jose maria

jose maria

martes, 6 de octubre de 2015

Un recuerdo al viejo violinista que una tarde sonrió

Vagabundos pensamientos caminan en zapatillas por las callejas del alma, susurran los sentimientos de la música esquinada, de la trompeta picada en su boca marchita, es tonada de vida, es flujo de arcilla.
Barro que modela las manos del viejo violinista al recordar tu morada, ausencia de ruidos, de frenos, de humos, de andares, hacen de las notas reclamo de la sombra tu presencia
Es flujo, es tendencia, es una mañana rosada, la que despierta la lluvia golpeando los cristales de tu ventana. Es la mano que acaricia  el último poema para escribir el siguiente, eterna sinfonía entre farolas de amor, luces guías del camino que iluminan tus pasos.
En cada banco, en cada parque, el sonido de la vida, música de arco y cuerda, que aparece en cada calle. Tu presencia que saluda el viejo violinista enamorado, que al esperarte te busca, te desea, entre flores que no riega, si no es el agua del torrente de tu alma.
Se abre el mar entre avenidas, grises torres de ojos lánguidos, aburridos edificios de deseos contenidos que sollozan de envidia al ver tu cuello esbelto, tu cabello de sonata. Es la orilla que acaricia el negro asfalto, que introduce su lengua en la acera, como ejército de gotas al asalto. Es la ola suave de vida que moja tus tobillos, golpe de suspiro marino que deshace el ovillo, que trenza besos entre estaciones y Albinoni.
Y así las calles se hacen río, las esquinas rompeolas, dejando que el ventanal de amor  sea atraque de pasiones, entre cafés, aromas de viejas pensiones.
Ya en el banco no hay más sombra que el sombrero, pequeño barco invertido, que lleva de viaje una rosa, porque el violín ya reposa a los pies del blanco barco, de música de mareas,
enlazando los dedos de cuatro pies que se cuentan  que sus dueños se aman.
JMFP

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