...Vaya día que llevo. El viento
de cualquier barrio, de cualquier ciudad huele a rancio. Debe ser que el mundo
se está haciendo viejo, artrítico. ¿Oís el ruido? Somos una secuencia de ruidos
que intentamos escucharnos sacando la cera de la estupidez de las orejas de
nuestro cerebro. Las casas son celdas,
las celdas cápsulas de silencio, las calles trama de ordenados seres
fantasmales. Ni siquiera se dan cuenta
de que no llevo calzoncillos… Ya casi no
hay infracciones, me refiero a
infracciones legisladas. Qué orden, ¡Por
Dios! La peña habla con las manos, tecleando sus aparatitos que les de la vida,
que les hace sentir que están acompañados por el mundo de los vivos enlatados
en Smart. Los ojos ya no sirven para
mirar a través de los ventanales del alma que se reflejaban cuando era más
joven… O más viejo, no sé.
¿Qué coño os iba a contar? Ah,
sí… Hace 8 años me sacaron un pulmón… El derecho. Fumaba yo como un carretero,
5 cajetillas de tabaco. Un campeón. La cara de gilipollas que se me quedó
cuando me dijeron que tenía un cáncer fue hizo que me pusiera estas gafas que
me quito cuando entro en los hospitales.
Recordé mi guitarra, el lápiz con el que dibujaba monigotes en la pared
de mi dormitorio bajo los atentos guantazos de mi padre al descubrir mi
Altamira particular. Nunca tuve
demasiado cuidado con mi cuerpo, enjuto, un poco encanijado, pero flexible a
pesar de mis cabalgadas por la vida saltando obstáculos que siempre creí
salvables. Pero el cáncer me acojonó.
Mucho… Morirme no entraba en mis planes, y menos por fumarme la vida entre
momentos estelares de escenarios sórdidos y tristezas poéticas de trabajo en
trabajo, entre pensiones y pisos de alquiler hasta que acabó mi periplo en el
quirófano del hospital. La vida está
dentro de uno, me parece. Lo de afuera es el teatro en el que interpretamos
nuestras propias experiencias. Y decidí
que no estaba preparado para rendirme. Hoy es el único día que descanso. Cada 4 de
febrero. Es el Día Mundial contra el Cáncer. Así que hoy, como cada año, descanso
y miro tras mis gafas de sol el mundo pasando alrededor del eje del tío
vivo. Mañana volveré a mi trabajo
recorriendo hospitales y Consejerías de Sanidad. Me dedico a multar a quienes no cuidan de los
derechos de los enfermos con cáncer, a quienes recortando recursos sanitarios
dicen hacerlo en nombre de la calidad asistencial y se quedan tan anchos. Mi
lugar preferido es el ala oeste, de las
casas blancas, lugares de luz donde los niños con cáncer me atraviesan el alma
con sus sonrisas, sus dibujos y los cuentos que ahora pintamos en las paredes
entre carcajadas inocentes. Regalo sus risas escritas en mi libretita a los que
atienden a esos bellos brotes de vida que la enfermedad quiere marchitar,
mientras los jardineros y jardineras del hospital, médicos, personal de
enfermería, riegan con su cariño y conocimiento, abriendo los pétalos de la
esperanza. Hay todavía gentes sin alma
entre políticos y gestores que creen que lo de morirse es un acto que se ejecuta
a pelo. Que paliar el dolor es como quitarle la chispa a la muerte. Le manda
cojones. Vaya multazos que les doy. En
fin, que parece que de momento no me muero, pero vivir cuidando y denunciando
la letargia del alma de algunos permite que el cáncer se esconda cada vez más
ante la ciencia y el amor, que deberían estar más emparejaditos, a veces.
Me pongo peñazo. Voy a Malasaña.
La mañana es fría, pero en la tasca el café es delicioso a estas horas de la
mañana. El aire es limpio en el interior. Me gusta mirar a Doña Rosa, la
portera del 33, estrechar la mano de Manolo el barrendero más divertido del
mundo. Cada 4 de febrero quedo con mi hija María. Viene del otro lado del
mundo. Es oncóloga…
Mi agradecimiento a todos los
hombres y mujeres que dedican su vida a salvar vidas, luchar por ellas, dando
lo mejor de ellos mismos, aliviando el alma cuando se intuye su fuga al mundo
de los sueños.
DIA MUNDIAL CONTRA EL CÁNCER
José María Fuentes-Pila
FOTO: Luis Chicote
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