jose maria

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lunes, 6 de julio de 2015

LAHABITACIÓN 103



La tarde no quiere dar sitio a la noche entre gemidos de luz naranjas y morados,  sombreando la bella cúpula del viejo hotel.  Una ligera brisa sacude el pelo del viejo Hernán.  El viaje agotador para todos los mortales, no pesa en sus añosas espaldas, venido desde los confines del mundo, donde la Patagonia conserva un rincón primaveral entre buques de hielo que se derriten en silencio llorando las decisiones de un mundo que no decide. En ese hueco de arrogante belleza, ha vivido durante los últimos 20 años, en el hotel que ha sido su obra, su joya, el Hotel del Fin del Mundo. Un edificio acristalado, veteado de madera cálida, con breves arcadas gaudianas que reposan bajo el peso de la terraza desde la que las ballenas saludan a los huéspedes antes de atravesar el Cabo de Hornos.  Los miles de kilómetros recorridos le hacen sentir una tristeza renovada, ajena al pasado que pensaba tenía cerrado en su cofre de hielo y luz.
Buscó su mano la llave maestra antes las puertas del viejo hotel. Silencioso, desván de historia e historias, agrisado su rostro, fachada orgullosa de años de orgullosa pasarela de visitantes, ahora mira a quien fuera miembro de su Consejo de administración casi 50 años. Y hoy hace su última visita antes de dejar la llave a la promotora que hará pisos para no se sabe qué extraña clientela. El olor a cerrado, las sombras polvorientas, el silencio de la bella recepción en la penumbra, un cigarrillo apagado en el cenicero de cristal de la mesa que sigue pidiendo a gritos las flores que cada día la vieja Claudia ponía con mimo en el jarrón orgulloso de su centro. Todo ello hizo que su alma salpicara una lágrima de emoción  por su rostro, ahora, parte de aquellos recuerdos.  Las alfombras saludaron sus pisadas sin apenas dejar que la madera se quejara. Las lámparas de amplias arañas dejaron que la luz de las ventanas se centrara en sus collares acristalados para dibujar los pasos de aquel personal que lo fue hasta el último día. Fiel a la historia del hotel, haciéndola suya, perfiles transformando las personas es personajes de una vaporosa película en blanco y negro.  El ascensor le suplica disculpas por no tener fuerzas para llevarle al primer piso. Y la escalinata le invita a acariciar la piel de caoba del pasamos eterno. Y al llegar al descansillo, volvió a mirar al pasillo de la derecha. Al fondo, de frente, se encuentra la habitación 103. Volvió sus pasos hacia la puerta, después de años de clausura.  En ella se escondió cuando apenas tenía seis años, mientras su abuelo, fundador del hotel, le buscaba jugando al escondite. La 103 era solo un ensueño en su memoria. La oscuridad se abrió enfurruñada al encenderse una lucecita que siempre había estado allí, siempre apagada. La llave maestra entró limpiamente en la cerradura. La puerta se abrió sin que tuviera que empujarla. Y Hernán avanzó siguiendo los pasos del sol del atardecer que se filtraba por la persiana medio abierta, medio cerrada.  Se sentó en el sillón de grandes orejeras, mirando las paredes empapeladas, la cama enorme, con su dosel recogido con el mimo de la gobernanta que siempre sintió que gobernaba un país, el suyo, habitación por habitación.  Hernán sintió un profundo cansancio, el que lleva al alma a tocar con su espalda la arena de una lejana playa. Y Cuando creía estar cerrando los ojos, el duende de ojos transparentes le sonrió. Vestido con el uniforme del hotel, impecable, diminuto, se apoyó en la pared con un cigarrillo que apareció repentinamente en su mano derecha. Los halos de humo se proyectaban contra la pared que había perdido la mayor parte de la piel florida, dejando un hueco blanquecino. Y Hernán miró hacia allí. El humo se diluyó en la pared, dejando una pantalla, acuosa, en la que empezaron a aparecer imágenes. Un