jose maria

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sábado, 7 de enero de 2012

SR. CIRILLO

Stefano Cirillo no es emocionante. Y este hecho no creo que sea bueno ni malo. Quizás para la realidad de mi realidad formativa sea, al menos, interesante. Encauzar emociones e intuiciones, silenciar la parte convulsivante, la emergencia de soluciones que en ocasiones brotan en mi interior. Cirillo parece un profundo estudioso de aquello  que ama, la terapia familiar. Explora con su aspecto de ornitólogo el vuelo de los miembros de la familia en torno a los síntomas, árboles que que parecen crecer espontáneamente pero que dan sombra, oxigenan e incluso alimentan a algunas de esas aves negando el nido a otras.
Parece que la influencia que ha ejercido Mara Selvini sobre Cirillo es poderosa. Y normal, me imagino. El maestro habla despacio, dando unos bellos “tempos” de silencio a su discurso, símbolo, posiblemente, del respeto reflexivo a sus interlocutores. Y con una armoniosa cadencia habla de los jóvenes  como hijos, como personas, como elementos vitales con una historia vital que tiene sus orígenes, al menos en algunos aspectos, en sus ancestros. Así, parece decirnos el explorador de sistemas en conflicto, los hijos aparecen como la manera en la que  cada persona, cada pareja, intenta reinventar  su realidad futura, mediante una forma de ver el mundo a través de sus hijos, buscando respuestas a las preguntas no respondidas en sus relaciones con sus padres.
Para el mundo exterior, más allá de los límites del volcán en erupción que es una vida adolescente, ésta se define rutinariamente como una “patología en sí misma”. Posiblemente para quienes más atractiva es ésta idea de patología transitoria  sea para los operadores sociales. Fue fascinante la lectura de una terapeuta en un caso clínico expuesto en la segunda jornada, en la que la carga de trastornos, las dimensiones del etiquetaje antisocial con rasgos obsesivos de un joven de 15 años dejaba patente la infalibilidad de las instituciones. Cinco (trabajo en red, según se comentó) estaban encargadas de dar atención, control, poner límites a una especie de “hijo del anticristo” en manos de una madre incompetente.
En el seno de las familias existe una sabiduría transgeneracional oculta que indica desde su memoria histórica que cada uno de ellos ha sido adolescente (o ha pasado por la adolescencia, en el peor de los casos, de puntillas) en un escenario distinto, con otros padres, en otras circunstancias vitales.
La forma de fracasar con éxito en la desvinculación posterior parece estar relacionada con autopercepciones de conflicto en el crecimiento personal. Así, el nivel parental (conyugal desde el punto de vista de la capacidad para nutrir emocionalmente el piso de abajo) establece normas, reglas, propone de manera velada expectativas. Y todo ello  con la intensidad que en ocasiones  produce la percepción de poder, inhibiendo progresivamente la competencia del adolescente, que comienza a transitar en una nueva realidad: la transgresión, el lenguaje analógico como nueva herramienta de comunicación con contenidos de queja, de nuevas exigencias. El joven, interioriza su sufrimiento, su sufrimiento, su frustración, su desvalorización en forma de depresión. Y en ese camino habilita soluciones parciales: consumo de drogas, anorexia, que actúan como acciones terapéuticas, automedicamentosas, intentando aliviar la depresión, progresando desde el fatalismo hacia la liberación del síntoma depresivo. (“Desde que fumo porros-22 años- siento que estoy en la etapa más positiva de mi vida”).
Cirillo nos recuerda a los padres de la terapia familiar. Repasa brevemente aquello que considera más relevante en los cambios producidos en la evolución del modelo sistémico relacional, siempre recalcando que, para entender y ayudar a un sistema en crisis adolescente, no podemos elaborar un escenario de terapia individual de inicio. Es imprescindible rastrear el bosque relacional para más adelante, en función de las necesidades y limitaciones del joven, afrontar, en todo caso, un escenario de terapia individual. Nos devuelve al concepto de triángulo relacional (madre-padre-hijo), que puede dar lugar al triángulo perverso, cuando uno de los cónyuges se alía con el hijo contra el otro. Muchas imágenes aparecen en mi cabeza al escuchar los contenidos aprendidos durante la formación y, en muchos casos vividos en terapia.
