jose maria

jose maria

sábado, 7 de enero de 2012

"UNO MAS UNO SON TRES" - PHILIPPE CAILLÉ

Cuando trabajo con parejas, algo muy habitual en el escenario de terapia de drogas, invito a los cónyuges a la reflexión sobre su torre del homenaje. Aquel castillo que juntos han construido. El viaje abstinencial es un viaje exploratorio hacia el interior, pero también lo es hacia la mirada del otro.
Lo que Caillé llama el absoluto, el modelo específico de relación, evidente e indiscutible para ellos, se ve cubierto por el manto sedoso de la droga, por la presencia de un cuarto elemento que empuja y se instaura entre ambos, consolidando
su presencia, generando cambios profundos en los constructos emocionales, afectivos e intelectuales de dicha relación. Los compromisos cambian su rumbo, se alejan de las premisas iniciales, en las que la pasión protegía la puerta de la intimidad y, ésta, se convertía en la pluma de solo algunos compromisos.
Caillé expone con inteligencia y creatividad los posibles enfoques narrativos desde dos planetas imaginarios. De esta manera aumenta el grado de complejidad del contexto terapéutico, incluso cuestionando el enfoque sobre la demanda del “mal de la pareja” desde la primera cibernética, o teoría sistémica de primer orden: “Nuestra vida en pareja es imposible, pero…Dos personas normales deberían poder vivir juntos y entenderse”. Así asienta el concepto de equilibrio dinámico entre los miembros de la pareja, en un estado que Jackson denominó en 1965 “quid pro quo”. Una cosa a cambio de la otra.  Y este hecho hace que los cónyuges aparezcan como constructores, cada uno de la identidad del otro, interdependientes, creciendo al mirarse de reojo, con un gran libro de cuentas en el que apuntar con cariño, recelo, ironía o resentimiento los “debes” y “haberes” de cada uno con respecto al otro.
Más allá de este planteamiento excita la curiosidad del lector al presentar la cibernética de segundo orden desde una pregunta que podría hacerse la pareja o que el terapeuta puede invitar o provocar a que se realice: “Nuestra vida en pareja es imposible, pero… ¿Por qué tenemos que separarnos después de habernos encontrado?
Y el autor se interesa por la pareja que hay detrás de la pareja. El terapeuta se convierte en un interlocutor.
Resulta muy interesante, yo diría que sorprendente, el hecho de que la terapia sea una posibilidad de terapia. Una posibilidad redescubrimiento, de redescubrimiento mediante el acto creativo.
De esta manera, el terapeuta se convierte en un interlocutor, en un elemento participante, copartícipe del nuevo sistema auto observante, que evoluciona, que crece, que se transforma en direcciones distintas.
La recreación de una visión distinta de la pareja hace que nos encontremos ante una profunda reflexión, una nueva forma de pensar en la pareja, mucho más compleja, con rasgos de abstracción que determinarán la capacidad de comprensión de los interesados, mirando más allá de lo que la observación del otro les deja contemplar. Las descripciones paralelas del tipo de entendimiento que existe entre los componentes de la pareja se construyen en el plano mítico y en el plano ritual. Ideas y comportamientos crean una particular forma de pensar, de pensarse. Así, se vislumbra en la sombra que proyectan los cónyuges, una nueva figura que parece tener autonomía cuando la penumbra define las formas en la pared. Las sombras se funden y cobran autonomía, movimiento propio. La creación del absoluto alimenta dinamismo, evolución, si bien los caminos elegidos por la relación, no siempre van parejos a los intereses individuales.
Esta segunda recursividad expresada por el autor, supone la rotación creativa del absoluto de la pareja sobre sí mismo. Y Caillé se permite un paréntesis para explicar de manera somera su entender sistémico. Cuando elabora el sistema pareja, lo aisla del sistema familia, de manera que nada enturbie la realidad de lo que en medio de los dos hay. Los hijos son consecuencia de una interacción, de unos deseos compartidos, pero pueden quedar y deben quedar al margen del absoluto cuando se le observa. Los hijos ocupan otras sillas diferentes. Los sistemas humanos no son complicados, son complejos. Y esta complejidad nos sumerge a veces en el caos, en un caos emocional que perturba las cogniciones, la propia capacidad de racionalización de nuestras relaciones con el mundo. Es por ello que el ser humano elabora modelos como medio para escapar del caos a través de la armonía o el intento de armonizar las sensaciones de profundo vértigo en las que nos vemos inmersos en nuestro periplo vital. Culturas, religiones e ideologías políticas pueden contemplarse como modelos, absolutos suscritos por un gran número de personas, de manera que la representación de dicho modelo tenga un doble efecto:
