jose maria

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sábado, 10 de marzo de 2012

DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER...






DE ANGELES MASTRETTA... Gracias, amiga desconocida

"He visto muchas veces a mujeres bien encaminadas al vamos a llamarlo triunfo, aunque suena pedante, que sin ninguna reticencia dan la vuelta para seguir al hombre que les rige las pasiones si es preciso al fondo de un pozo petrolero. He oído embajadoras confesar con toda la dulzura de la que es capaz una diplomática tras media botella de cognac que no hay felicidad apetecible lejos de un buen hombre y los hijos que sus perjúmenes le dejen. Tuve una hermosa amiga que al bailar podía hundirse en la música que danzaba como si imaginara al moverse sitios mejores para su cuerpo. Siempre aseguré que la fama la tomaría un día de la cintura para levantarla como si fuera Nijinski, pero ella no pudo esperar tanto, se le atravesaba muchas veces la certidumbre de que nada valía la pena si no estaba valorado por un hombre incapaz de detenerse en su belleza, ya no digamos de amarla.
 Así es. ¿Quien de ustedes no ha faltado a una junta importantísima porque su hijo tiene ronchas? ¿Quién, incluso más triunfadora que el marido, no ha escapado angustiada de su oficina a revisar la cena antes de que lleguen las visitas que a media tarde su señor -qué bonita expresión- tuvo a bien invitar? ¿Quién no es la responsable de que haya en su casa siempre desde jergas hasta naranjas, desde café hasta cervezas, desde sábanas limpias hasta botones en las camisas?

¿Alguna vez alguien ha mirado con rencor al hombre de la casa si la carne sale dura o los niños siguen despiertos a las doce?

Y esto sucede con las obligaciones domésticas, pero hay otras más cercanas y tan complicadas. ¿Qué tal pintarse los ojos con acierto? ¿Y ser flaca? ¿Y hacer gimnasia? Todo con tal de que no caiga sobre nosotras el apocalíptico "se ha dejado". El sobrentendido "se merece que la dejen". Y eso sí no, eso sí qué horror: preferible desvestir borrachos que vestir santos, preferible no dejarse jamás.

Tan bonita actitud: dejarse. Tan temida: dejarse. Tan en contra del triunfo, la dejadez.

A veces, cuando ya no se puede más, una supera el miedo y simplemente lo hace, se deja ser. Come lo que se le antoja, duerme hasta que abre los ojos, no contesta el teléfono y crece por dentro como si la libertad y la fantasía fueran posibles. Como si el triunfo, el doble triunfo que quién sabe por qué nos impusimos, fuera lo más ilegitimo y pendejo que se nos haya ocurrido.

Por supuesto el castigo no se hace esperar. Una engorda como lo hicieron sus tías, sonríe como lo hacía su abuela y pasa a formar parte de lo que se considera el ejército de viejas fodongas, de las destinadas a perder, de las que, metidas en el cretino deber de competir, no ganan. Entonces una acaricia durante varias tardes, durante muchos insomnios, el dilema: ¿Quiero ser una mujer triunfadora? ¿Quiero vivir dándole gusto a todo el mundo? ¿Voy a pasarme el tiempo con la inútil sensación de estar cercada por una lista de obligaciones y deberes que rebasa con mucho mi 1.60 de estatura? ¿Cuantas mujeres nos caben? ¿Con cuántas nos dedicamos a complacer y a gustar en vez de a estar a gusto?

¿Quiénes deberían parecernos las mujeres triunfadoras? ¿En dónde radica el triunfo cuando se vuelve devastador? A veces me pregunto si no era más triunfal la risa de mi abuela a media tarde. Por supuesto me contesto que no, que no me hubiera gustado llegar a los ochenta años preguntando beatíficamente qué es un orgasmo, para que mi marido de 84 me respondiera salamero: "Un órgano alemán que tocaban los protestantes".

¿Qué es el triunfo entonces? Lo lamento, pero no tengo sino respuestas ficción:

El triunfo debía ser dar con el valor de mandar sobre nuestro cuerpo, de no sentirlo cosa, depósito, fortuna de nadie. Despedirnos de la culpa. íQué difícil! Conozco tan pocas mujeres sin culpa, tan casi ninguna. Por supuesto no soy de ellas, pero las envidio y las observo con tal dedicación que quizá de vieja, cuando ya sirva de muy poco, me quite esa piedra del Pípila que es la culpa por las acciones y omisiones de cada día.

Triunfo sería poder educar a nuestras hijas de otro modo, respetándoles la frescura, las emociones, el valor, la fantasía, la certidumbre primera de que no son distintas ni mucho menos inferiores a los hombres. Hacerlas dueñas sin culpa de su destino, su quehacer y su tiempo.

Triunfo sería gustarnos y querernos, aun sin rimel, sin tacones, sin saber coser.

Triunfo, aprender a no rivalizar. Regar las plantas porque nos gusta regarlas no para que sean más verdes que las de la vecina, hacer gimnasia porque se siente rico, no para competir con Jane Fonda, trabajar porque nos apasiona nuestro trabajo no porque alguien vaya a venir a calificarlo. Sonreír, porque desde adentro estamos bien, no porque necesitamos el premio a la mejor sonrisa de tiempo completo.
No sé que opinen ustedes, pero visto así yo creo que nos falta mucho para triunfar, que nos sobran los dilemas y nos urge encontrar las oportunidades, darnos las oportunidades, exigirnos las oportunidades."


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