La depresión como síntoma de expresión interiorizada de sufrimiento  tiene como contrapartida la expresión de agresividad , la exteriorización de la rabia que puede dar lugar a un comportamiento antisocial con conductas delincuenciales.
Padres con corazas férreas, limitados en su expresión emocional, con deudas pendientes en su historia familiar. Madres con dificultades frente a parejas violentas, en posiciones de sumisión retroalimentadas parcialmente a través de sus hijos.
La confusión en la interpretación emocional del sufrimiento tiene un fuerte contenido corrector en los niños, así como en las relaciones madre- hijo. Explicaba Cirillo la respuesta de un niño en presencia de otro que llora. El acercamiento de los jóvenes se convierte en una comunicación con mensajes divergentes desde un mismo código comunicacional. El que llora es calmado por el que ve llorar, que se acerca y le quita las lágrimas, intentando “borrar” de su rostro la presencia del malestar. El cuidador lo hace para tranquilizarse él mismo El miedo ante la presencia del sufrimiento activa la necesidad de hacerlo desaparecer. Dos mensajes diferentes:
-“Te quito las lágrimas porque me intranquiliza verte llorar. No llores que me asusto. No llores que me haces llorar”.
-“Gracias por ayudarme. Me siento protegido por ti, que no lloras y que entiendes por qué lloro”.
Esto mismo puede ocurrir cuando un hijo se acerca a aliviar  el dolor emocional de una madre.
Cirillo se hace eco de algunas reflexiones de sus precursores, recordando las inflexiones que se han producido en la marejada teórica de los diferentes modelos, centrando su atención en las diferencias entre la primera cibernética y el constructivismo. Ilustra el ejemplo con un estudio de supervisión en el que hace años parecieron mostrar que existía una elevada prevalencia de orfandad, entre los padres de hijos drogodependientes. Cirillo arma su discurso en forma de axiomas  fluidos, con la capacidad del junco para inclinarse sin partirse en presencia del fuerte viento.
Y creo que su idea para el seminario, no es otra que la simplificación para alimentar el poder evocador de la terapia, del análisis sencillo.
Los puntos básicos del tratamiento en la terapia familiar con adolescentes en dificultades se centra en contactar con las emociones de hijo, buscando quebrar la coraza, en el caso del padre. Cambiar la percepción del marido, como un niño tiránico al referirse a la problemática expresada por la madre y establecer alianzas con las expectativas de justicia frustradas en la comunicación con el adolescente. Un hijo que lucha por los intereses de la madre, por quebrar la violencia de un padre injusto. Un hijo convertido en paladín protector del torreón materno frente a la invasión permanente de un marido abusador. Y una vez que la madre consigue una aparente victoria, una vez que el hijo crece y la madre se posiciona, parece que, repentinamente, se produce la traición. La traición a una larga lucha, en la que ha quedado en el camino la posibilidad de descubrir al padre. Y la madre, entre lágrimas, en una sórdida ambivalencia sentida por el joven, se queda con su marido. Y la tendencia parece ser a establecer una terapia de pareja emergente.
Los objetivos de la acción terapéutica, serían, según Cirillo:
-En la pareja, el respeto.
-En la relación padre hijo, la intimidad, quizás podríamos hablar del descubrimiento de una relación.
-En la relación madre-hijo, la autoridad. Siempre debemos ayudar a la madre a recuperar el poder.
Nos lleva, casi sin aparentar cambios, a través del apego, para dar explicación a las poderosas alianzas triangulares, que en muchos casos suponen movimientos de seducción, frecuentemente en las relaciones padre-hija.
