Argumentos,
cortinajes que recogen el ser y el no estar, el estar sin ser, como
torrente de lamentos que arrastran hojas de otoño por alcantarillas
ocultas, eso que son verdades que al paso salen para dar vida a los
bellos monigotes convertidos en siembra de falsos cimientos.
Argumenta el listo sobre el tonto, busca el tonto entre la enquina de su
espejo, rostro de listo, la forma de torear la bestia que fermenta en
ese mirar que argumenta con los pitones brillantes de sangre por venir.
Argumentos infantiles, los que como papel higiénico gasta el niño
dejando la mierda adornando su culo, convencido de la bronca, pero que
no falte defensa a su trompo que dice la madre es trompa.
Argumentos
tan largos como ladrillos apilados al cielo, tantos como la muralla
china ordenando la idiotez del que desmontar quiere la frase fresca,
espontánea, sin más argumento que la bella mirada.
Argumentos
bíblicos, científicos, tan racionales que encadenan filas de vidas
convencidas de anatemas, teoremas y verdades, que hacen del mundo
pantalla en la que todos argumentan.
Argumentar para no ser creído,
tan solo ser aplaudido por las manos de tibia sangre que solo argumenta
en el circo, payaso que entre gracia y gracia ya no argumenta su llanto.
Argumentos, lenguas en movimiento, molinillos de vago viento que los
vocablos escupen como martillazos al alma que esquiva uno, dos golpes,
para salvar el talento que en silencio se recrea en esa creatividad
manifiesta, por cierto amordazada, porque prohibida tiene la
manifestación expresada.
Argumentos son clarines, la voz cantarina y
falsete en el teatro del mundo, donde cien mil argumentos se cosen para
decir amor con un sólido significado. No es necesario, maestro, que me
argumente el amar, que entre legajo y legado, costras de la existencia,
semillero es el terreno donde la lluvia abona los nuevos significados.
Esos que al mirar al sur, allá donde el viento me llama, acercarme sin
argumento es tocar el cielo sin más.
JMFP
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