jose maria

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viernes, 13 de enero de 2012

Ensoñaciones de la infancia. Disculpen la ordinariez.

 Mi madre, una mujer que plateó sus cabellos a los 40 años, tenía una especial querencia por la zurda. Su revés era magistral, inconformista, inesperado, soberbio, ajustando la distancia con la fuerza precisa para que sus cinco deditos, finos y elegantes quedaran marcados temporalmente en el moflete rubicundo. Su ascendencia vasco francesa la hacía meritoria de su estridencia colérica, así como de su maravilloso rezongoneo afectivo, de su infinita ternura, repentinamente engullida por el energúmeno de la ira que se manifestaba cuando alguno de sus cinco vástagos la hacía reverberar
 las emociones intrauterinas, adormecidas por las ausencias de su descongestivo marido.
Como buena celta consideraba una ordinariez lo de los colegios mixtos, todavía casi inexistentes en España, así que decidió llevar a sus hijos varones a un colegio de niñas...Con dos cojones. Las "Madres Italianas". Unas monjas extraordinariamente altas, incluso recuerdo que macizas, ensotanadas, alegres, que me recibieron con los brazos abiertos en una clase donde solo había niñas. Yo tenía 7 maravillosos años y descubrí el embrutecimiento emocional a tan corta edad al enamorarme prácticamente de la totalidad de las niñas de mi clase, aunque especialmente recuerdo la belleza extraordinaria (quizás en mi delirio infantil) de una rubia llamada María José que pintaba y dibujaba como los ángeles y la buena de Magdalena, una niña morena de una belleza exótica, arabesca y estilizada que me pedía con un aleteo de nariz y un temblor de labios la goma de borrar...Ay, la goma de borrar...Aquello si que era una orgía mental...Pero ahora, después de 35 años, sigo viéndome con aquel uniforme azul, un pantalón que parecía una patética braguita escurridiza que se deslizaba lentamente dejando entrever la parte inferior de mi notable culo...Culazo, diría yo..A juego, el jersey sobre una camisa blanca y una linda corbata con la comodísima goma que evitaba el complejo y extraño quehacer del nudo...Y la insignia...La insignia en la corbata con la imagen grabada de la madre fundadora, con una cara más grande que la luna, llena de sorna y de malicia que miraba el mundo esmaltado desde la pechera. Y mis ganas de cagar. Aquellas eternas ganas de cagar que me producía la estancia en el colegio...Las ganas de cagar en la clase de música, mientras escuchaba las golondrinas que me anunciaban la primavera. Mi primavera. Mi timidez y mis ganas de cagar no eran buenas compañeras de viaje...Y siempre permiso denegado para ir al baño, y siempre escuchando los sonidos lejanos de mis intestinos buscando un discreto alivio en las quejumbrosas sillas de madera en las que habían sentado sus posaderas cientos de niñas, miles de niñas. Era imposible concentrarse en el incipiente deseo sexual con las pavorosas ganas de cagar...Madre, madre, ¿Puedo ir al baño? No. Espera a que termine la clase...Y así, un día, acabó la clase. Y sentado en aquella silla de madera, había metido la mano por el respaldo de listones estrechos que atraparon mi codo...Cuando quise liberarme, observé dificultades para sacar el brazo, la angustia vino en mi auxilio, pues tenía que luchar con dos extraños fenómenos. La mala jugada que la silla me había hecho, así como el esfuerzo de contención de esfínter que me sofocaba...Las niñas se iban poco a poco hacia el pasillo para ponerse en fila...Y allí descubrí el horror placentero de la cagada reprimida, entre aquel pantaloncillo modelo espido que relajó mi musculatura liberando mi brazo del respaldo. Dios mío, pensé. Me he cagado...Y ahora qué. Me puse de pies con cierta dignidad. El último de la fila. La monja alineó la formación y para mi sorpresa gritó: ¡¡Mediaaaa Vuelta!! Joder, no me lo podía creer...Estaba el primero, con mi cagada como trofeo liberador que buscaba salida entre las gomitas del pantalón, como la crema pastelera se libera de la manga...El primero...Y detrás, la bruja de Carlota, una cabrona que me sacaba media cabeza y que hoy podría haber pasado inadvertida como reina del carnaval del barrio de Chueca de Madrid...Caminamos...Una voz detrás de mi...-Huele a mierda! Y yo callado manteniendo la compostura, una dignidad que se escapaba olorosa e indecorosa...Y la voz, como si estuviera dentro de mi cabeza, al borde del delirio psicopático, repetía...Huele a mierda. Mi instinto me decía: Sal corriendo, huye, no pares hasta llegar a casa, corre y no vuelvas nunca más al colegio...Pero no...Me sentí tan cabreado, tan humillado por la imposibilidad de poder cagar tranquilo en el higiénico retrete de las monjas que con la mano izquierda a modo de paleta de albañil profesional cogí con tiento el hilillo de mierda rezumante y alegremente apoyé la mano en la noble barandilla de caoba que delimitaba la no menos noble escalera de mármol que daba al gran vestíbulo. Y así, todas aquellas criaturas supieron, de su mano mayor, o mejor dicho, por su mano izquierda que, efectivamente olía a mierda y que lo que olía a mierda era mierda. Y después salí corriendo hacia la calle, al encuentro de mi madre, ya en casa que, al verme en aquella incompostura, y después de una bofetada elegante a la par que sencilla, empezó a reírse de la situación mientras me daba una muda. Y con su eterna compostura, llamó al colegio indignada para quejarse del estado en el que había llegado su hijo como consecuencia de que alguna niña poco decorosa había tiznado de mierda la tan manoseada barandilla...Salvó mi honor, pero sobre todo, mi amor por aquellas ninfas, a veces diluidas por mi resentimiento hacia ellas pero otras, ensalzadas al simbolismo de diosas de mi infantil descubrimiento de la sexualidad".

1 comentario:

mary dijo...

QUE HISTORIA!!!