A contracorriente, así anda el adolescente, entre la arcilla que modela
el bello jarrón de familia, y su angustia, vela a los cuatro vientos
entre caída y la voz que le exige doblar la rodilla. A contracorriente
escribe en servilletas de tela el poeta su último soneto robado al
viento, entre cometas sin más hilo que el que la mano alcanza a despedir
en el vuelo imaginario que siempre le lleva a sonreír.
A contracorriente sobrevive el corazón del continente negro,
despiadados los zarpazos de la corriente que dice que existir si, solo
un rato, para llenar de boato el firmamento de seda y estrellas de medio
gas, representación del teatro que uniformes y baberos esperan a abrir
el telón.
A contracorriente la justicia, saltando las presas
repletas de presos, cascada de igualdad en el terror, avanza ciega sin
saber que los anzuelos disfrazados de moscas y plumas, de banderas de la
unión, buscan trabar su ventresca para devorar el perdón, ajeno a la
reparación.
A contracorriente camina el amor cuando la surada de
hastío golpea el rostro de luz, horizontes que suben y bajan, que se
dibujan a mano, como la carta enviada por el señor del segundo, cada
mañana tocando el buzón, como si laberinto fuera por el que corren los
sobres camino del manantial de los ojos recordados.
A
contracorriente se mueve el valiente, con su promesa de amor, con su
mirada al frente, con la pasión ensillada para cabalgar a espadazos de
un talento manifiesto, que en búsqueda y captura le pone por susurrar la
rebelión. A contracorriente el libro mantiene el papel, entre trenes,
metros y playas, páginas que sonríen amables, amorosas y pacientes, para
convencer al lector, de su hechura y elegancia, de su gracejo y sabor,
solo por a libro oler.
A contracorriente desfilan en desorden
militante, esos, los que marchan por desfiladeros de sueños, dejando que
el río cante su paso para abrir más vientre. A contracorriente
encuentro el estuario en la cima, la orilla en mar adentro, el relato
entre la hierba, la paz riendo a la guerra, las lágrimas dulces en el
abrazo, la guitarra travesera y la trompeta de cuerdas.
A
contracorriente sacude la tormenta la mente, sin más cristal que el
espejo que las gracias da a la lección que el pensamiento elabora, ajeno
a los prejuicios, esos cauces de ríos secos, por donde nos dicen pasar,
tal vez circular, sin ida ni vuelta, tan solo yendo y viniendo.
A
contracorriente golpea el viento, a contracorriente el beso robado, a
contracorriente la muerte se espera, si la vida no nos da dentera. Así
los locos a contracorriente sacuden sus mantas al viento, cordura a
contracorriente, la que mirando el ventanal del revés, muestra el último
rayo, ese que se revela, para dar verde al semáforo, pasarse de acera, y
reverdecer al otro lado.
JMFP
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