisando charcos de sangre, de inocencia y de esperanza. Yo te pongo el campo de minas y tú solo busca y salta.
JMFP

UNA DECLARACIÓN DE AMOR...

Miraba hipnotizado la lámpara que de pronto disipó la oscuridad. Llamas que parecían salir de algún lugar mágico, dando luz a la sala principal. El Passer, madera, espejos y cuadros, recuerdos de hazañas ocultas. Y yo, convertido en policía justiciero, con mi traje cruzado, recién estrenado, de rayitas tan finas que en mi cuerpo repentinamente de hombre, ralo en la barba de un día, espigado como espigón al mar parecía al verme en la luna del fondo.
Olía a tabaco, Chanel y a vida subterránea. Rostros esquivos, transparentes, oscuros bajo el ala de los sombreros como viejos paraguas a medida de sus respectivos aguaceros. Esos que la vida regala en vidas rotas, cosidas con puntos gruesos para hacer de la banda la familia.
La pistola me molestaba en su funda, entre la ingle y la cadera, disimulada penosamente por el corte de mi americana. Y ni intención tuve jamás de sacar aquel juguete de tiros largos, aunque conocía bien los aires hampones y los susurros y toses disimuladas.
Un niño cruzó el pasillo corriendo, saludándome por mi nombre. Y don Antonio Benedecci, me dijo que me sentará con él. Le acompañaba su hija Antonella, sonriente, vivaracha, de anchos y esbeltos hombros, mordiéndose el labio inferior con su bella dentadura de cristal. Sus manos como pinceles, sus pechos insinuado en el vestido negro, su cuello de cisne negro, me hicieron beber el whisky antes de saludar.
Decomisando alcohol me pasaba los días, las noches y en los quehaceres, soñaba con Antonella cada amanecer rosáceo.
Valiente policía estoy hecho, me decía cada mañana, solo deseando tocar el cabello de aquella joven que desde niña jugaba entre calles y plazoletas, compartiendo pelota, goma y comba siempre sonriente al mirarme.
Fue al posar mi trasero en la silla de vieja madera, cuando no sé cuántas estrellas conté. El puñetazo del viejo ni si quiera lo vi salir, sintiendo la nariz quebrar el tabique ya prominente de por sí.
Don Antonio, bello viejo, de pelo cano, nariz de águila y manos de hierro, me extendió educado su pañuelo grabado con sus iniciales.
Por orgullo y por pudor, me recompuse con rapidez, con un dolor de picota que hasta el cerebro embota.
Y sin mediar palabra, de no sé dónde sacó el más grande pistolón que jamás había visto. No sé si tenía un cañón, dos o veintidós. Pero ahí tenia mirando aquellos dos agujeros, como prismáticos negros que amenazaban mi frente goteando puntitos de cristal, sudor más elemental.
Y así habló Don Antonio, sin dejar de apuntar mi cabeza, aunque su voz era tan suave como la de mi padre al morir.
Mira hijo, hasta los cojones me tienes. Prefiero pensar que eres hombre a no un afeminado disfrazado. Aquí tengo a mi hija soñando cada día en tus abrazos. Te ama desde que es cría y parece que tú eres tonto o lerdo o las dos cosas. Así que aquí se acaba la desdicha por activa o por pasiva.
Tienes diez segundos para pedir la mano a mi hija. Y de no ser así, no tendrás más problema que acudir a tu propio entierro. Eso sí, le pago yo.
Por el alcohol no hay problemas (continuó el viejo sabio), que si te desposas con ella, yo prometo cambiar el alcohol por leche de soja que parece estar de moda.
Cinco segundos tarde en pedir la mano de mi amada, eso que el viejo consiguió y que mira que a mí me costaba.
En granjero me convertí, a las afueras de la urbe, aunque no sé si yo ordeñaba o era mi Antonella adorada la que a mí me vaciaba.
JMFP

