jose maria

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domingo, 8 de enero de 2012

REFLEXION SOBRE LOS RITUALES DE FAMILIA



Ha sido emocionante sentir el poder evocador de Janine Robert.
Cuando me ha pedido permiso para compartir lo que estaba discutiendo con mi compañera, no he tenido ningún inconveniente en hacerlo. La tranquilidad que insufla a la interacción es extraordinaria. Y así le he contado una historia breve.
La diferencia entre los rituales de las dos familias que estaban en la conversación.   Cuando he terminado mi narración, ella tenía los ojos húmedos y su mano derecha colocada en su corazón. Me ha dado las gracias por compartir con ella mi experiencia personal.
Mi vida está llena de rituales. Mi historia vital se
 ha movilizado a través de gestos vinculantes.
Recuerdo que mi madre ritualizó la muerte de su madre a través de la creatividad. Poco después de su muerte comenzó a sentir la necesidad de dibujar. Y lo hizo hasta la saciedad. Lápiz, oleo, acuarela, daba igual. Las imágenes aparecían sobre el lienzo y sobre el papel como guiadas por una mano invisible. Lo mismo ocurrió cuando en pequeñas hojas de papel escribía poesías, o cuando la arcilla se modelaba entre sus manos para dar vida a un pescador, a una mujer, a un niño…Y así, se ritualizó el arte. Cuando salía la luna ella comenzaba a crear mientras los demás buscábamos el descanso. Por la mañana, cuando la vida  despertaba en la ciudad, ella se retiraba a la cama, dejándonos en el salón todo lo que había producido y que mirábamos con emoción. Los rituales expresivos, a veces creativos, nos han permitido comunicar por encima de las palabras, de los límites emocionales de los códigos digitales.
La casa de mis abuelos, donde fui el último en nacer, encima de la mesa del comedor, que era el lugar donde el bueno del médico familiar  “acomodaba” a mi abuela, y luego a mi madre, ha sido una especie de altar familiar en torno a la cual se celebraba, se lloraba, se daban las buenas noticias y se expresaban los más agrios resentimientos.
La cabecera de la mesa la ocupó durante el tiempo que vivió, mi abuela. Un poderoso matriarcado que llegaba a asfixiar la atmósfera…Murió. Mi abuelo, el boticario que dedicó su vida a dar medicamentos a los pescadores sin cobrarles un céntimo, a riesgo de recibir las tormentosas quejas de su mujer, pasó a ocupar el puesto central. Yo tenía mi sitio en la mesa siempre a la derecha de él. Cuando mi abuelo ocupó la cabecera, yo me coloqué en el lugar de mi abuelo. El murió, después de un breve viaje por la libertad de pensamiento después del fallecimiento de la abuela. Su muerte fue recibida por el canto de las sirenas de infinidad de barcos que se colocaron en frente de la casa, en la bahía, a la salida del féretro. Después fue mi tía Carmen, que acaba de morir, también en casa, como lo hicieran sus padres. También he ocupado el mismo sitio en la mesa. Recuerdo que una vez, un tío mío, se sentó en aquella silla. Yo tenía 15 años. Le dije con educación que se había equivocado de sitio. Se enfadó y se rió de mi. Mi abuelo le dijo en voz baja: El tiene razón. Te has equivocado de sitio. 
Los padrinos de los niños que nacen en la familia regalan a los bebes el escapulario de la Virgen del Carmen. Una señal de respeto al mar, un mar que ha significado mucho en la vida de la familia.
El Día de Reyes. Recuerdo con emoción mi propia inocencia, la magia con la que mis padres envolvían el hogar. El misterio del premio, de la bondad franca. No podía imaginar tanta bondad en aquellos tres viejos Magos…El recuerdo de la entrada en la realidad. Mi madre acariciándome para decirme que los Reyes Magos eran ellos, y que entendiera que ellos se sentían felices por ver nuestras caras de sorpresa, nuestra alegría. Después, he mantenido el ritual, de manera que los hijos que sabían el secreto, actuaban como Reyes Magos, en una noche emocionante. Y en ese momento, comencé a contarles una historia. La historia más bella que nunca he imaginado. La sabiduría al servicio de la inocencia. Esa es para mi la historia de los tres Reyes Magos.
Jugar a las palas. Es un extraño y divertido deporte. Puede ser tan aburrido como espectacular. Pero es necesaria la comunión de los dos jugadores en torno a un objetivo. Crear juego, mantener la tensión, golpear uno con fuerza, permitiendo que el otro jugador pueda parar los golpes, pero siempre colocando la bola en una posición adecuada para que el “rematador” pueda volver a golpear con fuerza. El ritual impone que  no haya vencedor. Solo puede vencer el juego, el movimiento, la tensión, la emoción. Salvar la dinámica del juego. Después, siempre, los dos jugadores se acercan, se dan la mano. “Ha sido un placer jugar contigo”.
