Despertarse del limbo de la infancia, entre rosales y manzanos, con el
grijo del gallo atolondrado, recordando solo el deseo de saltar de la
cama. Despertarse en un grito en la noche, al compás de los recuerdos
informes, monigotes que a hurtadillas se convierten en pesadillas.
Despertarse del insomnio, disonante la angustia del reloj de sobremesa,
sin perdón atiza el fuego del tiempo de la noche. Querer dormir y no
despertar, muros de sueños, celda que protege de la
vida, vigilia que atormenta cuando el despertar es no tener que llevar a
la cuchara del hijo que espera con su demacrada sonrisa.
Despertar
con el sonido de un trueno, con el beso en la frente del padre,
despertar y el dormido hacerse en la caricia. Despertar con la mirada al
frente, a pesar de la cicatriz en la mente, la que cosió la costurera
de la esquina de la calle libertad.
Despertar con el sonido de las
botas que taconean el miedo, con el fogonazo del disparo y el estruendo
del obús. Como despertador de rutina, el que ni falta hace para que la
alerta se mantenga en el salto de la cama que solo es lecho de espera.
Despertar de la idiotez, de la desidia de la imagen en el espejo de la
nada, no se ve otra cosa que la bella condición de no ser más de lo que
tienen. Despertar los cimientos creativos de los hombres y mujeres a los
que niegan el talento que se esconde entre las grietas de sus almas
hormigonadas por banderas de injusticia.
Despertar los sentidos, al
acariciar la brisa de los viejos y eternos molinos encalados, que sus
aspas mueven como organillo de amor entre trazos de amarillos
despertares. Despertar la esperanza es el anhelo del enano que toca las
campanas de la torre del alma.
Despertar mirando al sur aunque la
veleta marque el este, el imán de una presencia siempre indica el
refugio donde volver a despertar entre los brazos del ser amado. Es el
despertar del cuento, del poema, del renacer entre amapolas, respirando
su narcótica presencia, haciendo del sueño realidad, en el más bello
despertar.
JMFP
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