La Mala la llamaban entre dientes, sin saber qué la diosa no miraba la
torre de marfil que toca el cielo con sus manos eternas y severas
pinceladas de geranios entre balcones de vida. Mala porque altiva mira a
los que dicen ser buenos, porque no da limosna a los que mendigan la
dignidad. Mala porque los corazones no son lisonjas que decora en su
collage, ese de vida y trozos de la más bella creatividad, la que de
nada. Parece surgir para coser una primavera de abril.
Mala la dicen porque no perdona ni pide perdón, sin saber el mundanal
susurro que la mala no ha hecho daño sin una buena razón. La de guardar
sus principios, salvaguardar su lealtad al designio de su más alta
pasión. Mala le dicen a la suerte, cuando el tonto de capirote,
esperando parecer listo, invoca tan dulce presencia para cagar los
pañales de su mente infantiloide. Mala cosecha, quizás porqués tiempo de
cambiar la cebada por trigo, mala baba, la que el domingo de ramos,
cualquier domingo del año, a trabajar llama el jefe, cuando la toalla
colgaba suplicando un hueco en la playa.
Malas artes esas que dicen
tener y usar los que entre sombras hacen trampas a la vida que a su vez
se entrampa en historias de dormir para no dormir. Artes no hay malas,
salvo que rujan cansadas de tanta belleza y rutina que ya no encienden
la chispa de la mirada candente que se apaga cómo el cirio, con el
soplido del sacristán que las puertas cierra al convento para que no
entre la luz.
Mala porque no me hace caso, mala porque no mira al
suelo, porque el orgullo es bandera y la palabra metralla contra la vil
ignorancia travestida de intelecto. Mala vida le dicen al yonqui, al
borracho y al tarado, mala vida que acuna sueños lejanos para volver a
nacer en la orilla de un ancho río, que no se sabe si es mar.
Mala
mar, escudriña el capitán, mirando sin contemplar, tan solo dejando que
el viento haga de la mar la mala para hacer volar el barco, más allá de
la odisea que el argonauta contó. Mala dicen la madrastra y el
padrastro, seres de cuentos infames, etiquetados por la siniestra sombra
del redactor. Mala la cara del mal encarado, la del que muriéndose esta
sin saberlo pero eso sí, amarilleando los ojos, la piel se vuelve
ceniza.
Mala muerte la de aquellos que enterrados a escondidas, no
pudieron ser despedidos, como perros murieron entre pecados que
contaron, se inventaron por ventura, para ser el escarnio de los
próceres de bondad. Mala, suelta el pelo a carcajadas, en este domingo
de urnas, de playa flaca y al perro todo son pulgas. El beso aplaca a la
Mala, dibujando su sonrisa, esa que de mala es tan bella, que nunca se
borra de golpe, salvo cuando un golpe de timón da.
JMFP
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