Interpretar el mundo de una manera determinada
Crear un universo común para quienes lo comparten, originando un sentimiento de comunidad. Todos los modelos humanos pasan por situaciones de crisis, lo cual a su vez los hace evolutivos. Y así, el absoluto de la pareja podría describirse como una cultura. Una microcultura co-construida, particular, inventada en un espacio donde antes no había nada y ahora puede haber zozobra, desasosiego, desesperanza, expectativas, ilusiones, formas de pensamiento, de ver el mundo, que no estaban en cada uno de ellos antes de conocerse.
Creo, por otra parte, que el autor se desliza por un territorio que puede resultar escaso en sus cimentaciones teóricas a la hora de afrontar la realidad de la resolución o no de los conflictos planteados. Este mundo es un mundo reparador, de averías y reparaciones. Cuando algo o alguien se muestra incompetente, por lo general se define una fractura en su sistema de funcionamiento. El mundo, la sociedad, las instituciones, están dispuestas a la reparación. El pensamiento abstracto no está ligado a lo humanoide, a las verdades absolutas, tan intensamente impregnadas en la mente de las personas a través de los medios de comunicación, de los discursos políticos, de las necesidades creadas para alimentar la precariedad del pensamiento en beneficio de la resolución alocada de problemas.
Aceptar la disfuncionalidad como una avería es también colocarse en el papel del reparador, del cirujano del alma. Pero el cirujano no puede cortar ni pegar el alma, ni el espíritu, ni las emociones, ni las evocaciones. Puede hacer que corta y une, pero sabiendo paciente y operador, que se está interviniendo sobre un molde, un modelo que “representa” el conflicto y que  producirá el despertar de la gangrena indefinidamente, cuando los parches colocados y aceptados se despeguen por efecto de la humedad, el tiempo o el calor.
Caillé plantea a la pareja la necesidad de viajar al planeta beta, a un lugar nuevo, donde existe más incertidumbre, más inseguridad, porque muchos aspectos y lugares son desconocidos o al menos no han sido descubiertos como algo propio, originario de lo que juntos han creado. Así, se establecerá una disputa comunicativa, en la que es importante que la mano del terapeuta sea tranquilizadora al aterrizar en la nueva tierra, donde incluso dará miedo respirar, ante la nueva atmósfera…Comunicacional.
Lo más fascinante de la obra creo que es la ambivalencia entre la sistematización programática de un modelo que se ofrece a la pareja como una vía de descubrimiento, y los movimientos de apertura desde una posición de incertidumbre por parte del terapeuta, que comparte con la pareja. Y a partir de aquí, se desarrolla todo un sistema de “condiciones” que son necesarias para que el viaje hacia algún lugar desconocido pueda producirse.
Los cónyuges deben saber que identificamos a su lado a una tercera persona que es “su relación”. Y ellos, mejor que nadie, conocen esa relación, distinta a cada uno de ellos, algo que han creado y que, les está creando continuamente. Junto con este aspecto, resulta relevante la aceptación del absoluto del terapeuta, como un absoluto constructor de modelos, que se inscribe, epistemológicamente en el enfoque de la segunda cibernética. El terapeuta evoluciona continuamente a través de la transformación de su propio modelo. Por último, la unión, el encuentro, se produce en un territorio, en lo que denomina el autor el espacio intermedio. Aquel que reúne temporalmente a la pareja y al terapeuta en un “metasistema” transitorio. El simbolismo creativo es la forma de comunicación, de representación de las realidades nacientes de la mano del terapeuta. Los “objetos flotantes” serían pues, el producto del encuentro, que aparecen cuando hay inteligibilidad, simbolización compartida, interferencia.
