… Yo ya apenas podía creer y,
mucho menos, ver más que un brillo lejano parpadeando. Pero al acercarme
comprobé que eran luciérnagas buscando luz. El aire es un manto de asfixiante
existencia, la oscuridad, un legado del ayer.
Mis manos enredadas en los
recuerdos querían alcanzar aquellas lucecitas tintineantes que se mezclaban con
la ilusión de las estrellas. Libros entreabiertos presa del juego de los
vientos que brujulean buscando el norte en la llanura del alma. Luciérnagas que cosen sueños como modistas de
amor. Enhebran la aguja luminosa para no perder de vista la línea de la sutura
que marca nuevas formas de vida en el bosque de sentimientos en el que perderse
para encontrar el espejo que abre sus entrañas cristalinas saludando a los ojos
que se reflejan.
Luciérnagas que tiñen de amor la
noche. Amor que se disfraza, disfraces de amor. Carnaval de luz entre sombras
de vida. Amor que brota como deseo de hacer suya la mirada del otro, efímero
como un golpe de mar, eterno en las páginas del libro que yace en la tumba de
la vieja biblioteca de los sueños. Rutas
de amor que salvan la angustia de remar contra corriente en los océanos del
vivir. El amor entre líneas, que sosiega que alivia, el amor que libera y conecta
con hilos de luz las cuentas de la esperanza. Amor inocente que brota de un vientre de anhelos.
Amor que abre zanjas en las tierras desérticas del odio. Amor que anida en la
conciencia de los laboratorios donde se
destila en azul del mar. Amor que entrelaza manos y fabrica besos como bocados
de vida. Amor en la mano que no suelta la mano, que lleva a hombros cicatrices
de historias abiertas hasta el hueso.
María escribía sin más ruta que
el garabatear de emociones la hoja en blanco, arañando de su alma, pétalos de
rosas que caían en la mesa de madera, aromatizando la raíz de su leve
inspiración. La espera de la vida, el
timón de su desazón, el alma al viento, las manos en sus hombros, el aliento a
salitre y tabaco, la llegada, una lágrima de emoción, el cuerpo desnudo bajo el
vestido de lino, de día, de diario. El beso entre la cascada de cabello y la
orilla de la oreja, la paz. El amor corpóreo, el que enreda y desenreda la
madeja del dolor, el amor bujío de vidas que se encuentran entre paréntesis. Y
María sintió la luciérnaga en su corazón. Luminaria de noche abrigando el
amanecer atada a su propia libertad. Así sintió María la luminiscencia de una
tarde de febrero en el que el amor seguía teniendo sentido porque la piel graba
su melodía a través de las caricias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario