Son postales en los muros de las casas que sostienen las verbenas de
recuerdos, los charcos de la lluvia entre pisadas urgentes. Fue la
sangre hirviendo la que sacudió el yugo, la que enarboló el inocente
coraje de Manuela Malasaña. Plaza de silencio, poesía dormida entre el
pan, la frasca y el zapatero.
Tacones venidos de abajo, de donde la
luna viste lunares, guitarrea el vejestorio, sintiendo codo con codo la
existencia de ese barrio, que es plaza,
orgullo y relato. Maravillas fue bautizado, entre personas de ensueño,
los vecinos que acristalan sus relatos en las calles. Maravillas entre
abrazos, nacimiento
s y bodas de castiza alianza, velatorios de verdad en
los pésames sinceros.
No fue monigote el tiempo, la cuchillada al
francés que se creyó que Madrid era aldea de la de quitar y poner. Fue
el redoble de dientes, la mirada del infante, la libertad en la sien, la
que sacudió el retrato de vecinos que en bosque de armas grito al
viento su devoción.
Botas negras, grises sombras, pero nada pudo
secar la absenta que en los geranios hace crecer las canciones. Pórtico
de ilusiones, melodías de emociones, historia que escribe el poeta que
siempre pensó publicar, escribiendo a lomos del jaco, perdido en su afán
de amar, sin más refugio que el alma regalado a la vecina.
Suenan
campanas a muerto, rosario de brisa que fueron, quienes entre luz y
escenario sintieron el edén de su retén. El de la guardiana de noche,
velando las golondrinas, que avisan la primavera en el barrio de
Malasaña. Allí luce el estanco, las escaleras de ayer, que a toro pasado
sigue siendo memoria, la que a la gente le pone en pie.
Sonetos
vagos de manos desnudas, esos que tanto afán tienen en la rima del
verano, cuando las fuentes se ahogan del calor de los madriles. Manuela
camina entre callejas, encendiendo las farolas de quienes siguen
creyendo que ser libre es un derecho. Un anhelo, un suspiro, el ático en
el que vivir allí donde sólo el cielo, saluda a los que se fueron.
JMFP
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