Es casi un espejismo el recuerdo de una careta, esa que entre dibujos y
cromos era mi carpeta. Carpeta compañera de fatigas, esos trocitos de
cartón azul, nobles en su porte, aceptando las gomas para cerrar los
secretos.
Carpetas de ilusiones, carpetas que acumularon apuntes,
que buscaron el orden en silencio, aceptando el desorden en sus tripas.
Pero siempre fieles, tiradas en el suelo, en la yerba de primavera, en
el saco o la mochila, la carpeta es equipaje que sentimos parte de vida andada y por andar.
Dibujos de la niñez, cartas de amor, apuntes irreverentes, todo engorda
la panza de la más vieja carpeta. Carpetas como símbolos de un álbum
que guardar, cromos sin sitio en el libro, ese de la vida por andar,
recortables de trabajos inconclusos, la entrada del concierto en el que
su pelo acaricie, los billetes de aquel tren que a otro mundo me llevo
entre macuto y sacos, entre risas y fracasos.
Carpetas, fieles
guardianes de trozos del ser, de que estáis hechas para no perecer
jamás, apareciendo entre baúles, desvanes y viejos cuartos.
Indelebles al frío, el sudor de la mano que marca la huella del tiempo de quien tu dueño siente que es.
En alguna carpeta estará, dice la mente que busca lo que desea en el
instante. Carpeta es saber que guardé. Es la conciencia del tiempo
traducida en sentimientos que duermen en tus entrañas.
Cálida y
digna carpeta, nunca te venció la lluvia, ni el desprecio de las cosas
que ya no son de tocar, sino de mirar en pantallas que, al fundirse se
despiden de todo lo que al guardar, abandono entre las nubes de una
realidad virtual.
JMFP
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