jose maria

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miércoles, 8 de febrero de 2012

SANTANDER, CIUDAD DEL MAR

Llevo rumiando una idea desde hace tiempo, posiblemente años sin poder clarificarla del todo.
Posiblemente porque haya pecado de obsesivo, para algunos de caballero andante galopando por mares imaginarios a los de un delfín un poco alocado. De tanto pensar en lo sencillo que sería crear empleo en Santander, creo que he llegado a tener alucinaciones. Eso que llamaba la bahía productiva, la bahía norte más allá del puente hacia ninguna parte, esos prados que  ya no esperan las viviendas de los promotores frente al Parque Tecnológico, son la viva realidad de una nueva ciudad al amparo de la universidad, del talento de los jóvenes, de las empresas tecnológicas  que podrían ver con entusiasmo la posibilidad de implantación cuando se les ofrecen concesiones de suelo productivo a bajo coste…
Pero como decía, el sentir debe ser una experiencia comunicativa porque, de lo contrario, se nos puede pudrir el alma.
Y no era esta la idea que quería compartir, aunque en realidad es Santander la que me trae de cabeza. El sentir Santander, el sentirse parte de esta maravillosa ciudad, faro de Cantabria, proa del barco que es Cantabria viajando por los mares de la evolución.
Paseo por el muelle y miro el agua, levanto la cabeza y en los días de finales de otoño asurados, no consigo descubrir espectáculo más maravilloso que el ojo del sur mirando a Peña Cabarga con el desinterés de quien conoce a ciegas la casa en la que nació. Huelo a salitre en los noray de Albareda, momas y chaparrudos, las viejas cañas de madera flexible del abuelo, y vuelvo a mirar la lámina de agua, es decir, la superficie, escudriñando el fondo como los raqueros, buscando en el fondo con sus “coles”, el tesoro que me indique que no he perdido el sur.
Si algo somos en Santander… Somos mar. De eso estoy convencido, no tanto por mi propia historia, sino por la lucidez con la que siento la presencia del mar en mi vida, como creo que la mayoría de los santanderinos. Cuando se plantean irse a otra ciudad, uno de sus problemas es la ausencia del mar, de su sentir el mar. Y su presencia es una necesidad.  Los santanderinos aportamos emocionalmente al ser cántabros nuestra singular forma  de entender nuestra relación con el mar, con su belleza, con su serenidad, con su bronca, con su furia, con su generosidad.
Y cuando contemplo ahora los terrenos ganados para brindar una relación más íntima entre la ciudad y la bahía, descubro una especial forma de entender  esta ciudad como La Ciudad del Mar.
Bilbao desarrolló la posmodernidad cultural en el corazón de su ciudad, San Sebastián se engalana para presumir de 2016, Burgos ahonda en la historia del hombre, al igual que Castilla León nos cuenta sus edades.
¿Qué es Santander, Ciudad del Mar?
Un germen, como cualquier idea, una idea que quizás se lleve alguna surada. Pero también es un proyecto. Un proyecto cultural, intelectual, académico, económico, de tal magnitud que convierta a Santander en una referencia internacional en la que aglutinar el mar con… La pintura, la literatura, la poesía, la danza, el teatro, el cine, las nuevas artes audiovisuales, el mundo empresarial, los proyectos tecnológicos, las conferencias nacionales e internacionales vinculadas al mar.
El barrio Pesquero convertido en una gran zona de interpretación cultural y etnográfica marítima, la voz de los hombres y mujeres del mar expresada en nuestra particular forma de contar nuestra historia como pueblo marinero y marítimo; las dianas culturales del Palacio de Exposiciones y un Museo Marítimo redefinido en sus objetivos, albergando todo un proyecto lúdico educativo que sorprenda por sus contenidos. Educación, cultura y ocio descubriendo las maravillosas relaciones históricas entre el hombre y el mar. Nuestro mar, nuestra costa, nuestras playas, convertidas en extraordinario espacio para el disfrute de belleza, cultura y deporte.
Y el frente marítimo, desde un centro de encuentro ciudadano en Varadero que ponga celosa a la propia Alóndiga, hasta San Martín, balcón, mirador sin igual belleza, territorio privilegiado de la ciudad, de los ciudadanos. Y allí, un proyecto a través del cual aprender, sentir, apasionarse con todo lo que la historia  creativa, los actuales talentos de cualquier parte del mundo, puedan comunicar la grandeza de lo que somos. Un viaje como el que hicieron los argonautas en busca del vellocino de oro, en un nuevo Argos, el barco llamado Santander. Comisariados expertos que desarrollen itinerarios culturales y creativos que alimenten el crecer de la Ciudad del Mar con la ayuda de todos los ciudadanos, porque de todos es el proyecto.  Santander como punto internacional de referencia a todo lo que abra una puerta, una ventana al mar. El Cantábrico saludando a los océanos. Y San Martín, convertido en precioso rompeolas. El lugar en el que rompa esa ola cultural, creativa, nacida de lo que somos, de aquello que amamos y sentimos como nuestro. Cubrir el proyecto con un edificio azulado, en forma de ola, que se funda y se confunda con el mar, será labor de quienes, integrando las claves intelectuales y emocionales de la ciudad, del propio proyecto, den forma física y abrigo a la experiencia vital de participar todos en un proyecto común.
General Dávila es mar, Porrúa, es mar. Castilla Hermida, Cuatro Caminos, Vista Alegre, El río de la Pila, son mar. El Alto de Miranda, el Paseo de la Concepción, cada barrio de Santander es un camino emocional al mar. Somos historia marítima, portuaria, productiva. Somos gente de astilleros, de vela y remo.
Estas vagas pinceladas, frutos de sueños e ilusiones es lo que quería compartir sin otro ánimo que el de buscar nuestras propias referencias como ciudad, como colectividad.





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