NOVIA...s

Ojos que no esconden la pasión, escena tras escena, entre velos y telares de titubeantes labios, largos dedos alcanzando en la noche los sueños enredados a los cabellos. Cremallera que en la eternidad se pierde, cabeza de chorlito dice el padre, la que no discierne.
Novia, siempre acuosa la mirada de mar de estrellas, reloj entre sus pechos, espera y dibuja cada paso en la llegada. Novia, la novia en el parque de infantiles juegos, la espera, la noria que marea y atolondra.
Novia, escribana de amor sin compromisos, inventora del banco de piedra en la estación del olvido. Novia sin sombrero, alero de risueños girasoles que se mueven en el lienzo de su espalda. Novia que no es madre porque es novia, que no envejece en su afán de correr a los brazos de un amor que abrasa el alma, forja de un regalo pasajero.
Novia, entre el café y la caña, entre cartas que son viento de inmediato cartero en el teléfono que es puente. Novia, memoria viva en cada instante, retratista de imágenes en miniatura, Bosco travestido entre el cielo y el infierno, purga su amor en la tierra de los ciegos de amor.
Novia, esculpida con la genial presencia de la luna en la solapa de su clavícula desnuda. Novia danzante, novia del artista, novia del imbécil que se queja de su cojera, novia del ángel y el demonio, novia del mar y de la más vieja pradera.
Novia de pasos breves, invisibles, de inquebrantable fe en su amor de enredadera. Novia silenciosa, parlanchina en la presencia, brinda por el futuro incierto, convirtiendo en cierto el presente que se bebe como vino sacramental.
Novia, negros los ojos de noche, frunce el ceño entre agujas de madera que tejen la más bella historia de un amor escrito a golpes de alas, tan esbeltas, tan abiertas, que en el vuelo dijo adiós a ese traje blanco que de novia llaman, para amar en desnudez su más íntimo deseo. Ser amada.
Es la alianza el amor, sin más ataduras que las miradas, que los cuerpos enredados, que los sentidos en danza, festín de la alegría, entre lágrimas en el taxi, viendo pasar la lluvia, esperando el sol de junio, la emoción de la escapada a la cabaña anhelada. Así ronda la vida la novia, blanco su alma, sin más altar que la arena de la última playa.
JMFP

TRISTEZA. De todos y por todos temida

Tristeza, bella dama de noche, sombra de día que se alarga sin certeza entre senderos de miradas que al suelo miran. Tristeza, compañera de viajes que en el último vagón del viejo tren recorres los raíles de lejanos sueños. No llamas a las lágrimas que se secan como la flor del almendro en la primavera helada. Tan solo pasas páginas de absurdos libros que nadie titula por miedo a sus propios miedos. Madre de monstruos imaginarios, cantas las viejas nanas de ojos que se cierran mirando la noche entre diluvios de sonrisas que guardas en tu armario de caoba.
Tristeza, ángel que se posa en la ventana de la ridícula alegría, testigo de los golpes de la vida, de la realidad marchita que niega ese patético optimismo que la felicidad reclama.
Tristeza, inspiradora verdad que no proclama salmos de esperanza, mecedora de una espera que no exige danza. Quietud que acaricia los seres alados, reafirmando su presencia en la cuna de musgo allí, en el claro del bosque escondido. Bosque de sueños perdidos. Tristeza, honesta acompañante, sincera en tus compases, en la voz que no atormenta, en los pasos que no pesan.
Liviana tristeza que dices para, al alma que se ciega en el arrebato del sufrimiento, boya que surge de la profundidad de un mar violeta, mira a sus ojos cansados de pena, besa sus párpados, acaricia su pelo. Pero hazlo solo para despedirte de ella. Regálale la sonrisa en paz, la libertad de amar, el gozo de la vida entre rondas de dibujos que te ilustran con infinita belleza.
Tristeza, posa desnuda al contraluz, mueve tu rostro levemente, mírame sobre el viejo y pálido horizonte. Trazo tus bellos rasgos en el lienzo sepia de una vida que apergaminada no tiene más miedo que el de no reconocerse en el espejo de la eterna marea que la ola espera.
Tristeza, camina sola por un tiempo. Ya te encontraré entre pasillos que con laberintos confunde, entre angostas calles de mañanas macilentas. Pero ahora camina sola, porque no te necesito, tan solo como crisálida debe convertirse en la más bella mariposa que siempre ha sido en mi pensamiento.
Tristeza, loca enamorada de la luna, es fácil encontrarte confundida entre sótanos y cárceles, en manicomios y cementerios, aunque tu palco ocupas cuando al abrirse el telón de la última función, sin aplaudir observas esperando el canto más lejano de tu viejo corazón.
JMFP

EL REY MORO...

