jose maria

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domingo, 8 de enero de 2012

PASEANDO POR EL TABU DEL SIGLO XXI

 Todavía recuerdo las lecturas bíblicas entre bofetada y amabilidad, de unos padres Escolapios a los que nunca entendí muy bien, pero a los que tampoco odié. Entre los libros religiosos había algunos que me atraían especialmente por sus magníficos dibujos. Reconozco mi frustrado deseo de conseguir mediante imágenes recrear mis sueños, con los lápices Alpino y un grosero carboncillo que me regalaron en uno de mis cumpleaños. Pero hubo una escena que me conmovió, perturbando mi educación religiosa ya desde la juventud. Las diez plagas de Egipto se
redondearon victoriosamente con el “ángel exterminador”, una visión invisible que se hizo real en mi interior. Los primogénitos de cada familia morirían en aquella noche dramática, como castigo a la rebeldía religiosa. Imaginaba la mirada aterrorizada de las madres, la letargia onírica de los padres, cuando el aliento de la muerte impregnaba la vida de aquellos niños. Los buenos y los malos…
En mi adolescencia, las pulsiones de muerte se hicieron más relevantes, confrontándolas con mis referentes de apego, con un mundo que se abría ante mis ojos a través del arte, de la literatura y el alcohol. La muerte como un sentimiento de vacío, la búsqueda del amor, el apasionamiento…Y comencé a escribir porque me sentía morir cuando tenía que hablar. Mi timidez era mórbida, siempre buscando el fondo del mar, deseando respirar en aquel mundo fascinante. La muerte era una abstracción. Pero aquella entelequia rondaba la vida, activaba el espíritu, generaba temores y heroicidades. El morir y el vivir se presentaban ante el altar de la creatividad, de la amistad, del odio.
Mi primera experiencia con la muerte lo fue alegórica, en el contexto del mito familiar. La heroicidad como elemento delirante que alimentaba el mito de religiosidad y muerte en la familia de mi padre. Mi padre, una figura que durante toda mi vida sentí que se acercaba y se alejaba hasta el día de su muerte. No tengo la sensación de haberle conocido bien. Pero su sentido del humor, su amplia risa congestionada nos invitó a conocer, a circular por los capítulos de su historia familiar con simpatía y desparpajo.
Aquel tío abuelo mío, cuyo nombre fue acuñado en el nacimiento de mi padre y de mi hermano. Un joven cuyo romanticismo y sentido trágico de la existencia languidecía en lo más profundo de su alma. Su mirada triste y tan lejana como las estrellas se perdía entre las poesías que escribía en su viejo cuaderno. Investido de un misticismo que le llevó a ser testigo del milagro del Cristo de Limpias cuya visión plasmó en una bella poesía durante su estancia en la Academia de Zaragoza. Un hombre que se inmoló en la Guerra de África con 25 años alcanzando los laureles de la heroicidad. La muerte tuvo entonces para mí un tinte romántico, lordbayriano. A ello se unieron mis inadecuadas lecturas de la adolescencia, en las que se cruzaban el bueno de Kafka, zancadilleado por la potencia de Nietzsche y su declaración ateísta de la existencia.
Mi paseo “entre el amor y la muerte”, tuvo un efecto tormentoso cuando, cabalgando en mis sueños por las colinas inglesas en compañía de Arturo, aceptando la muerte como bálsamo del honor y la justicia, me despertaba en una casa grande, dando un beso en el rostro de la muerte, representada por mi abuela paterna, cadavérica, encorvada por su enfermedad degenerativa, con una mirada vacía, oscura, mientras que la mano tendida levemente sobre mi hombro se posaba en un esperpéntico perro pekinés. Las comisuras de sus labios no se movían. Sus ojos, desde la oscuridad me miraban como si contemplaran la nada…Coño, que miedo.
Me apasioné con los renacentistas, con el alma aristotélica y seguía buscando la idea de la muerte como algo que sentía inherente a la idea de la vida.
“De mi se quejan y con razón me reprochan cuando enamorado espero llegar a la alegría. Con palabra cierta y con clara ilustración ella me devuelve la vergüenza y al notarlo dice: "¿Que quieres guardar de sol viviente, si has de morir y nunca serás como el fénix?". Pero de poco me sirve, si uno ha de caer, ninguna otra mano fuerte o dispuesta basta.
Comprendo la verdad y conozco mi dolor, en el otro costado otro corazón es huésped mío, que más me mata mientras más me entrego.
Mi dueño se halla en medio de dos muertes: una no comprendo y la otra aborrezco, y en esta ansiedad cuerpo y alma perecen”.
Sonetos. Miguel Ángel Buonarotti

La muerte empezó a adquirir forma de injusticia, cuando fui consciente de la represión en Sudamérica. (El Salvador, Chile, Argentina…).Fue entonces, estando ya deambulando por el puente hacia la universidad, que comencé a escribir breves páginas, cantos de denuncia a las dictaduras en las que las personas eran sometidas a la más depravante crueldad. La desaparición como una forma de muerte en vida, de vida muerta en la mente de los familiares.

“…Renegar de tu propia identidad, de tu propio ser, no es factible bajo ningún concepto. Tampoco lo creo cierto. Sí creo más veraz la duda, el temblor, el titubeo, ignorando lo que aparece ante tus ojos y lo que queda detrás.
Pequeña trapecista, sal del circo. Del gran circo en el que cada noche representas tu arriesgada función. La gigantesca carpa está destinada a morir. Las risas, las contenidas respiraciones y los entrecogidos corazones se mezclan, se tejen junto a la tristeza del monótono payaso, la apatía de las fieras… Deja de pasar día a día por el alambre intentando guardar el equilibrio apoyada únicamente en esa vieja pértiga.
Son muchas las formas de morir. Puede buscarse. Te puedes encontrar con ella…Puedes tropezar con ella. Sin embargo solo es posible morir viviendo en tu propia muerte.
Paso a paso el hombre ha escrito, y no cabe duda que escribirá, su historia. La inercia de sus actos le lleva a ello. La gran rueda de la Historia que el esclavo hombre arrastra por un camino fangoso y desconocido. Solo le queda la esperanza de que los hechos se repitan, de que la historia revalide su verdad. La verdad del hombre que de ella vive, de la que aprende y por la cual enseña. Y así, poco a poco, como si de un fantasma aterrador se tratase, esa muerte, personaje esencial de la historia ha ido adquiriendo un sentido. Muchos sentidos.
Y es evidente la existencia de una clara diferencia entre lo que es dar sentido a la muerte y lo que en realidad es. Todos los matices que la sutil psiquis de la filosofía le ha querido dar, han venido acompañados de un halo de misterio, de duda.
Los acelerados, y en ocasiones desquiciados, aldabonazos de la madre iglesia la han ridiculizado hasta intentar humillarla. Curiosamente, tan imprescindible se hace dar sentido a la muerte como a la propia vida. Lógico. El sistema, los sistemas, la sociedad estructurada en torno a una mente enferma, reprime al ser humano desde el momento en el que ve la luz. ¿Luz? Al reprimir el fuero interno de la persona, desde el alfa de la existencia, más que falta de sentido, aparece desconocimiento, incertidumbre y, paulatinamente, la ignorancia. Conciénciate de tu microcosmos, defínete como tal y vive entre sus gruesos muros o entra a engrosar las filas de los que arrastran las cadenas de la gran rueda de la Historia como esclavos de ella, diluyéndote en el espacio y en las mentes de las personas. Es inevitable de esta forma, la necesidad de buscar un sentido a la vida ignorada por el propio sujeto. Más aún, es necesario que te busquen sentido.
Y la esperanza renace cuando de pronto te sientes útil. Te han encontrado una misión. ¡Tu vida tiene sentido! ¡Por fin eres libre! Aparece el abanico de libertades, de derechos y deberes del sujeto paciente. ¡Paciente sujeto!
Así pues, al quedar en entredicho la capacidad de ser y vivir, es nemotécnico pensar que quede en entredicho la capacidad de ser y morir”.

Desvaríos sobre la vida y la muerte. José Mª. Madrid, 1978


Es en ese momento en el que encuentro la cercanía de la muerte en la expresión del arte, observándola desde mi mundo en ebullición y dando sitio a tan ilustre personaje en mis fantasías. Todo ello se produce a la vez que muere mi abuelo materno. Farmacéutico, bonachón, a quien la muerte le dio un nuevo espacio reflexivo cuando se llevó a su mujer 5 años antes de que llamara a la puerta de su retina. Me dio un breve paseo por la ética, la farmacología, la botánica…Me introdujo en el sonido del mar, en una extraña forma de vivir, dando a su comunidad aquello que producía, fuera ciencia o caridad. La muerte tenía para él un significado vital, heroico, que nos enfrenta, como solía decir, a nuestro destino, a nuestra realidad finita.
Sonreír a la muerte supone haber sonreído a la vida con sus desdichas, desesperanzas y sorpresas. Murió tranquilo, en su cama, rodeado de sus hijos, de sus nietos. Los pescadores le dieron su último adiós tocando las sirenas de sus barcos cuando el féretro salía de la casa. Lloré su muerte, pero su recuerdo fortaleció una parte de mis ilusiones, descubriéndome las pócimas como algo que estaba entre lo mágico y lo real. Veneno y medicamento, vida y muerte. Todo concentrado en un pequeño frasco de cristal, al servicio de los deseos, perversiones de los seres humanos.

José Mª Fuentes-Pila... Continuará...O no

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