Juntos y separados. Así parece entender Caillé la terapia de pareja. Espacios compartidos, espacios privados, reflexivos, de análisis creativo sin la interferencia del otro en la interacción de cada uno con el absoluto de la pareja. El protocolo invariable se convierte, de esta manera, en una especie de partitura de fondo, fija, permanente, inflexible, recurrente, que da cobertura a la sinfonía creativa. De esta menra, se intenta garantizar el desarrollo del proceso, un proceso que debe tener un comienzo y un final, evitando la evolución hacia una danza fusional, una melodía errática, fondo sobre fondo, nota sobre nota, sonido sobre sonido.
Diez sesiones separadas por dos- cuatro semanas, más una sesión de control a los 10-14 meses después. La presencia de lo individual parece en principio más intensa que lo relacional. Cuatro sesiones comunes y seis individuales. Este hecho parecería alejarnos de la construcción sistémico relacional que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado en los últimos 3 años. ¿Qué está pasando? ¿ Cómo es que ahora la segunda cibernética nos invita a una interacción individual, en un contexto terapéutico definido por fases evidentes e irrenunciables? La oferta creativa del autor es lo que, posiblemente permita esta digresión sistémica, al aceptar la permanencia de lo redefinido, el absoluto, en el espacio de terapia, en dicho espacio intermedio. Es por eso que las dos primeras sesiones se dedican básicamente a una primera exploración del absoluto a través de representaciones plásticas. Esculturas vivientes y cuadros de ensueño.
Las 3 sesiones individuales siguientes sirven para que el terapeuta, basándose únicamente en el contenido de la “escultura viviente” de cada uno de los cónyuges, pueda indicar un cambio que deberá introducir en su comportamiento, con el objetivo de perturbar el contenido ritualizado de la interacción existente.
La sexta sesión, común, genera una vuelta a la reflexión metasistémica sobre la presencia del absoluto, de la relación como elemento vivo, participante, activo.
En las 3 siguientes, individuales, se reconoce a cada cónyuge tomando como referencia el contenido de los “cuadros de ensueño”, el mérito de haber intuido acertadamente la fuerza del absoluto de la parejay el despotismo que ejerce sobre la relación.
Por último, en la décima sesión, se dramatiza la idea de inmutabilidad del absoluto. Pero a la vez se legitiman las necesidades de cambio. El terapeuta actuará como contrapunto en las posibilidades de cambio. Indicará que están poco dispuestos a desmantelar el absoluto, excluido de la demanda inicial. Pero esto se verá dentro de un año. Mientras tanto, se recomienda que no se busque ayuda externa para la resolución de conflictos, salvo que sea absolutamente imprescindible.
El juego simbólico de Caillé puede producir inseguridad en los jóvenes terapeutas. Técnicas que tienen su base en la mirada creativa, en un viaje imaginativo, daliniano, donde la interpretación ,el silencio, el poder evocador de los movimientos de la pareja ponen de manifiesto aquello que se oculta tras la aparente linealidad, más allá del planeta alfa. Las esculturas vivientes de Caillé no se parecen en casi nada a las ofrecidas por las Técnicas Activas, donde se busca la representación, desde posiciones pasadas, presentes o futuras.  El autor exige el dinamismo, una danza estética y emocional salida de las entrañas de cada uno de los actores, representando el papel de su propia existencia frente al otro. Más compleja es, si cabe, la configuración de los cuadros de ensueño. Las metáforas narrativas desde el simbolismo, desde la construcción de una lectura del mundo interior diferente, en conexión con realidades emotivas y expresivas que pueden ser identificadas de cualquier manera, menos como personas. Peces, montañas, árboles, bolas, cajas, ríos, pájaros, cascadas, nubes, estrellas, conectan con el otro, con el contexto, emocionan, evocan… Caillé quizás crea que la persona es un volcán en erupción, cuyo magma tiene miedo de brotar, conteniéndose en un poderoso rugido que atemoriza al otro. Y quizás sea oportuno recordar que hay un lugar en la tierra, donde el fuego y el hielo se funden en maravillosa armonía creativa y creadora: Islandia.
Belleza e incertidumbre, expectativas y respeto son quizás, los términos que mejor definen mi percepción de este fresco emocional con un final solo conocido por cada pareja que recorre el camino.

José Mª Fuentes-Pila
Reflexiones del entonces alumno. Aunque hoy lo sigue siendo de otros escenarios de la vida….

No hay comentarios: