jose maria

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viernes, 6 de junio de 2014

LA VENTANA




…Las ventanas a la vida lloran rocío en su soledad. La luz artificial del ordenador abre cada día la esperanza de encontrar y definir la realidad al otro lado de la pantalla. Ventana llena de vidas que salen del anonimato y la invisibilidad, que bailan en el escenario de una existencia construida con hilitos de fibra óptica, que quiebra la lógica y ensombrece el semblante de Hamlet.  El cráneo cadavérico de mirada tan profunda como sus cuencas, curiosa y respetuosa, que desde los confines del tiempo se pregunta por la calidez de la mano que la sostiene. El amanecer vuelve a sorprender su balconada creativa, apaciguada por el velo de recuerdos que revolotean por la estancia. Cada atardecer,  María contempla  el cuadro que dibuja su ventana. Una ventana del alma, un alma que ha dibujado noches sin estrellas, luna inmensa, tormentas caprichosas, como fuegos de artificio salidos de la panza del Mar que se viste y se desnuda cada día mirándose coqueto al espejo del cielo, para pedirle que le devuelva los colores del vivir.
La habitación huele a naranjas. Siempre huele a naranjas. Es un rezumar de piel y viento perfumado, de naranjos alineados como guardia de gala al paso de un recuerdo de dedos entrelazados, pies descalzos acompasados, destilando un amor que, ahora, impregna con su olor las vigas de roble que sostienen la casa de la isla.
Tras María se abre la estancia delineada por rayos de sol que amainan su presumida intensidad, deslizándose por el suelo de madera, colándose por sus minúsculas grietas para encontrar el descanso de la noche. La cama, barco blanco de soledad, lugar de encuentro con sus sueños, rutas insondables, corrientes de recuerdos que sacuden la costa de su existencia. Es mucho más espaciosa de lo que el primer vistazo intuye. Una puerta trasera que comunica con una salita llena de cuadros que apoyan su cabeza de talento en las paredes encaladas. La mesa donde escribe cada mañana, una librería construida  con la misma madera que asentó el suelo y donde juguetean infinidad de libros que viajan por el pasado y el futuro tropezándose entre historias, ensayos y novelas. Páginas que esperan ansiosas ser leídas, que descansan tras la voracidad imaginativa de su guardiana temporal… Y flores. Flores que parecen jugar al escondite por la habitación, como niños descarados que tras la butaca del abuelo dejan ver sus cabellos, una pierna mal disimulada, una risa…
Y como cada atardecer,  María sale a pasear por la playa, mirando de reojo el viejo faro que se quedó ciego en un golpe de mar hace muchos años. Sus pasos siguen las huellas de quien sabe que ronda su vida sin estar. Y como siempre, puede ver al niño de mirada intensa, concentrado en la superficie marina, sentado en el borde del espigón sujetando la caña de bambú con sus manitas… A la vuelta del paseo, dejando tras de sí las huellas propias y ajenas, camina por el paseo de piedra abierto al mar hasta el lugar donde el pequeño estaba. En su lugar, solo queda un cesto con cuadernos escritos a mano, con letras tan delicadas como distintas, con dibujos e ilustraciones… Es la pesca de cada día que María recoge feliz. Párrafos de quienes habitan en las profundidades del alma, bajo la superficie banal que dibuja el océano.
Miró nuevamente por la ventana, esta vez para contemplar la lluvia de estrellas  que salpicaba el horizonte. El candil volvía a reflejar las sombras de sus movimientos al dejar caer su vestido de lino blanco al borde de la cama. Y su cuerpo desnudo sintió el tacto de las sábanas limpias y frescas, dejando que el sueño abrazara su vigilia.  En las profundidades del reino de Morfeo, Malik no se hizo esperar. Aquel hombre llegado a su vida una noche de primavera en las tierras del hielo, donde dibujaba iceberg, intentando entender la armonía en la que convivía el volcán en erupción y las grandes paredes congeladas como espejos de la tierra. El primer viaje en el kayak, observando tras él su cabello negro azabache, sus ojos azules casi transparentes y su tez morena sombreada por la luz glaciar. Los besos redescubiertos después de años de silencio afectivo, la danza del amor de dos mundos encontrados en el sinfín de casualidades.
Malik, cuyo significado es Ola, tallador de maravillosas obras esculpidas en hielo, asombraba a María con esculturas que aparecían bajo la talla de un cuchillo y la punta de un arpón. Y ella seguía pintando aquellas figuras acristaladas dándolas vida con pinceladas procedentes de la pasión. Malik acostumbraba a aproximar a los cráteres durmientes las figuras para contemplar como se derretían lentamente al contacto del calor de la tierra, hasta que lo que había sido una presencia se convertía en vapor de agua.
La vuelta a casa fue desgarradora. Dejó su cuerpo enterrado al pie de la montaña de hielo. Murió una mañana tibia y soleada, sin que nadie supiera cómo ni por qué.

Esta noche, María vuelve a sentir sus manos, sus palabras y su risa suave, como un susurro. Su cuerpo enredado al suyo, piel de hielo que se derrite en el magma de María. El amor volvió a dibujar la aurora boreal en la ventana de María.  La visita inspiradora del fantasma de Malik, hacía que las obras de María fueran también ventanas emocionales emocionales para quienes acudían a la pequeña galería donde exponía sus cuadros, en el pueblecito cercano a la casa.  Malik le había regalado el niño pescador de historias.  Pero a la mañana siguiente, al despertar, María lloró entre emociones convulsas, como las que la naturaleza expresaba en las tierras del norte. Una figura de hielo, un muñeco diminuto la observaba desde la mesita de noche…
A los nueve meses nació Innisaq (Niño de los Espíritus del Fuego)

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