Mientras escribía sobre el último beso, aquel con el que das als
gracias, aquel que la muerte recoge con sus manos delicadas y lo
deposita en el alma, EDUARDO GALEANO SE FUE. Poeta de una revolución en
la que las cadenas se rompen entre párrafos y palabras, entre cuentos y
libros, entre poemas de amor y locura.
Maestro en la sombra de
muchas sombras que se han permitido mirarse al espejo de la dignidad,
siempre recordaré a Hanna, esa bella loca que nació para
cuidar al sol y a la que, menos mal, nunca pudieron curar los fármacos o
los manicomios. O esos frutos anaranjados escondidos en los árboles que
una niña dibujó a su padre en prisión por tener "ideas ideológicas". Y
que no eran naranjas, sino los ojos de los pajaritos escondidos y que el
guardia no dejaba entrar en la celda. Tu voz grave y acompasada siempre
será un susurro de esperanza para todos quienes creemos en un mundo más
justo. Hasta siempre.
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