jose maria

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sábado, 20 de septiembre de 2014

DALI. UN IMPULSO... EN LA PALMA DE LA MANO


…No tengo memoria. Mi piel está húmeda en el vientre de esta madre que no encuentro. Entre cortinajes de cráteres y laberintos de rocas vivas el mundo se reduce. Siento que el reloj de arena ensancha la boca de su embudo cristalino. Crezco en el útero de la tierra y se hace minúscula entre mi cuerpo que tensa la angustia al caminar en la árida oscuridad.
La mente perturbadora del artista, la que mueve los cimientos del subconsciente, que ondula realidades y diviniza lo terrenal, azuza la existencia. El ser humano es un mundo en expansión… Y sin embargo se ahoga en su camino circular, bajo la piel de un mundo que se rasga, que duele y le duele. 
El sereno del mundo no tiene  puertas que abrir en la noche de los tiempos. El sereno del mundo no escucha las palmadas que resuenan en las esquinas de la vida pidiendo auxilio, el grito sordo que le avisa. El sereno del mundo ha perdido el manojo de llaves, encarcelado en su soledad. Gira la tierra con sus pasos lentos y armónicos,  siente el aire fresco y acaricia mar, bosque y cielo. No sabe lo que es, se lo dice desde el alma, el alma del creador, mientras los trazos se convierten en líneas y las líneas en movimiento.
La celda es camino, el camino se modela como cinta sin fin. Se abre el cascarón de seda, África entrelaza su mano, la pone en el centro de su alma herida, de zarpazos, hambre y muerte. África expresa su belleza, su sabio existir entre vida a borbotones que fluye entre los jirones del dolor. Selva desconocida de emociones, de luz e inmensa riqueza, rostro de la tierra que el sereno siente. Su pierna se estira, acaricia las entrañas de América Latina, su latido apasionado, su cerebro inmenso de magia y creatividad. Roza sus tripas y el continente carcajea sabedor de su mirada intensa, de su mente colectiva que respira libertad. Y el sereno escucha a Asia, en un susurrante silencio que los fuegos ratifícales de las leyendas, del propio Buda sonriente, sacuden de la quietud, hacen mirar hacia atrás hacia al sereno angustiado por la ausencia de llaves. Tejen historias los chamanes de las Antípodas, desinteresados por el acontecer del artista, de su protagonista, ajenos al paso del tiempo, del reloj de arena que el cosmos dejó caer  en sus mares caprichosos creando bellas e inmensas costas de arrecifes. Escucha de pronto las palmadas desesperadas de Europa, de la América Posmoderna y glotona, llaman al sereno como si de de jondo se tratase en las noches clareadas de carromatos. Suplican la puerta de la libertad, de una libertad que humanice, que no niegue el abrazo, que bese la honestidad, que haga florecer la mirada de unos hacia otros como lo que cada uno debería ser, mundos en expansión.  
Creyó liberarse de su celda, cuando los pies desnudos acariciaron el barro y enfrentó el mundo del mundo. Porque el amor olvidado, enjaulado como pájaro herido, siguió corriendo por los surcos de la tierra seca. El amor que espera, que desespera, que nutre y seca, que enloquece y centra, que sana y emponzoña. Allí, en ese páramo de aventuras se encontró con ellos, con su estirpe, con quienes le reconocían como parte de su historia. Allí, en esa tierra amada, encontró entre la arcilla rojiza una llave. No echaba de menos el manojo tintineante de antaño. Una llave que introdujo en una fisura de la pared rocosa que al movimiento de muñeca del sereno abrió sus entrañas lentamente para mostrar una terraza natural… Un mirador maravilloso al Valle que conocemos como Toranzo. La Cueva del Castillo.  El sereno descubrió Cantabria y allí se quedó para siempre. Hoy, el espíritu de Dalí bordea la costa, los valles, sorprendido de lo que nunca conoció en vida. Si oís el tintinear de unas llaves en la noche y al giraros no veis a nadie, no tengáis miedo. Es el sereno del artista. Abre puertas de emociones, afectos y sentimientos, de cielo, mar y tierra, abre puertas de libertad.





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