Ten days, como si de una película se tratase, diez días, la vida en un
puñado de horas, en un saco de minutos, en un cielo de segundos. En el
primer día nací, en el aprendí a llorar como forma de elevar las
plegarias de deseos, esos primitivos que indican la inconsciencia del
estar. Caca, culo, pedo, abrir y cerrar la boca, no querer cerrar los
ojos entre voces que gordo llaman al infante sin definir.
El segundo día, por la infancia me colé, entre silencios y gritos, entre manos que abrazan, mimos y lealtades.
El tercero fue certero en la mudez de una garganta que se hacía
adolescente. Esa que cubre las calles de reflejos opalescentes. Dibujos,
monigotes de reprimidas pasiones, capitán trueno de legados, defensor
de causas pérdidas, amigo de san judas.
Cuarto es el día de
encuentro con el espejo que mira la mirada que no mira, entre faenas de
hacer como que el mundo es feliz, entre lluvias torrenciales de
pensamientos ancestrales. Ser o no ser, aunque lo importante era estar
para seguir en ese luchar contra fantasmas y voces que todo lo ordenaba
en una canción militar.
Quinto, día de vinos y rosas, borracheras de
amistades, conocimientos abruptos, esfuerzos y longanizas, destino
marcado a fuego que el perro se come contento mientras Quijote se lanza a
la panza del molino.
Sexto, el día de los adultos, que por
experiencia no falte, entre tener y perder, preocupaciones mundanas, las
propias y ajenas construyen, los muros de nuestras prisiones. En las
celdas acomoda el pecho la boca del niño, la rutina del vivir como
éxito cansino por el hecho de sobrevivir.
Séptimo, el día del que
decidió descansar, puestas las fichas en juego, ya por los valles
caminan las animas de los recuerdos. Nostalgias y melancolías de quienes
no ven futuro, salvo en la estrella de oriente que miran en el cielo
oscuro. Encuentra en amor de rondón, así, como de sopetón, respira y
grita de júbilo, entre cortinas de sueños renovados entre mares de
luminosa presencia.
Octavo el día que ya no es el del señor, ni el
de los señores de pro. El silencio calma el ansia de recorrer los
caminos para buscar la mirada. La conciencia de existencia que sigue
afirmando presencia. La del blanco cabello que atina a presumir de
legados, de mitos y canta cuentos.
Noveno, día de viejos retales, de
paseos entre cipreses. Esos que esperan pacientes, porque susurran
curiosos al pisar sobre las huellas.
Y así la vida se cansa de los
diez días tan largos, como eternos predicamentos que hacen bueno el
sarmiento. Sobre la tumba de piedra, duerme una rosa marchita, acomodada
en la esquina de la lápida musgosa. Ten days, solo dice, nadie sabe qué
significa. Tan solo el sol llora un rato al bostezar en el monte ocaso.
Vida de días, horas, minutos, segundos, concentrada queda la historia
del salta días de vida, ese que no cuenta historias, que las vive sin
prisión.
JMFP
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