Rey moro, estandarte de las tierras por santones profanadas, ojos negros que el halcón observa en sus vuelos cortos, esos que entre nobles familias no sabían que el oro sería negro bajo los pies que sus antepasados habitaron.
Rey de mirada triste, que de tristeza riega los campos de ignorancia entre jardines y vergeles de delicias inservibles para la cruz y la espada. Califato en tierra santa por inhóspita y servil a la miseria que con hogueras arrasa el pensamiento, quemando almas entre brujas, herejes y genios, toda vez que las estrellas son lluvia divina en la planicie de un mundo que redondo se presume en la mente del sabio de oriente.
Señor de la medicina, lector de astros y vientos, álgebra que resuelve lo que el papado romano esconde entre viñedos de cálices para embriagar a las tropas, campesinos y señores. Entre el desierto y las tierras de verdes bastiones, señoriales feudos de vasallaje provinciano, el mar del alma sacude las emociones de quien huele a buganvillas, rosas y azahar.
Pergaminos de viejos tiempos que escriben los nuevos mundos bajo el sereno designio del profeta que siempre asoma, aunque de reojo mira el hombre perezoso eso de doblar el lomo cada dos por tres en la esterilla. Cansado vislumbra masacres entre la cruz y la media luna, absorto por el absurdo de conquistas y reconquistas que dibujan enemigos de cada mirada inocente.
Rey moro, alquimista en las noches de silencio, testigo de la danza de la luna, no se cansa de observar los elixires que sanan, los condimentos que nutren, las acequias que dan curso al regadío del conocimiento. Pasan así los años, entre conversos, mozárabes y moriscos, riqueza de cultos y culturas, caballería que explora entre catapultas y espadazos.
Y el rey moro camina hoy entre callejuelas de mendigar esperanza, silencio protector porque la sola palabra delata. Entre el bazar y el mercado medieval, tumulto de olores a piel y vida, a especias y frutas, pasea el califa inadvertido en sus atuendos. Y su mirada se detiene entre hombros, cuellos y cabezas.
Niña de ojos de cielo, boca de fresa, balcón de sorpresas, erotismo oculto entre retales de lana, ovillos vende en el puesto, con la sonrisa triste que solo el moro detecta a su paso por el bazar. No tiene patria ni mar, solo el saber de la lana, el tejer y dar color con sus tintes de mágico existir. Telas de mil colores, convierte la lana en lino, sedosas las banderolas de belleza entre los puestos.
Miradas cruzadas de pronto, un instante, un dibujo en la memoria. Allí, en el arrabal se quedaron como esculturas, el rey musulmán disfrazado y la tejedora cristiana, huida de lejanas tierras perseguida por alguaciles, frailes e inquisidores que no aceptan el arco iris en sus manos brotar, entre telas de púrpura lujuria, azules y verdes que laten entre sus breves pechos que apuntan la devoción de su bella condición.
A dos soldados acuchilló el rey moro que de incógnito miraba los ojos de la tejedora, cuando apresarla quisieron para hacer de su cuerpo pasto de llamas purificadoras. El cura no lo contó degollado por la cimitarra que en un suspiro despidió el alma del fraile lascivo.
Griterío y alboroto, medio día y la siesta llega, entre un tumulto que esquiva los cuerpos que ya son historia. Solo el ruiseñor oyó los pasos de una huida que es encuentro en el devenir del caos que siempre avisa de los cambios por venir, los no esperados, anhelados en el corazón. La lluvia limpió el rastro de sangre, como agua bendita de un cielo que se hizo el remolón ante aquellos acontecimientos sorprendentes.
Nada se supo del moro, ni de la mujer de colores en sus manos de telares. Aunque la leyenda cuenta que durante muchos años, marineros y pescadores, divisaron un bello barco, breve de porte, noble de silueta, navegando por los mares entre Iberia y el Bósforo. Barco como saeta larga y sinuosa, con un bello trapío de mil colores.
Los más atrevidos dicen que le han visto volar alzándose de las aguas para desaparecer en las nubes.
Nadie sabe y todos dicen. Pero en cada isla donde esas dos miradas posan su amor, boticas, telares y flores, mapas y ábacos numéricos dejan al viejo maestro del lugar cómo recuerdo y munición de un futuro por llegar.
Eso cuenta la canción, aunque música no tiene, si bien la cultura la pone a demanda en las fiestas de cada pueblo.
En los primeros días de verano, si al mar se asoma el amor, podrá disfrutar del paisaje del beso de la luna y el sol. El firmamento parado, el mar en lecho convierte esa historia desmadejada, pero que como la vida es. El rey moro y su reina, tejedora de sueños, ya no son cruz ni media luna, tan solo un suspiro de amor.
JMFP