No está de luto el jardín, no es el reflejo de la noche, dos flores
negras miran de reojo al jazmín, flores de azabache en abril. Flores
negras incomprendidas, vestimenta de campanillas y azabache, altivas,
largas y elegantes en su porte. Flores negras, subterránea existencia,
ciegas bajo tierra, prisioneras de un asfalto que pisa la bota de
hierro, como células de oscuro devenir que transitan por debajo de la
piel de ese planeta que negro horizonte le pinta la mano
traidora. Flores negras, rescatadoras de los colores que se apagan
entre la humareda de necios, entre zarpazos al azul del cielo que en el
mar refleja su verde esmeralda fallido. Flores negras, ojos mutilados de
niñas de morena piel, flores negras, amantes proscritos que entre
sombras rompen los muros de castillos que castigan el amor. Flores
negras, reos de la injusticia, entre rejas siguen regando de esperanza
los esquejes del pensamiento. Flores negras, las que guardan la cultura
en los calcetines, mientras pasan por los arcos de aeropuertos que
anulan el más mínimo pensamiento. Flores negras, guerrilleras de un
mañana que no espera más que ayer, mirando en el ojal de la solapa cómo
el viento se llevó el clavel de la decencia.
Flores negras, entre
Siria y Líbano brotan por miles, dejando en los caminos de los jardines
de Versalles los pétalos de la vergüenza. Flores negras, desérticas,
amazónicas y polares. Africanas, indias, y latinoamericanas. Sangran sus
raíces derramando la savia negra, tinta mágica que reescribe la
historia con el derecho a soñar, con las alas negras abiertas en un
vuelo de libertad.
Flores negras, las que crecen en las macetas de
la escuela del maestro que no enseña, que aprende, de las miradas negras
de sus alumnos salientes, en su inocencia de luz, que despliega del
negro el color. Flores negras cultivan el ser, por mucho que no le dejen
estar. Bella la flor negra en su pelo, inspiración de un corazón que,
si dicen negro, lo será siempre de amor.
JMFP
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