jose maria

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lunes, 15 de septiembre de 2014

DIÁLOGOS CON LA LUNA. Garabatos de un loco... O no

Foto: DIÁLOGOS CON LA LUNA.  Garabatos de un loco… O no

No recuerdo haberte visto tumbado en la yerba salpicada de estrellas, ni en la playa donde el sol lamía mi espalda dejando cortinas de piel que me empeñaba en arrancar después de los días de ampollas…
Creo haberte visto siempre entre rejas.  Tras la ventana del internado de las monjitas, oteando el ángulo que me dejaba el ventanal del sombrío edificio de los curas en un altozano de Castilla… Más difícil fue verte tras los barrotes de la cárcel de Santoña donde la cama era mi tumba en tiempos convulsos en los que la palabra era condenada, aunque desde la enfermería podía mirarte cuando conseguía hacerme con una cama próxima a la ventana enrejada. Y después, entre hospitales psiquiátricos siempre te he buscado, sabiendo que tu sonrisa me salva. 
No fui el Capitán Trueno, aunque me enamoré perdidamente de Sigrid, aquella princesa nórdica a la que defender con mi espada de madera, subido la vieja butaca del abuelo. 
Escucho tu voz serena antes de dormir en la soledad acolchada de este viejo hospital, donde la voz del silencio se hace grito cada noche. Y en mis recuerdos agolpados, entre la fantasía terca de mi existir y mi obstinada obsesión por cuidar del mundo, acabé siendo cuidado por un mundo mudo de sentimientos. O sentires que mi cabeza no interpreta, que no consigo entender. La ira entró en mi vida por la puerta de mi casa sin que yo me diera cuenta, sobresaltado de mis sueños y delirios de pasiones por los golpes de quien decía ser mi padre, por el llanto incontrolado de una mujer que nunca rió. 
Marcial me bautizaron, como a mi bisabuelo, a mi abuelo y a mi padre.  Vida marcial y ejemplar quisieron para mí. Vida que no supe aceptar, quizás porque no quise, garabateando la pared del salón con rotuladores y bolígrafos, representando  a un Júpiter un tanto infantil, devorando a su hijo, recuerdo de mis libros de Arte.
Pero tú siempre has estado ahí, serena y sonriente, aunque a veces te haya hecho llorar, aunque a veces haya llorado tu ausencia en las noches sin luna. Corrí por las calles de una ciudad de pronto desconocida, y ante el miedo que empapaba mi alma, yo podía mirarte y allí estabas. Entre el éxtasis y el infierno mi mente construyó un laboratorio en el que mezclé y remezclé todas las drogas posibles para conseguir alcanzarte sin conseguirlo.  No recuerdo cuantos psiquiatras me vieron, pero el caso es que me tildaron de loco. Y Marcial, “el loco de la familia”, fue escondido como un deshecho. Y Marcial, el “loco por la vida”, empezó a esconderse de un mundo que no parecía escucharle. Mis dibujos empezaron a ser vistos como los de un loco que hace arteterapia, mis ideas, mis proyectos, las de un loco que quiere cambiar el mundo, el pequeño mundo en el que habito, salpicado de sufrimiento, a través de un abrazo, de una conversación en la que escuchar, huyendo del explicar y justificar.  
¿Pero sabes una cosa? Aunque el médico se empeñe en quitármelo de la cabeza, aunque le haya convencido de que tiene toda la razón, te quiero. Te quiero desde siempre. Te quiero porque has representado mi infancia sonriendo mis sueños. Te quiero porque nunca me has cuestionado el amor como forma de vivir en armonía, porque me has escuchado en mis momentos de ira ante la podredumbre que arrecia y abre las almas para rellenarla de ofertas de felicidad. Te quiero porque miras mis cuadros con atención y los interpretas en mis sueños, porque me lees, porque siempre estás cuando te necesito, porque compartes proyectos conmigo por disparatados que puedas ser. Porque crees en mí. Sí, crees en mí. Te quiero porque al mirarte mis temores se desvanecen, como los dibujos que pinto en el patio cuando la lluvia decide llevárselos a su exposición entre las nubes. 
Noto la vejez en mis manos, los años visten mi existencia, amiga. Y tú, sin embargo, sigues como siempre.  Eso me hace sonreír, Luna. 
Antes de tumbarme, vuelvo a colocar este papel en la ventana, como cada noche de Luna, porque convertido en pájaro, volará a las manos de alguien que por accidente lo quiera leer.  Buenas noches, compañera. Mañana le diré al Dr. Velarde que estoy mucho mejor, a ver si tengo que escupir menos medicación…

