Hay ocasiones en las que el no
entender se convierte en perplejidad. Y eso ha ocurrido en el último Pleno del
Ayuntamiento de Santander celebrado el 31 de julio de 2014. El pequeño comercio
somos todos en Santander. Somos los que trabajamos en él, los que consumimos,
los que invertimos y mantenemos empleos que son historias de vida, que son
parte de la vida de los comercios, de la propia ciudad. Los comercios han sido micro escenarios de
convivencia, de estancia, de consejo y compra de productos con la confianza de
quien sabe que está ahí porque tú vas. Es confianza mutua.
Pero hay políticos que están
pensando más en su propio ego, cuando no es su futuro personal… “Espejo,
espejito mágico, ¿Quién es el príncipe alcalde más guapo y narcisista de mi
propio reino?”
Santander ha sido un destino
turístico siempre. La joya del Cantábrico, recogida en su bahía, no siempre
conocida del todo, descubierta con asombro por los viajeros. Y sin embargo,
después de un año y medio de pedirle al alcalde que se posicionara contra la
declaración de ZONA DE GRAN AFLUENCIA TURÍSTICA, nos han clavado tan rimbombante título con
alevosía y, posiblemente con el silencio reafirmante de quien se ha ocultado
entre los síes pero noes, de forma
mezquina. Un alcalde que solo pisa por donde el hormigón le hace alfombra
especulativa, un político que está fuera de la órbita de una ciudad que le
viene grande aunque pierde población. Un ingeniero en proceso de metamorfosis
que digitaliza su propia sonrisa para mayor gloria de empresas que nos
quieren hacer creer que somos
inteligentes como ciudad por disponer de un pinganillo o un teléfono de última
generación en el que ver una realidad en la ciudad de “nunca jamás”. El comercio de la ciudad de Santander es,
desde mi punto de vista, una prioridad estratégica para todos. No por ser una
ciudad de servicios, sino para dar los sesrvicios óptimos en una ciudad que
debería estar en proceso de crecimiento y expansión. El apoyo al pequeño comercio es la necesidad
de reivindicar nuestra propia esencia como red de relatos, como trama de
solidaridad. Supone un esfuerzo
institucional por buscar las fórmulas que permitan disminuir la desesperanza,
la falta de expectativas de los comerciantes y favorecer una actitud
reinventiva de los propios establecimientos para adaptarse a las nuevas
demandas de los consumidores, con menos recursos, pero con la misma avidez por
consumir como fuente de su felicidad efímera e inmediata. Santander languidece hace años. Quizás los santanderinos
llegamos a pensar que nunca sentiríamos los efectos de una crisis demoledora y
que parece cronificarse sin que las familias tengamos la percepción de mejoría
en nuestra vida cotidiana. Santander pierde población, los jóvenes abandonan la
ciudad, la tierra, sabiendo que lo más posible es que no puedan volver a ella
para contribuir a su crecimiento, a su esplendor. La tasa de desempleo decrece con cuenta
gotas, algo que, ni siquiera ocurre en los desempleados de larga duración.
Pero el cierre del pequeño comercio
puede llegar a dinamitar el futuro de una parte de la ciudad.
Las grandes superficies han
sentido en sus entrañas la crisis. Posiblemente al ver reducidos sus beneficios
millonarios. Y la solución es exprimir a los trabajadores trabajando más horas
en una espacie de nuevo esclavismo laboral silente en el que el miedo vuelve a
jugar históricamente a favor de los poderosos. Las grandes superficies no
necesitan el apoyo de nadie. Su poder y voracidad son suficientes armas de
defensa y ataque para abrirse paso a través de la senda de la crisis.
La libertad de horarios en esta
danza de libertinos gordinflones de sombrero de copa felices del nirvana que ha
preparado el gobierno de la nación en estos años de “dolarización del alma del
país”, no es el único problema del pequeño comercio. Es la puntilla a los autónomos, a las familias
que viven y se desvelan por mantener la persiana levantada, por mantener el
puesto de trabajo del empleado que lleva tras el mostrador 20, 30, 40 años, defendiendo
el negocio como si suyo fuera, como si fuera parte de la familia, compartiendo
problemas, ilusiones y éxitos.
LOS PRECIOS DE LOS ALQUILERES DE
LOS LOCALES COMERCIALES DE SANTANDER SON ESCANDALOSOS.
SIGUE SIN LLEGAR EL CRÉDITO AL
PEQUEÑO COMERCIO, para renovar, reformular los negocios. Las ideas de los
hijos, en sintonía con la realidad de la ciudad no pueden hacerse realidad y
las tiendas no pueden competir. Mientras tanto las grandes superficies se
reinventan en nuevos espacios semejantes al pequeño comercio para inundar el
mercado y terminar de joder la trama comercial de la ciudad.
NO EXISTE UNA POLÍTICA CULTURAL
ATRACTIVA para el visitante que conecte con la red de comercios a través del
arte público que se identifique con la idiosincrasia de la capital de
Cantabria. El anillo cultural es una parida de tomo y lomo aplaudida por
quienes han perdido la memoria de cultura, arte y creatividad.
La presión fiscal es para muchos
comercios insufribles. Agua, basura, IBI, que es repercutido en los contratos
de alquiler.
La política de cruceros ha sido
un auténtico fracaso, cuando no, una tomadura de pelo para los comerciantes,
obligándolos a salir de su espacio natural, la tienda, para acudir con una
mesuca y un tenderete a ofrecer productos. No existe una marca de ciudad que
favorezca la identificación del Santander comercial como tractor turístico.
Esta, no es una visión
catastrofista. Es sencillamente la realidad de muchísimas familias que
mantienen de forma heroica sus comercios en todos y cada uno de los barrios de
Santander.
La Capital de Cantabria tiene
muchas carencias. El verano es muy corto, los inviernos económicos, cada vez más
largos. Hablo de economía real. De consumo, de calidad de la oferta, de generar
nuevos espacios comerciales atractivos e identitarios de nuestras
singularidades. No podemos mantener el escaparate de Santander con unas cuantas
franquicias poderosas, porque no son
asentamientos comerciales que se identifiquen con la realidad de los
santanderinos.
Amar a esta ciudad supone un
compromiso como santanderino con ella. Y eso, de momento pasa por asegurar los
mínimos de quienes mantienen el pulso de la ciudad aunque sea bajo mínimos.
El alcalde de la ciudad, desde
Miami, París, Singapur o vaya usted a saber, repetirá su discurso monocorde
sobre las bondades de su gestión en la ciudad de su sueño delirante. Once días
de Mundial (que el Señor nos pille confesados), diez de Semana Grande, de la
que ya tendremos ocasión de balbucear, un anillo cultural que nadie ve ni
identifica y el Centro Botín, que pareciera que ha levantado el ingeniero con
sus propias manos hierro a hierro.
Esto no es construir ciudad.
Construir futuro es conseguir que los santanderinos crean que tienen futuro. Y,
desde luego, en lo que a pequeño comercio se refiere, solo se le pide al
alcalde un posicionamiento claro al lado de los de aquí. Es lo que le demandan
los comerciantes. Poca demanda para la situación que están, estamos pasando.
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