Se quiebra la paz con el primer llanto de un mundo hostil al dejar el océano de silencio que nutre en el vientre de quien gesta vida. Granitos de paz que los cuervos se comen sin miedo al enorme espantapájaros de un mundo que enferma en silencio, entre trozos de tierra que resquebrajan la esperanza de quienes respiran su dolor. Paz es símbolo, escultura comida por la enredadera de danzarines que entre bambalinas cantan himnos, ondean las banderas de su mundo, saloncito de sonrisas de payasos disfrazados de gobiernos de intereses que alcanzan sus cajones. Paz que se construye levantando muros y alambradas, paz protegida por escudos y fusiles, paz denostada por quienes gritan luchar en el nombre de la paz. Paz debería ser un sentimiento, un aliento en el alma de quien mira al otro, un instante que se agarra a otro. Paz es un gesto, un abrazo que invita a sentarse en mitad de la tormenta abrigando la inocencia, el aula que no ruge ira, nutriendo de risas los pupitres, como cofres que otros piratas de sueños encontrarán en su viaje educativo. Paz es enlentecer las urgencias para mirar los elementales aconteceres de lo importante. Beber sonrisas, mirar el cuadro en el pasillo silencioso del museo de cuyas paredes cuelgan los relatos de nuestra vida, vivir conscientes del nosotros. La paz no se cuenta, no se canta, se construye como aldea de hombres y mujeres que suman capacidades legitimando sus presencias desplegando lo que son, lo que tienen y descubren para hacer fluir la vida. Días de paz son islotes que se buscan para dibujar un único continente emocional. Paz necesitan quienes viven en un constante sufrimiento, un instante, un sorbo, que les permitan seguir de pie en la adversidad sintiendo el respeto de ser arte y parte de la vida. Bebamos en el Día Internacional, un sorbo de paz y como decía mi padre, tengamos la fiesta en paz.
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