No recuerdo haberte visto tumbado en la yerba salpicada de estrellas, ni en la playa donde el sol lamía mi espalda dejando cortinas de piel que me empeñaba en arrancar después de los días de ampollas…
Creo haberte visto siempre entre rejas. Tras la ventana del internado de las monjitas, oteando el ángulo que me dejaba el ventanal del sombrío edificio de los curas en un altozano de Castilla… Más difícil fue verte tras los barrotes de la cárcel de Santoña donde la cama era mi tumba en tiempos convulsos en los que la palabra era condenada, aunque desde la enfermería podía mirarte cuando conseguía hacerme con una cama próxima a la ventana enrejada. Y después, entre hospitales psiquiátricos siempre te he buscado, sabiendo que tu sonrisa me salva.
No fui el Capitán Trueno, aunque me enamoré perdidamente de Sigrid, aquella princesa nórdica a la que defender con mi espada de madera, subido la vieja butaca del abuelo.
Escucho tu voz serena antes de dormir en la soledad acolchada de este viejo hospital, donde la voz del silencio se hace grito cada noche. Y en mis recuerdos agolpados, entre la fantasía terca de mi existir y mi obstinada obsesión por cuidar del mundo, acabé siendo cuidado por un mundo mudo de sentimientos. O sentires que mi cabeza no interpreta, que no consigo entender. La ira entró en mi vida por la puerta de mi casa sin que yo me diera cuenta, sobresaltado de mis sueños y delirios de pasiones por los golpes de quien decía ser mi padre, por el llanto incontrolado de una mujer que nunca rió.
Marcial me bautizaron, como a mi bisabuelo, a mi abuelo y a mi padre. Vida marcial y ejemplar quisieron para mí. Vida que no supe aceptar, quizás porque no quise, garabateando la pared del salón con rotuladores y bolígrafos, representando a un Júpiter un tanto infantil, devorando a su hijo, recuerdo de mis libros de Arte.
Pero tú siempre has estado ahí, serena y sonriente, aunque a veces te haya hecho llorar, aunque a veces haya llorado tu ausencia en las noches sin luna. Corrí por las calles de una ciudad de pronto desconocida, y ante el miedo que empapaba mi alma, yo podía mirarte y allí estabas. Entre el éxtasis y el infierno mi mente construyó un laboratorio en el que mezclé y remezclé todas las drogas posibles para conseguir alcanzarte sin conseguirlo. No recuerdo cuantos psiquiatras me vieron, pero el caso es que me tildaron de loco. Y Marcial, “el loco de la familia”, fue escondido como un deshecho. Y Marcial, el “loco por la vida”, empezó a esconderse de un mundo que no parecía escucharle. Mis dibujos empezaron a ser vistos como los de un loco que hace arteterapia, mis ideas, mis proyectos, las de un loco que quiere cambiar el mundo, el pequeño mundo en el que habito, salpicado de sufrimiento, a través de un abrazo, de una conversación en la que escuchar, huyendo del explicar y justificar.
¿Pero sabes una cosa? Aunque el médico se empeñe en quitármelo de la cabeza, aunque le haya convencido de que tiene toda la razón, te quiero. Te quiero desde siempre. Te quiero porque has representado mi infancia sonriendo mis sueños. Te quiero porque nunca me has cuestionado el amor como forma de vivir en armonía, porque me has escuchado en mis momentos de ira ante la podredumbre que arrecia y abre las almas para rellenarla de ofertas de felicidad. Te quiero porque miras mis cuadros con atención y los interpretas en mis sueños, porque me lees, porque siempre estás cuando te necesito, porque compartes proyectos conmigo por disparatados que puedas ser. Porque crees en mí. Sí, crees en mí. Te quiero porque al mirarte mis temores se desvanecen, como los dibujos que pinto en el patio cuando la lluvia decide llevárselos a su exposición entre las nubes.
Noto la vejez en mis manos, los años visten mi existencia, amiga. Y tú, sin embargo, sigues como siempre. Eso me hace sonreír, Luna.
Antes de tumbarme, vuelvo a colocar este papel en la ventana, como cada noche de Luna, porque convertido en pájaro, volará a las manos de alguien que por accidente lo quiera leer. Buenas noches, compañera. Mañana le diré al Dr. Velarde que estoy mucho mejor, a ver si tengo que escupir menos medicación…

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