jose maria

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domingo, 3 de agosto de 2014

SANTANDER. ZONA DE GRAN AFLUENCIA TURÍSTICA



Hay ocasiones en las que el no entender se convierte en perplejidad. Y eso ha ocurrido en el último Pleno del Ayuntamiento de Santander celebrado el 31 de julio de 2014. El pequeño comercio somos todos en Santander. Somos los que trabajamos en él, los que consumimos, los que invertimos y mantenemos empleos que son historias de vida, que son parte de la vida de los comercios, de la propia ciudad.  Los comercios han sido micro escenarios de convivencia, de estancia, de consejo y compra de productos con la confianza de quien sabe que está ahí porque tú vas. Es confianza mutua.
Pero hay políticos que están pensando más en su propio ego, cuando no es su futuro personal… “Espejo, espejito mágico, ¿Quién es el príncipe alcalde más guapo y narcisista de mi propio reino?”
Santander ha sido un destino turístico siempre. La joya del Cantábrico, recogida en su bahía, no siempre conocida del todo, descubierta con asombro por los viajeros. Y sin embargo, después de un año y medio de pedirle al alcalde que se posicionara contra la declaración de ZONA DE GRAN AFLUENCIA TURÍSTICA,  nos han clavado tan rimbombante título con alevosía y, posiblemente con el silencio reafirmante de quien se ha ocultado entre  los síes pero noes, de forma mezquina. Un alcalde que solo pisa por donde el hormigón le hace alfombra especulativa, un político que está fuera de la órbita de una ciudad que le viene grande aunque pierde población. Un ingeniero en proceso de metamorfosis que digitaliza su propia sonrisa para mayor gloria de empresas que nos quieren  hacer creer que somos inteligentes como ciudad por disponer de un pinganillo o un teléfono de última generación en el que ver una realidad en la ciudad de “nunca jamás”.  El comercio de la ciudad de Santander es, desde mi punto de vista, una prioridad estratégica para todos. No por ser una ciudad de servicios, sino para dar los sesrvicios óptimos en una ciudad que debería estar en proceso de crecimiento y expansión.  El apoyo al pequeño comercio es la necesidad de reivindicar nuestra propia esencia como red de relatos, como trama de solidaridad. Supone  un esfuerzo institucional por buscar las fórmulas que permitan disminuir la desesperanza, la falta de expectativas de los comerciantes y favorecer una actitud reinventiva de los propios establecimientos para adaptarse a las nuevas demandas de los consumidores, con menos recursos, pero con la misma avidez por consumir como fuente de su felicidad efímera e inmediata.  Santander languidece hace años. Quizás los santanderinos llegamos a pensar que nunca sentiríamos los efectos de una crisis demoledora y que parece cronificarse sin que las familias tengamos la percepción de mejoría en nuestra vida cotidiana. Santander pierde población, los jóvenes abandonan la ciudad, la tierra, sabiendo que lo más posible es que no puedan volver a ella para contribuir a su crecimiento, a su esplendor.  La tasa de desempleo decrece con cuenta gotas, algo que, ni siquiera ocurre en los desempleados de larga duración.
Pero el cierre del pequeño comercio puede llegar a dinamitar el futuro de una parte de la ciudad.
Las grandes superficies han sentido en sus entrañas la crisis. Posiblemente al ver reducidos sus beneficios millonarios. Y la solución es exprimir a los trabajadores trabajando más horas en una espacie de nuevo esclavismo laboral silente en el que el miedo vuelve a jugar históricamente a favor de los poderosos. Las grandes superficies no necesitan el apoyo de nadie. Su poder y voracidad son suficientes armas de defensa y ataque para abrirse paso a través de la senda de la crisis.
La libertad de horarios en esta danza de libertinos gordinflones de sombrero de copa felices del nirvana que ha preparado el gobierno de la nación en estos años de “dolarización del alma del país”, no es el único problema del pequeño comercio.  Es la puntilla a los autónomos, a las familias que viven y se desvelan por mantener la persiana levantada, por mantener el puesto de trabajo del empleado que lleva tras el mostrador 20, 30, 40 años, defendiendo el negocio como si suyo fuera, como si fuera parte de la familia, compartiendo problemas, ilusiones y éxitos.
LOS PRECIOS DE LOS ALQUILERES DE LOS LOCALES COMERCIALES DE SANTANDER SON ESCANDALOSOS.
SIGUE SIN LLEGAR EL CRÉDITO AL PEQUEÑO COMERCIO, para renovar, reformular los negocios. Las ideas de los hijos, en sintonía con la realidad de la ciudad no pueden hacerse realidad y las tiendas no pueden competir. Mientras tanto las grandes superficies se reinventan en nuevos espacios semejantes al pequeño comercio para inundar el mercado y terminar de joder la trama comercial de la ciudad.
NO EXISTE UNA POLÍTICA CULTURAL ATRACTIVA para el visitante que conecte con la red de comercios a través del arte público que se identifique con la idiosincrasia de la capital de Cantabria. El anillo cultural es una parida de tomo y lomo aplaudida por quienes han perdido la memoria de cultura, arte y creatividad.
La presión fiscal es para muchos comercios insufribles. Agua, basura, IBI, que es repercutido en los contratos de alquiler.
La política de cruceros ha sido un auténtico fracaso, cuando no, una tomadura de pelo para los comerciantes, obligándolos a salir de su espacio natural, la tienda, para acudir con una mesuca y un tenderete a ofrecer productos. No existe una marca de ciudad que favorezca la identificación del Santander comercial como tractor turístico.
Esta, no es una visión catastrofista. Es sencillamente la realidad de muchísimas familias que mantienen de forma heroica sus comercios en todos y cada uno de los barrios de Santander.
La Capital de Cantabria tiene muchas carencias. El verano es muy corto, los inviernos económicos, cada vez más largos. Hablo de economía real. De consumo, de calidad de la oferta, de generar nuevos espacios comerciales atractivos e identitarios de nuestras singularidades. No podemos mantener el escaparate de Santander con unas cuantas franquicias  poderosas, porque no son asentamientos comerciales que se identifiquen con la realidad de los santanderinos.
Amar a esta ciudad supone un compromiso como santanderino con ella. Y eso, de momento pasa por asegurar los mínimos de quienes mantienen el pulso de la ciudad aunque sea bajo mínimos.
El alcalde de la ciudad, desde Miami, París, Singapur o vaya usted a saber, repetirá su discurso monocorde sobre las bondades de su gestión en la ciudad de su sueño delirante. Once días de Mundial (que el Señor nos pille confesados), diez de Semana Grande, de la que ya tendremos ocasión de balbucear, un anillo cultural que nadie ve ni identifica y el Centro Botín, que pareciera que ha levantado el ingeniero con sus propias manos hierro a hierro.
Esto no es construir ciudad. Construir futuro es conseguir que los santanderinos crean que tienen futuro. Y, desde luego, en lo que a pequeño comercio se refiere, solo se le pide al alcalde un posicionamiento claro al lado de los de aquí. Es lo que le demandan los comerciantes. Poca demanda para la situación que están, estamos pasando.

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