Un salón de actos abarrotado. Algunos terapeutas reconocidos que expresan sus acuerdos y desacuerdos siempre previa alabanza a la riqueza del discurso. Uno de ellos, curiosamente, parecía decirle que le agradecía la riqueza y novedad de sus planteamientos, cuando, al menos desde mi limitada experiencia, Cirillo estaba hablando de algo muy trillado, muy presente en su trayectoria, en su forma de trabajar y, casi seguro, en sus escritos y publicaciones.
Después del enorme esfuerzo por hablar durante más de 6 horas en un correcto castellano, la segunda jornada, cuando expresó la posibilidad de presentar 3 casos clínicos, creo que percibí una cierta perplejidad escondida ante la presentación de 2 de ellos. Uno presentado por un equipo que exponía una intervención de altísima complejidad en una familia en la que nunca habían reunido a la familia. Veían a la familia por un lado (entendían por familia o definían familia a la pareja) y por otro lado al joven problemático. Un chico de 22 años, que había terminado los estudios de bachiller con una media de notable, que estaba realizando una carrera universitaria elegida por él, más allá de las expectativas familiares y que había aceptado acudir a terapia recorriendo 350 Km de ida y otros tantos de vuelta, porque de no hacerlo sus padres  (el padre) había decidido dejar de pagarle los estudios universitarios. Durante casi una hora el foro estuvo interpretando hipótesis, dificultades, sin conseguir hablar de cada uno de los actores de la obra. El motivo de la demanda de los padres, que el joven fumaba porros. Entre todos consiguieron casi:
Etiquetar al joven como frustrado, dependiente, solo, ausente de sentido del equilibrio, desafiante, limitado por la poderosa figura del padre… Los más atrevidos creyeron ver visos de homosexualidad recalcitrante en el chico, porque dijo que se relacionaba con más facilidad con personas de diferente sexo. Esto me dejó un poco acojonado, pensando en que yo siempre me he sentido más cómodo en mi comunicación reflexiva ( y no tan reflexiva) con las mujeres. Cualquier día le doy una sorpresa a mi familia y me visto de lagarterana…Ah, por cierto, el joven al disponer de un espacio comunicativo, ponía a “caldo perejil” a su madre y a su padre, pero eso sí, aparentemente sin resentimientos. Los lados fuertes del paciente identificado, así como los posibles lados fuertes de la familia no aparecieron en la olla verbalizadota del público.
En el caso expuesto en segundo lugar, aquel en el que el chaval de 15 años llevaba más etiquetas que la chupa de un motero, en el que el padre separado de su mujer, con una orden de alejamiento, después de interpretar, aconsejar, hipotetizar, el bueno de Cirillo recomendó que se pidiera el permiso del padre para realizar una terapia con su hijo, para intervenir sobre su hijo. Este hecho sería la puerta para generar nuevas expectativas terapéuticas.
Me ha quedado una extraña sensación. Una cierta confusión, si bien, creo que las drogas, en muchos casos, siguen siendo un potente bálsamo emocional para muchos jóvenes en situación de conflicto, en el inicio de su autenticación como personas ante el mundo, ante un mundo que no comparten en muchos sentidos. Donde la magia se difuminan, las verdades aparecen como apisionadoras. El mundo de todo o nada, el mundo sin ventanas, con una sola puerta por la que se les insta a salir. Yo no olvido los efectos neurobiológicos de las drogas. Tampoco consigue explicarme el “modelo” presentado por Cirillo los cambios producidos en el fenómeno de las drogas, sobre todo en lo referente al consumo de drogas estimulantes. Quizás en este sentido Luigi Cancrini tiene otra perspectiva al menos tan atractiva como la primera y que en el futuro de más juego.
Por cierto, el Restaurante “Matilde” es magnífico. Y tiene una bodega digna de mención honorífica.
Solo quería compartir contigo unas pueriles reflexiones sobre mi impresión sobre el curso, tal y como hice con el de Janine Roberts.
Un cordial saludo
José Mª Fuentes-Pila
Alumno de 3º de EVNTF

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