café intenso en la terraza, poemas surcando el viento como bellas golondrinas, una caricia en el pelo castaño, el lápiz sin punta sobre un garabato, el libro de sus sueños, el primer beso, el último beso, las sábanas como banderas de barcos de pasiones, los pasos por las calles de la gran ciudad, la risa, la sonrisa, la carcajada de quien amó, un edificio de cristal  en forma de ola atrapado en la ladera frente al espigón, el brindis de dos cañas, el abrazo de un amigo, la última flor en su tumba, el llanto del bebé al nacer, el cobijo del pecho amado, el coraje ante la adversidad, el hombre en la fila de la vida, en la tormenta, la mano que no se suelta, las tertulias en el corazón de un lejano Madrid, el foulard haciendo mareas azules y verdes, los artículos científicos del viejo maestro, el microscopio enseñándole la vida más allá de la realidad forjada. Los consejos del viejo Saramago escritos en una servilleta de papel, la ginebra del joven pintor dando vida ebria a sus cuadros, la mirada tuerta de la madre que pinta sin mirar, el niño del helado sentado en la playa, el taller de creatividad en el que aprendió que crear es cuestión de dos o más de dos, el dolor de la pérdida de un padre, las dudas, las certezas convertidas en cenizas, la mirada serena y cálida que dice amor, la conferencia a los 25 ante 500 personas con la boca seca, el estudio en una cocina de largas noches de desvelo, el sueño, los sueños, la crianza, la libertad en forma de ninfa, el olor de la piel desnuda, el mar oliendo a abrazo, el saxo solitario, el traje negro, las flores en la piel de un vestido primaveral, el otoño, el niño silencioso de un autismo del mundo, los robles danzando en busca de un lugar para crear un bosque, un relato que fue verdad, un libro de breves historias dibujadas, los cuadros que robados que encontraron en el sótano, el político que salió esposado de la suite, una cena a la luz del vino blanco, la honestidad de los ojos que escuchaban al hablar, la depresión en la mirada, la locura incierta, la familia que llora, la que se va enseñando lecciones de vida, nadar en mar abierto, el desesperado salvamento de aquel chaval que pesaba como un cachalote, conducir sin rumbo, el avión que desplaza la realidad, el respeto de quienes saben, la mezquindad de quienes no saben, los dibujos en las paredes, la cueva fresca, el grijillo del camino de la vieja casa, un grupo de personas luchando por un proyecto, la tierra amada, la pulsera en la playa regalada por el mar, la voz del viejo psiquiatra condenando la psiquiatría, la creatividad aprendida y descubierta, el amor que cura, el fracaso de un proyecto, de dos, de tres, la sonrisa ante un pequeño éxito, las gracias de un vecino, la ermita solitaria, el Paredón de san Miguel, la pluma de Hemingway con su tinta invisible, el Argos atravesando sueños, la casa de Robert Graves en un rincón de la isla, Manuel, el cocinero eterno inventando platos, la música del último pianista, los murales de los niños construyendo muros contra la violencia, la romería con 14 años, el miedo a los fantasmas, los fantasmas miedosos que huyen de la luz, los apuntes en folios blancos, las cartas cuando se escribían esperando el viaje de regreso, el olor del alcanfor, los tarros de botica convertidos en floreros,  el aplauso sincero, la mano que levantó la espalda de la derrota, las caracolas de mar de Viridiana, el respeto, la admiración por los talentos sencillos, La visita de Maturana, la última clase dada por los alumnos al profesor, el loco que descubre su libertad… Y de pronto el duende habló borrando la película. Solo 103… Las que tú has decidido, las que has visto y soñado…
103. Y Hernán se deshizo de la llave. Lo hizo sabedor de que tendría problemas. Pero el duende sabría cómo resolverlos para llenar de luz aquel hotel, bastión de vida y esperanza.

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