jose maria

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sábado, 10 de enero de 2015

ENTREVÍAS

ENTREVÍAS
No se oye el repicar de las olas acariciando la orilla en la imaginación del maquinista. Vidas que se cruzan, vías que vienen y van entre estaciones. Primavera, Verano, Otoño e Invierno, que esperan en el andén de la existencia la llegada de los viajeros, el tránsito de pasajeros. Vías que señalan, que asignan rutas, que marcan los viajes sin más anhelo que el observar por la ventana la experiencia de irse, de venir. Viejos trenes que se aferran a los raíles entre llanuras y desfiladeros. Naturaleza convertida en bodegón cada décima de segundo. El traqueteo de la vida hipnotiza la mirada hasta que los túneles dejan ver solo el interior del vagón entre las páginas de un libro, el llanto del bebé, el dormitar musical de la adolescencia absorta en un mundo de instantáneas, de fotogramas de presente ajeno al futuro. Las manos de los amantes fugados, el ronquido del viejo que vuelve a irse o vuelve a casa sin lágrimas que derramar. Y entrevías vuelan los trenes descarrilando su destino, obstinado el maquinista que aburrido del mismo final construyen nuevas vías en su imaginación. Vías que abren caminos a través de los sueños de quienes se permiten soñar al viajar. El paisaje del alma se refleja en las ventanas al anochecer, el deseo de llegar que alimenta el tintineo de la expectativa de marchar. Tren sin alas, sigue la hilera de vidas que por esas vías pasaron de ida y vuelta, a veces solo de ida. Existencia y destino, seguridad trabada a los raíles, cada llegada es una trenza de vías que sonríe caprichosa dejando que la luna lustre su acerada presencia. Serpentean hoy en Santander, ciudad soñada, ciudad de sueños que algún día se sacudirá del monótono bamboleo de llegar para irse, de nacer para irse, porque entrevías, huele a salitre, huele a mar y a esperanza. Y el sur llevará la noticia de que el tren de vuelta a la bahía está a punto de partir para traernos el talento, la ilusión y el compromiso por transformar las vías en la proa de un bello barco de futuro.




















No se oye el repicar de las olas acariciando la orilla en la imaginación del maquinista. Vidas que se cruzan, vías que vienen y van entre estaciones. Primavera, Verano, Otoño e Invierno, que esperan en el andén de la existencia la llegada de los viajeros, el tránsito de pasajeros. Vías que señalan, que asignan rutas, que marcan los viajes sin más anhelo que el observar por la ventana la experiencia de irse, de venir. Viejos trenes que se aferran a los raíles entre llanuras y desfiladeros. Naturaleza convertida en bodegón cada décima de segundo. El traqueteo de la vida hipnotiza la mirada hasta que los túneles dejan ver solo el interior del vagón entre las páginas de un libro, el llanto del bebé, el dormitar musical de la adolescencia absorta en un mundo de instantáneas, de fotogramas de presente ajeno al futuro. Las manos de los amantes fugados, el ronquido del viejo que vuelve a irse o vuelve a casa sin lágrimas que derramar. Y entrevías vuelan los trenes descarrilando su destino, obstinado el maquinista que aburrido del mismo final construyen nuevas vías en su imaginación. Vías que abren caminos a través de los sueños de quienes se permiten soñar al viajar. El paisaje del alma se refleja en las ventanas al anochecer, el deseo de llegar que alimenta el tintineo de la expectativa de marchar. Tren sin alas, sigue la hilera de vidas que por esas vías pasaron de ida y vuelta, a veces solo de ida. Existencia y destino, seguridad trabada a los raíles, cada llegada es una trenza de vías que sonríe caprichosa dejando que la luna lustre su acerada presencia. Serpentean hoy en Santander, ciudad soñada, ciudad de sueños que algún día se sacudirá del monótono bamboleo de llegar para irse, de nacer para irse, porque entrevías, huele a salitre, huele a mar y a esperanza. Y el sur llevará la noticia de que el tren de vuelta a la bahía está a punto de partir para traernos el talento, la ilusión y el compromiso por transformar las vías en la proa de un bello barco de futuro.

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