jose maria

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jueves, 15 de mayo de 2014

UNA METAFORA DE UN DESENCUENTRO... Y DE LA CREACIÓN DE UN ENCUENTRO


MI AGRADECIMIENTO A UNA PAREJA QUE MUCHO ME ENSEÑÓ...



El aire frío despierta las conciencias en la mañana luminosa. Bufandas, gorros con pobladas orejeras, pasos acelerados y el estruendo de la caótica sinfonía de cláxones aviva la ciudad de los rascacielos. La dama gigantesca que un día la vieja Francia trasladó a aquel territorio de oportunidades, sonríe ante la deslumbrante belleza de un cielo que impone sus colores contra los cristales de aquellas dos soberbias torres. Dos torres, cada una con su historia, con su majestuosa presencia, con un pasado de experiencias vividas que contemplaba a la otra. Un edificio que al construirse, al levantarse mirando al cielo, justificaba la construcción del otro. Torres que crecieron juntas, que se miraban sintiendo el poder de su propia presencia, unidas por un profundo sentimiento de pertenencia. La una no existía sin la otra. Crecieron juntas, y en su interior se fraguaron historias de amor, de esfuerzo, de sacrificio.  La Torre Norte tiene una presencia poderosa (pensó la estatua de la libertad). En ella se aglutina una actividad profesional casi delirante. Es como si tuviera que crecer para albergar tanta competencia, tantas ansias de desarrollo, de éxito. Y sin embargo, no se consigue oír las voces de sus moradores. Hormiguitas que trabajan cada día, cada noche, que elaboran nuevos proyectos, que tienen presencia y pertenencia por la existencia del laberinto en el que se mueven trabajando de forma impenitente. Su grandeza es visible, luce y sonríe orgullosa sin mirar de reojo a la torre sur. La Torre Norte engulle trabajo, sus cristales sudan esfuerzos y tras ellos, el éxito, el brillo que solo permite a la majestuosa señora de la libertad verse a sí misma. Y ésta, imperceptiblemente mira de reojo a la torre sur. ¿Qué le ocurre? Parece que llora a través de sus amplios ventanales. Medio vacía, medio llena, no se atreve a mirar a su torre complementaria, aquella por la que se levantó con entusiasmo, con flexibilidad, deseosa de recoger en su interior  creatividad, alegría, espacios de descanso, de luz, de paz, en el corazón mismo de un mundo complejo y atorbellinado. La Torre Sur languidece. Desde su privilegiada situación, la gran señora de la antorcha puede observar como la Torre Norte exige más personas para su delirante actividad. Amantes, creativos, artistas, madres, padres, abuelitos que accedían a aquellos refugios de amor, se trasladan casi clandestinamente a ella, hipnotizados por el éxito, por la niebla del reconocimiento.


Y la Torre Sur languidece. El amor se desliza por su estructura, escapa de las entrañas de acero y hormigón…La Torre Sur parece hacerse invisible a los ojos de la Torre Norte…Y entonces a la dama coronada sobre el Atlántico, se le ocurrió enviar algo de entusiasmo hacia el sur. Un entusiasmo que venía a paliar la asfixia de amor. Y por allí aparecieron trabajadores que no anhelaban el éxito, sino el conocimiento y la ayuda. Algunas de las plantas del edificio entristecido se llenaron de personas que estudiaban, o que ayudaban en el sufrimiento ajeno, o que intentaban enseñar a quienes tenían más dificultades…

-Vaya, -pensó la estatua de la libertad- desde hace un tiempo parece que, aunque no brilla como hace años, es capaz de sonreír de vez en cuando… Y de pronto, en el despertar del día, mientras se hallaba en esos pensamientos, oyó un ruido conocido pero extrañamente cercano. El avión se acercaba con una maniobra inesperada y enfilaba hacia la torre norte. Impactó con una tremenda explosión en corazón del cuerpo de cristal y acero. Avión pilotado por la confusión en el que viajaban el hastío, el alcohol, el carnaval, la ansiedad y la fabulación.  Todos ellos embriagados por la posibilidad del impacto, por la excitación de la destrucción.  Y un grito de horror salió del interior de la torre sur, casi siempre silenciosa, apesadumbrada, resignada ante la presencia poderosa de la otra… Un grito que nacía de los ocultos cimientos que se en

trelazaron con la urdimbre del deseo de crecer con los andamios del amor. Y el grito se apagó bruscamente, cuando un segundo avión, entró en el alma de esta torre. La aeronave era manejada por la soledad, la tristeza y la desesperanza.

La Dama de la libertad contempló atónita aquella escena de devastación. Vio como se desplomaba primero la torre norte, desperdigando en su caída éxito, proyectos, alaridos de sorpresa que eran engullidos por la destrucción.

Y vio, como en una especie de inmolación cómplice, la torre sur, que quizás hubiera podido mantenerse en pie, se dejó caer abriendo aun más su herida horizontal que tronzaba su resistencia.

 Dicen algunos vagabundos empedernidos, tal vez como consecuencia de sus delirios alcohólicos, haber visto en las noches sin luna, cómo la Libertad se sacudía de su eterna petrificación y se acercaba como un gran fantasma silencioso al espacio que dejaron las dos torres. Le llaman zona cero, aunque nadie sabe explicar qué significa. Dicen estas voces balbuceantes que la gran dama blanca, observa detenidamente  la tierra sobre la que se levantaron aquellas poderosas formas y sus lágrimas riegan de vida dos orquídeas que nadie sabe cómo han podido prender en aquel espacio.


                La mañana es fría. La nieve con su manto espeso oculta la primavera.

Un hombre camina por la ladera nívea acompañado de un espíritu que le sigue a cierta distancia. Por su mente pasan escenas de dolor, de desafío, de ternura. Pasan imágenes que pensaba cerradas, olvidadas en el depósito en el que se queman los recuerdos. La brisa helada desarma la tapa de la Caja de Pandora de su alma. Y de ella salen los recuerdos del sufrimiento, del abandono, de la danza sórdida del esperpento. Pero también, como en el mito, del fondo de la caja sale la esperanza. Y la esperanza le hace sentir constantemente la presencia de un espíritu tibio, mucho tiempo enmudecido, que canta una rapsodia dolorosa, tejida con historias de amor y desamor. Un espíritu que necesita sentirse presente, que busca su complementario desde una soledad casi cósmica.
Cuenta la leyenda que aquel espíritu se sintió libre gracias a las caricias de la dama de la libertad. Y en su libertad volvió a adquirir su presencia. La de una mujer de mirada firme, sosegada, tranquila, con una tenue sonrisa, llena de dulzura, reafirmada en el mundo, con la certeza de que nunca más sería invisible… Pero esa historia es otra. Y el narrador de ésta, desconoce aquella

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