jose maria

jose maria

martes, 21 de abril de 2015

Ensoñación en el día Mundial de la Creatividad



La noche no parecía tener fin tras la boca desdentada de la gruta.  El frío apergaminaba las paredes, como musculatura viva de la montaña. Y la espera amasa la angustia como sus manos lo hacen con los pocos alimentos que yacen en los recovecos del laberinto que se pierde a su espalda entre el quejido de los ecos que la tos de Aia devuelve de su negra garganta.
Sus ojos ancianos, destilan el miedo y el coraje de la supervivencia. Su desnudez delata sus 16 años en un cuerpo bello en su curvatura, en las dimensiones de su cráneo que parece empujar hacia atrás para que su frente se abra al universo por descubrir. Largos brazos que ya no quieren alcanzar el suelo, decididos a dar un uso mágico a sus dedos, pechos de una madre que acoge el amor primitivo, íntimo, en comunión con la madre tierra, el hermano fuego, la diosa luna. Su cachorro, su vástago, el dibujo en movimiento de una nueva realidad, la propia perpetuación como impronta de un profundo sentimiento de identidad que se afianza en su corazón. El fuego dibuja sombras ante sus ojos humedecidos por una estrella lluvia que sale del alma. Sonríe mientras llora la espera.  Y los pasos de Oua no disimulan la prisa por llegar al inhóspito hogar, hogar a pesar de todo, hogar que familiariza a aquellos seres ancestrales de movimientos sabios, que danzan con la naturaleza, que nacen, viven y mueren en ella, con ella.  Su presencia poderosa hace sonreír a Aia, sintiendo la protección de su cuerpo, de su fuerza que cada día bucea en el valle para obtener los frutos que alimenten a su mujer y a su hijo Zan.
El abrazo de cuerpos que se conocen, que se reconocen, el amor sin cuartel, sin palabras, en esencia, de dos seres que oscilan entre la vida y la muerte como acontecimiento cotidiano. Pero esa noche solo podían morir para resucitar al amanecer. La luna se asomó al ojo chispeante de la cueva celosa de algo que anhelaba del sol sabedora de su eterno amor frustrado, eclipsado por la presencia de ese bello plantea azul, muy azul que observa cada noche.  Los ojos de Aia se abrieron entre el calor y el placer del cuerpo que lo arropaba. Miró las rocosas paredes  sobre sus cabezas, recordó al gran bisonte, bello señor de las praderas del que en más de una ocasión habían huido inútilmente, porque nunca los persiguió,  Se incorporó, acarició la piel pétrea del interior de la montaña, la piel de su casa, sintiendo la untuosa sensación de la grasa mezclada con barros rojizos mientras deslizaba sus dedos por los relieves de la roca. Instinto que expresa, que mueve y conmueve. Allí estaba ella extasiada con su obra, salida de sus dedos como trazos de vida… Mientras tanto, el profundo sueño de Oua describió el arco iris tensándose en el horizonte, completando la curva. Y estrellas fugaces salían despedidas desde el interior de su seno hacia un cielo que se despierta atravesando nubes deshilachadas. Y al despertar, esa idea cobró forma maravillado por aquel bisonte brotado de la roca, a través de las manos manchadas de Aia. Dos días fueron suficientes para que aquel hombre construyera un arco tan rudimentario como eficaz. Un arco que marcó su existir en los años venideros. Un arco que trajo al bisonte en forma de alimentos y pieles…
Amor y creatividad se dieron la mano entre sueños. Y algo nuevo surgió de aquellas manos que entrelazadas anudaban su futuro incierto.

No hay comentarios: