jose maria

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jueves, 10 de mayo de 2012

Santander no es lugar para viejos...

...Las manos suaves teñidas de nubes marrones que marcan historias contadas, secretos insondables. Miradas azuladas, opacas de tanto mirar el mundo, de tanto coser a la luz de una vela, de tanto trabajo, trabajo que era pan y vida, trabajo que ha sido la fuente de lo que somos hoy. Ojos sabios, bocas que hablan hacia adentro cansadas de no sentirse escuchadas. Cuentos infantiles en  palabras de ancianos maravillosos que dibujan mapas de la vida en servilletas de papel, que hacen pajaritas a sus nietos y bisnietos con el soplo de sus experiencias. Trucos de magia, sosnrisas desdentadas, lágrimas de cristal. Ser viejo es ser y existir. Ser viejo es sentir que la vida  es un bello  manto tejido de realidades y sueños. Ser viejo es sentir elc coraje de sentirse vivo cuando el cuerpo hace trampas a la mente, cuando el alma habla en silencio susurrando a los años con la lentitud de los días.
Ellos no compitieron, lucharon. Ellos se enamoraron, construyeron proyectos de vida, dieron techumbre emocional a sus sueños en un momento en el que creer en el futuro era creer en el mañana. Lucharon, criaron, cuidaron, sudaron, protegieron, levantaron casas con sus manos, escribierosn con ellas libros para la eternidad. Cartas de amor, fórmulas matemáticas, , pajares, campos segados a golpe de riñón, universidades donde solo había la necesidad de conocimiento entre la nada de la tecnología. Viejos que amaron la vida paseando por la playa, sentados en los bancos del retiro, comiendo tortilla de patatas y empinando la bota de vino. Viejos que leían en las noches de invierno, que del leer enseñaban, que conversaban, que escuchaban a sus hijos solo el tiempo suficiente como para entender y actuar.
Viejos que morían en sus camas, que cuidaban de los suyos y de sus vecinos, que eran solidarios ciudadanos. 
Alguien, algún genial arquitecto del mundo, con su estilo posmoderno, sus aires de superioridad, su invisble trituradora de fantasías, diseña las reglas de un mundo feliz. Un mundo que compite contra sí mismo, que marca el esperpéntico ritmo de una carrera de dementes perseguidos por las Furias.  Y queremos vivir más, y más, queremos que nuestros padres, nuestros abuelos, vivan sin saber qué quieren ellos, cómo quieren vivir. Personas que recorren con sus recuerdos  la Vuelta al Mundo en 80 segundos, que navegan por  nacimientos, guerras, post guerras, esfuerzos y sacrificios que hicieron sabedores de que era su futuro lo que labraban.  Los viejos no están en las plazas. No dan de comer a las palomas (está prohibido), no salen de paseo por los empedrados senderos de los pueblos que los vieron nacer. Pero los barrios de nuestra ciudad, de Santander, los caminos que se llenan de recuerdos de los viejos que nos cuentan lo que fuimos, son el escenario donde ellos interpretaron la maravillosa obra de su su vida. Trágica a veces , cómica y feliz entre cafetines y lluvia, trolebuses, botes salpicados en la bahía, trabajadores y familias que levantaron poco a poco lo que hoy es la ciudad. Recuerdos y realidades, futuro y presente de arrugas que dibujan la geografía de nuestra propia existencia. La cercanía, la necesidad de cuidar de nuestros mayores a veces se hace tan complicada, tan angustiosa en el infierno de una situación de crisis que no tiene fin, que nuestros mayores acuden a las residencias. Espacios donde estar, donde sentir, donde compartir en la cercanía la presencia de los suyos, de los nuestros. Soledad que se diluyen entre las palabras y presencia de sus coetáneos, de cuidadores, de personas que trabajan en la consecución del intento de dar voz a quienes no son escuchados. Pero una voz chillona, lejana a las necesidades primarias de la construcción del apego, una voz que se autoriza solo bajo el manto de algún personaje de Blancanieves (y que sin duda no lo es), ha decidido que los pocos espacios públicos de los que disponen nuestros mayores, en este caso un lugar privilegiado en el Sardinero, un lugar luminoso, espacioso, sea desalojado de forma inmediata sin contemplaciones, sin explicaciones, sin consideración, sin respeto.  Santander no es lugar para viejos. Ni ayudas a la dependencia, ni apoyo a las familias con personas mayores, ni centros de día donde se puedan producir encuentros entre 3 generaciones. Para el Gobierno de Cantabria las personas nos hemos convertido en mercancía productiva, siempre que paguemos impuestos, que aceptemos los recortes de derechos. Y los mayores son historias contadas y no escuchadas. Ya los colocaremos, dicen, ya se acostumbrarán, pero el maravilloso solar del Sardinero no merece ser disfrutado por nuestros mayores.  Las concesiones privadas parecen ser el negocio de almacenamiento de mayores. Cazoña se quedó sin residencia. Y ahora La Pereda pasará a mejor vida, a más lucrativo uso, posiblemente. Si esto es velar por todas las personas que hicieron posible nuestro bienestar con  esfuerzo silencioso, sin queja, con más sonrisa que llantos en sus historias de vida, algo estamos haciendo rematadamente mal.

1 comentario:

Antonio dijo...

Unos artículos muy buenos igual que el blog que es estupendo.