Son los ojos vidriosos cómo cuencas de la vieja catedral los que miran
severos al hada para decirle, deja de hacer patochadas. Y las alas se
repliegan sin entender la expresión de quien inocente evita la siempre
traicionera patada del que dice no ser culpable, pero siempre la puntera
enfila al balón de su interés.
Patochada la que vemos entre
televisores agónicos que nos muestran el resumen de lo que el mundo dice
ser, en su cajita de antenas o de cables invisibles.
Patochada la vida de saludos y medianías, de sermones sin sabores, de
salmones que no remontan aburridos de trampones, entre ríos que de
bravos pasan a mansos cómo el coraje de los héroes de un instante.
Patochada es la mentira que sin sentido expira en los labios del
miedoso, que quiere ser ante el otro sin ni siquiera saber quién es ese
que entre banderas y brillo le dirige la canción de sus días y sus
noches. Patochada la ciudad, siempre repleta de coches, que marchita las
aceras, por las que ya los novios no pasean, los niños no tiran
balones, los rincones no huelen a fogones.
Patochada es dar la mano
flácida al que respetar se dice, sin más miras que el paso, y de paso,
si puedo, te repaso. Patochada, como el andar del pato, que por tierra
la vida arrastra, siendo flecha y rumbo en los cielos, como cometa
infantil, ese que siembra inocencia, que siendo germen de inteligencia
no necesita decir.
Patochadas que sumergidas en el lago del ensueño,
son la risa del fondo, ese que alumbra el jardín de sombras y besos de
amantes. Tropezones y sonrisas, de patosos y tochadas, esas cosas y
maneras que siempre la abuela destila del fondo de la tetera. Sabiduría
en salmuera, deja de hacer tochadas dice la eterna señora, cuando el
nieto, el hijo o el padre, tontos parecen ponerse para hacer que del
circo de la vida, las sonrisas se dibujen sin forzar.
Y la vieja
que lo expresa, en su mirada profunda sonríe por las tochadas que siendo
como la vida, sin intención se produce, como el teatro del viento, ese
que nubes marea para que el guion se aprendan, en el diván de una
rotonda, esa de la última esquina, en el salón de las velas.
Soy ese
que entre cantares, saberes y menesteres, rocía el tiempo de patochadas
para calmar ansiedades, con el sonido de la carcajada.
JMFP
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