jose maria

jose maria

jueves, 12 de enero de 2012

UN PASEO POR SANTANDER


Pasear por mi Santander natal cada día tiene  algo de mágico, de sorprendente. También alimenta mi tristeza en lugares ocultos, donde los ciudadanos se hacen invisibles, donde la voz se diluye en la niebla de marzo.
Cuando paseo por Santander, no lo hago por Grecia, ni por Italia, ni por Bulgaria… No lo hago porque siento que este trocito de tierra, esta región orgullosa de ser y de sentirse parte de un Estado, de un Estado de estados, de una Europa de regiones, forma parte de un paisaje que huele a salitre, que
 nos cuenta la “espuma de los días” de Boris Byan cuando las olas carcajean sobre la orilla que refleja la belleza de su cielo. Que guarda en sus libros historias llenas de riqueza educativa, plumas que se deslizaron sobre papeles y pergaminos descubriendo el alma creativa de sus grandes hombres y mujeres. Territorio que cobijó intelectuales, que desde su puerto dio adiós y bienvenida a culturas, mitos, aventuras y desventuras.
La isla de los ratones, de los poetas, la mirada del planetarium hacia el cielo desde su piel exterior, las grúas del puerto engalanadas con sus mejores ropas acariciadas por el sur.  Santander es semblante de Cantabria. Recoge su espíritu, proyecta hacia afuera la rosa de los vientos.
La Cultura es el constructo cognitivo, emocional y relacional que nos define como seres humanos, que nos redime de nuestros demonios. La creatividad es el activo aristotélico del alma. Y todo ello genera la educación como el potencial para caminar evolutivamente. Negar la emoción de conectar nuestro patrimonio prehistórico con Europa es reduccionista y patético. La historia de la prehistoria en un trozo de tierra. Cultura, conocimiento, que nos da las guías de nuestra propia evolución dejándonos perplejos en Altamira o en Puente Viesgo.
No presentar a España y a Europa nuestros genios de la pintura, de la literatura,  me produce el vértigo del desconocimiento de lo que es el modernismo y el posmodernismo.
Vuelvo al Barrio Pesquero y recorro los espacios sórdidos en los que se divide un entorno recuperado como lo es en centro de interpretación pesquera, cuyo proyecto original era un museo. Yo ni siquiera quiero un museo a la vieja usanza. Imagino un espacio en el que los ciudadanos, los visitantes sientan la emoción de descubrir el corazón de lo que en parte somos. Los arpones balleneros, los cestos de las pescadoras que todavía llevan sueños, gritos, tirones de pelo, lágrimas de tragedia y emociones contenidas. Barcos, películas, juegos educativos que nos enseñen nuestra historia, la historia  de un pueblo que vive mirando al mar. Cultura en el corazón de la ciudad, itinerarios culturales. Sorpresas que aparecen ante nuestros ojos y que nos emocionan porque nos enseñan, nos descubren nuevos territorios culturales.
Comisariados expositivos que nos traigan de España y de Europa exposiciones que atraigan a vecinos vascos, asturianos, castellano leoneses, riojanos… No necesitamos un Museo de Arte Contemporáneo. Ya viajamos felices a Bilbao o León para disfrutar de los suyos, que sentimos nuestros. No necesitamos Centros Creativos. Necesitamos proteger la creatividad de nuestros niños y nuestros jóvenes, incentivarla, alimentarla. El talento musical debe tener verdaderos espacios formativos y motivadores. No es necesario vender un centro de música joven en el parque de las Llamas para dar cobertura a la Banda Municipal de Música que deambula por Santander sin un sitio digno en el que sentir que tiene un espacio legítimo para expresar su melodía.
Cuando paseo por Santander no lo hago por Chipre, ni por Finlandia, ni por Suecia…  Lo hago por el puerto, por espacios que pueden convertirse en focos de participación creativa y cultural, como la Plaza Porticada, imaginando la ciudad como un ser vivo, cuyo corazón creativo bombea un flujo de cultura hacia el Museo de bellas Artes, hacia el frente marítimo, hacia el Palacio de la Magdalena, conectándose con el Sardinero, recuperando todo ese espacio para un ocio activo y proactivo.
Imagino un Palacio de Exposiciones y Congresos donde las exposiciones itinerantes sustituyan algunas de las romerías invernales con las que nos deleitan sus responsables.
Imagino una ciudad en la que las bibliotecas sean centros de reunión, de lectura y debate, lugares donde sentirse hipnotizados por los libros.
Cuando pienso en Santander como capital de Cantabria, como posible Capital Europea de la Cultura, pienso en puentes invisibles que nos unen con otras regiones, que nos conectan y remitimos desde aquí lo que somos. Somos mar, puerto, historia y etnografía que tiene profundas raíces culturales con el norte europeo. Somos literatura, pintura, música. Puentes con otras regiones de Europa donde existen nichos prehistóricos, con universidades a las que llevar la potencia de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. Puentes que conecten a nuestros creadores de referencia, que permitan mostrar el trabajo y el espíritu de nuestros jóvenes artistas. Que nos recuerden nuestro periplo transoceánico.
Ginebra representa el espíritu de la unión de países. Lausanne, Estrasburgo, sí, son ciudades donde las banderas cobran sentido porque aglutinan una parte histórica del pensar europeo. Los simbolismos son muy importantes en la vida de las personas, de las sociedades. Y a la ciudad de Santander solo le falta recatar algunos que siempre han existido. Las velas de los barcos, la ciudad construida desde el puerto, historias que nos hicieron como ciudad, como pueblo, pintores que lo representaron, escritores y poetas que construyeron frescos de realidades imaginarias que nos conectan con emociones profundas, que transmiten belleza y originalidad.
Seguiré paseando por esta ciudad. Y cuando pasee por París, por Praga, Ginebra, Londres, Lisboa o Bogotá, pensaré otra vez en Santander. En lo que la diferencia y la hace única e irrepetible.

1 comentario:

MARIA dijo...

Cuando desde tan lejos de mi tierruca leo estas líneas tan maravillosas, me transporta desde México a mi Santander del Alma, que diera yo por estar ahí.

Gracias por estas hermosa narración.