jose maria

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domingo, 6 de julio de 2014

POR PICO... EL CURA REDEÑO



Foto: Hasta otra, Pico...

…Pareciera que sus ojos hubieran estado una eternidad escudriñando el fondo marino.  Buceador excepcional de emociones, podía sentir el sufrimiento en la penumbra de la tierra de nadie. Cura de mar, recogía en sus redes de alegría y tranquilidad los problemas de cada persona que se acercaba a él. Remolino de mareas de septiembre, furibundo ante la injusticia, impulsivo en la inmediatez de la necesidad ajena. Tejedor de historias que salpicaban sus homilías, púlpito de todos, ejerció como activista de la vida de todos los que encharcaban el alma con lágrimas contenidas. 
El viejo boticario la daba medicamentos de urgencia. Por Puerto Chico, entraba en las cocinas de los restaurantes para pedir la comida caliente que se llevaba para alguna familia anónima en el barco de su vida, El Barrio Pesquero. 
Su risa burlona, su serio afear la miseria de palabras vanas, su silencioso sentido práctico del vivir su vocación de servicio, fueron improntas que sembraron la solidaridad entre los vecinos, familias de pescadores, familias de mar, atrapadas muchas veces en el absurdo de no poder vivir de la mar. 
Pico se remangó en el lodazal de la vida. Sus gafas colgadas del cuello, su abierta petición de compromiso a todo el que quisiera escucharle… Y a quien no quisiera. 
Guerrillero de esperanzas, blandiendo como armas el trabajo y la esperanza, desertor de la mezquindad y el boato, hombre que construyó iglesia casa a casa, velando por quienes parecieron invisibles a los ojos de un mundo ciego de codicia. 
Faro vigilante, siempre atento a las galernas de la pobreza, jamás dijiste no a nadie que necesitara una mano amiga. 
Despediste a mi amigo Alfredo hace años, convertías en alegría el teatro del sufrimiento. Siempre recordaré tu andar parsimonioso, como si acabaras de salir del agua fría de la exclusión social, enseñando a nadar a quien creía ahogarse.
Tu vida, Pico, nos permite construir un relato que se transmitirá de generación en generación. Historias que nos hacen sentir las lecciones de quienes son maestros de la vida en sus cátedras libres y sin más título que el de quien miró al mundo con transparencia. Espero que no sea una carga ser parte de todos los que te conocimos… Ahora que te puedes desdoblar en infinitos relatos.  Y entre recuerdos, risas y aplausos, me tomaré un vino en tu honor. ¡Por Pico!
Hasta otra, Pico...

…Pareciera que sus ojos hubieran estado una eternidad escudriñando el fondo marino. Buceador excepcional de emociones, podía sentir el sufrimiento en la penumbra de la tierra de nadie. Cura de mar, recogía en sus redes de alegría y tranquilidad los problemas de cada persona que se acercaba a él. Remolino de mareas de septiembre, furibundo ante la injusticia, impulsivo en la inmediatez de la necesidad ajena. Tejedor de historias que salpicaban sus homilías, púlpito de todos, ejerció como activista de la vida de todos los que encharcaban el alma con lágrimas contenidas.
El viejo boticario la daba medicamentos de urgencia. Por Puerto Chico, entraba en las cocinas de los restaurantes para pedir la comida caliente que se llevaba para alguna familia anónima en el barco de su vida, El Barrio Pesquero.
Su risa burlona, su serio afear la miseria de palabras vanas, su silencioso sentido práctico del vivir su vocación de servicio, fueron improntas que sembraron la solidaridad entre los vecinos, familias de pescadores, familias de mar, atrapadas muchas veces en el absurdo de no poder vivir de la mar.
Pico se remangó en el lodazal de la vida. Sus gafas colgadas del cuello, su abierta petición de compromiso a todo el que quisiera escucharle… Y a quien no quisiera.
Guerrillero de esperanzas, blandiendo como armas el trabajo y la esperanza, desertor de la mezquindad y el boato, hombre que construyó iglesia casa a casa, velando por quienes parecieron invisibles a los ojos de un mundo ciego de codicia.
Faro vigilante, siempre atento a las galernas de la pobreza, jamás dijiste no a nadie que necesitara una mano amiga.
Despediste a mi amigo Alfredo hace años, convertías en alegría el teatro del sufrimiento. Siempre recordaré tu andar parsimonioso, como si acabaras de salir del agua fría de la exclusión social, enseñando a nadar a quien creía ahogarse.
Tu vida, Pico, nos permite construir un relato que se transmitirá de generación en generación. Historias que nos hacen sentir las lecciones de quienes son maestros de la vida en sus cátedras libres y sin más título que el de quien miró al mundo con transparencia. Espero que no sea una carga ser parte de todos los que te conocimos… Ahora que te puedes desdoblar en infinitos relatos. Y entre recuerdos, risas y aplausos, me tomaré un vino en tu honor. ¡Por Pico!

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