La piel deja de ser piel cuando
el beso se convierte en cáliz, cuando los labios hablan sin palabras, el
silencio respira brisa de alma que busca alivio, cuando los rostros se
difuminan al construirse el beso, obra artesanal que ordena el mundo por un instante.
Beso salvador de las angustias
infantiles, beso con olor a coraje y esfuerzo, beso con olor a padre. Beso de
adiós, de bienvenida, beso que se desliza entre el abrazo, furtivo, prisionero
de los latidos del corazón. Besos que
alzan su grito mudo entre las corrientes de un océano de pasiones. Beso que
serena los laberintos de dolor, de tanta carga invisible que dibujamos con la
tinta invisible del vivir. Beso de buenas noches, de buenos días, beso
rutinario que se aburre de quedarse pegado en el rostro indiferente, abandonado
como hoja de otoño, como musgo en la rocosa mejilla de la indiferencia. Beso
tardío, pendiente del trapecio del amor, beso escondido entre las ramas del
último roble, allí depositado por la ninfa que viajó más allá de los paraísos
perdidos en busca de un beso que no sea el suyo. Beso que se deposita, beso que se entrega,
beso que se regala, que se escribe o que se pinta. El beso del abuelo,
tembloroso, salpicado de historia que se concentra en una lágrima. El beso es
martillo de la mezquindad, es mordaza de la ira, ventisca del polvoriento odio
que se deposita en las esquinas de la existencia. El beso es el primer regalo que recibe el
recién nacido, es vínculo, es apego, es simbolismo de un amor que saluda el
llanto ante la hostilidad de un medio que no fluye. El beso es volver a
respirar debajo del agua. Es el beso de la madre, de su presencia perenne entre
venas que recorren el mapa de vida. El beso es amor porque legitima al otro
ante quien besa sin prejuicios. El beso es lluvia que reverdece la sonrisa en
el jardín estival de la mirada cansada.
El beso es luna. Luna que besa a
las mareas, mareas que besan el bello espejo de su piel sin saber si es suya.
Beso que modula olas, olas que besan la orilla de la última playa. Y en el
último instante, el último beso. El que da las gracias, el que recoge la muerte
con sus manos delicadas para ponerlo en el alma, allí donde los labios
entumecidos, ya no llegan.
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