Creo que la vida puede ser evocada como un continuun de rituales, de pautas organizativas que al fin y al cabo  generan una tendencia a la adaptación y a la permanencia. Sin embargo los rituales están investidos de un profundo simbolismo, que genera identidad grupal, identifica en torno a la acción a sus miembros y promueve la continuidad de determinados aspectos emocionales, vitales, albergando la esperanza de la continuidad de determinadas creencias. Los rituales pueden servir con diferentes fines. Algunos loables, siempre que alimenten las expectativas de crecimiento personal, de individuación, de exploración y descubrimiento. Pueden estar intrincados en las narrativas y los mitos. Un buen número de rituales marcan las historias oficiales de las familias. Estas, pueden nutrir al sistema, pueden ser elementos protectores y promotores de crecimiento. Pero respecto a los rituales como símbolos de valores grupales, debemos considerar qué sustenta el ritual, cual es la fuente de la que fluye la representación simbólica de los vínculos. En torno a las narrativas de poder podemos considerar la potencia de los medios de comunicación a través de sus mensajes ritualizados y unidireccionales sin posibilidad de generar una evidente circularidad en el mensaje. El emisor no se conmueve, no se altera ante la potencial respuesta del receptor ritualizando la verdad desde los núcleos de máximo poder. Conocer cómo se vertebran los rituales quizás sea una tarea tan compleja como estéril. Observar los movimientos litúrgicos, las dinámicas simbólicas permite preguntarse para qué se generan y se retroalimentan. Los rituales balanceados como un péndulo implacable, pueden llegar a constituirse en leyes no escritas. De la misma manera que el “derecho de la costumbre”, aquel que nace de las verdades de la normalización de conductas, en torno a los rituales pueden generarse normas, reglas, pautas de comportamiento que autolimiten las dinámicas de cambio de los sistemas, así como de los miembros constitutivos del mismo.
Los “rituales positivos” son aquellos que producen movimientos centrífugos y centrípetos entre las personas. Son invitaciones afectivas que dan el poder evocador a las personas, permitiendo en ese espacio de “intimidad grupal” en el que las puertas del contexto quedan abiertas. Los rituales en este sentido, permiten la petición de compartir una idea, un valor, un acontecimiento, organizando en torno a los elementos del ritual, pero sobre todo, alrededor de los participantes del mismo, una redefinición, una reconstrucción, una creación…Los rituales no son costumbres. No son meras tradiciones con base cultural. Son quizás, la forma de reorganizar la entrada o salida de aspectos nuevos, de personas nuevas, reescribiendo  pautas que permitan transiciones adecuadas  de ciclo vital, así como promover la reflexión y el conocimiento  entre los participantes.
Los “rituales negativos” estarían en la base del control de las personas. Los rituales negativos tendrían una tendencia aglutinadora de las personas, además de alimentar procesos de etiquetaje, estigmatizantes, más allá de los límites litúrgicos no compartidos. Una seña de identidad, una seña de pertenencia, una seña de lealtad. Esclerosan las emociones, dan rigidez y perpetuidad a las narrativas dominantes.
Creo que puede ser importante conocer al servicio de qué o de quien está el ritual, de manera que podamos saber si la liturgia es una prisión o una estación de servicio en el largo viaje de la vida.
Rituales terapéuticos
Hay algunos rituales que se integran en la relación terapéutica, a veces de manera muy sencilla. Aprovecho las circunstancias cotidianas para manejar algunos posibles rituales.
-La Carta a Los Reyes Magos. Algo parecido a la pregunta del milagro, pero que tiene un trasfondo más reposado. Reubica a los pacientes en un contexto lejano, aquel en el que se sentían libres para pedir, para soñar, para imaginar. Aquel en el que cada uno tenía una forma de entender sus motivos para pedir. En Navidad es algo que hago y ritualizo en procesos con dificultades, aquellos en los que los pacientes no sienten la capacidad para sentir el derecho a ser más felices.
-Los entierros. Generalmente en temas de alcohol. También lo he llevado a cabo en numerosas ocasiones en terapias de tabaco con dificultades. Pacientes en los que la aceptación de la pérdida del acompañamiento del tabaco se hace compleja. Los entierros dan publicidad, aumentan la solidaridad de quienes conviven con el paciente, se sienten copartícipes de un proceso de cambio complejo y promueven una ayuda ajustada a sus necesidades.
-La despedida. Tengo por costumbre escribir con lápiz durante las sesiones. O no escribir, pero acostumbro a tener un lápiz. Ese lápiz sufre el desgaste visible de la terapia, de la interacción. Incluso, si es necesario, saco punta al lápiz durante la sesión, en tiempos muertos, de incertidumbre o de sosiego. Al finalizar la terapia, regalo el lápiz al paciente. Le coloco una tapita plateada en el extremo y así se convierte en un pequeño tesoro compartido. El lápiz de la terapia ha llegado a su fin. Ahora puede pensar en escribir su vida de otra forma, más allá del borrador lejano que leía al mundo cada vez que tenía que expresar su malestar.

En fin, solo quería comentarte unas breves y simples reflexiones al hilo del emocionante seminario de este fin de semana.
Un cordial saludo
José Mª Fuentes-Pila

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