Entre voces de agua fría, trovadores y cantores, se despiertan las
mañanas bostezando la pereza de levantar las persianas. Esas que al
cerrar sus ojos no dejan ni una rendija de la luz de la farola, del
primer guiño del sol, del primer beso del día.
Cantamañas de día, de
noche, entre platos y en las horas vespertinas. Siempre aparecen
rondando, de repente, como el susto del idiota que tras la puerta espera
para reír su gracia en el tonto espejo que mira.
Cantamañanas,
siempre listos y de urgente palabra, siempre la voz timbrada, para
escuchar sus andanzas de saber que no sabe nada. Oídos atentos a su voz
altanera, solo en su palabra recrean sus patrañas de hojalata.
Cantamañanas, badajo, campanillas y campanas, despertar de un bello sueño es la mayor desgracia.
Enmudece la mañana al escuchar el cascabel del tan odiado cantamañanas,
timbre en la puerta de seda, estornudo de elefante, peluquín de
caballero andante, tropel de necios que ondean su estandarte. Aquí
estamos para deciros lo feliz que es el vivir como nosotros sabemos en
nuestro viejo cuaderno. Pupitre de carcoma, envarada la mirada, dejad de
pensar, malditos, que la fiesta está servida en el bar del
cantamañanas. Café y porras al buche, así la apatía borras en tus
encuentros fugaces con la vida que de frente mira. Esquivo es el
cantamañanas, sin problemas ni más dudas que garbanzos o lentejas, sin
deseos e ilusiones.
Sota, caballo y rey, la partida del triunfante cantamañanas, que no es chulo ni es de playa, soberbio en su atalaya enana.
JMFP
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