…No tengo memoria. Mi piel está
húmeda en el vientre de esta madre que no encuentro. Entre cortinajes de
cráteres y laberintos de rocas vivas el mundo se reduce. Siento que el reloj de
arena ensancha la boca de su embudo cristalino. Crezco en el útero de la tierra
y se hace minúscula entre mi cuerpo que tensa la angustia al caminar en la
árida oscuridad.
La mente perturbadora del
artista, la que mueve los cimientos del subconsciente, que ondula realidades y
diviniza lo terrenal, azuza la existencia. El ser humano es un mundo en
expansión… Y sin embargo se ahoga en su camino circular, bajo la piel de un
mundo que se rasga, que duele y le duele.
El sereno del mundo no tiene puertas que abrir en la noche de los tiempos.
El sereno del mundo no escucha las palmadas que resuenan en las esquinas de la
vida pidiendo auxilio, el grito sordo que le avisa. El sereno del mundo ha
perdido el manojo de llaves, encarcelado en su soledad. Gira la tierra con sus
pasos lentos y armónicos, siente el aire
fresco y acaricia mar, bosque y cielo. No sabe lo que es, se lo dice desde el
alma, el alma del creador, mientras los trazos se convierten en líneas y las
líneas en movimiento.
La celda es camino, el camino se
modela como cinta sin fin. Se abre el cascarón de seda, África entrelaza su
mano, la pone en el centro de su alma herida, de zarpazos, hambre y muerte.
África expresa su belleza, su sabio existir entre vida a borbotones que fluye
entre los jirones del dolor. Selva desconocida de emociones, de luz e inmensa
riqueza, rostro de la tierra que el sereno siente. Su pierna se estira,
acaricia las entrañas de América Latina, su latido apasionado, su cerebro
inmenso de magia y creatividad. Roza sus tripas y el continente carcajea
sabedor de su mirada intensa, de su mente colectiva que respira libertad. Y el
sereno escucha a Asia, en un susurrante silencio que los fuegos ratifícales de
las leyendas, del propio Buda sonriente, sacuden de la quietud, hacen mirar
hacia atrás hacia al sereno angustiado por la ausencia de llaves. Tejen
historias los chamanes de las Antípodas, desinteresados por el acontecer del
artista, de su protagonista, ajenos al paso del tiempo, del reloj de arena que
el cosmos dejó caer en sus mares
caprichosos creando bellas e inmensas costas de arrecifes. Escucha de pronto
las palmadas desesperadas de Europa, de la América Posmoderna y glotona, llaman
al sereno como si de de jondo se tratase en las noches clareadas de carromatos.
Suplican la puerta de la libertad, de una libertad que humanice, que no niegue
el abrazo, que bese la honestidad, que haga florecer la mirada de unos hacia
otros como lo que cada uno debería ser, mundos en expansión.
Creyó liberarse de su celda,
cuando los pies desnudos acariciaron el barro y enfrentó el mundo del mundo.
Porque el amor olvidado, enjaulado como pájaro herido, siguió corriendo por los
surcos de la tierra seca. El amor que espera, que desespera, que nutre y seca,
que enloquece y centra, que sana y emponzoña. Allí, en ese páramo de aventuras
se encontró con ellos, con su estirpe, con quienes le reconocían como parte de
su historia. Allí, en esa tierra amada, encontró entre la arcilla rojiza una
llave. No echaba de menos el manojo tintineante de antaño. Una llave que
introdujo en una fisura de la pared rocosa que al movimiento de muñeca del
sereno abrió sus entrañas lentamente para mostrar una terraza natural… Un
mirador maravilloso al Valle que conocemos como Toranzo. La Cueva del
Castillo. El sereno descubrió Cantabria
y allí se quedó para siempre. Hoy, el espíritu de Dalí bordea la costa, los
valles, sorprendido de lo que nunca conoció en vida. Si oís el tintinear de
unas llaves en la noche y al giraros no veis a nadie, no tengáis miedo. Es el
sereno del artista. Abre puertas de emociones, afectos y sentimientos, de
cielo, mar y tierra, abre puertas de libertad.
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