jose maria

jose maria

viernes, 7 de agosto de 2015

GIRASOLES



El barbecho de la vida llama cada dos años a alinearse los campos de mundos. Seres aparentemente iguales bajo la atenta mirada de un sol que ordena y pasa lista.
Y así, entre mares de turnos, entre filas de silencio,  un suspiro, las pipas salvadoras de la sed de pasiones, surcos de breves raíces, se encontraron Girasol y Girosella. Tan iguales, tan distintos, entre el tumulto de sudores que nada espera. Una estación, un suspiro, las pipas salvadoras que retienen el agua que los tallos bombean desesperados.
Dos que se revelan, que no miran al sol que los ordena.
Dos que se observan, que sienten que sus rostros son bellos, diciéndoselo al oído, dejando que el ejército de inmóviles compañeros reciba entre las filas, la brisa de palabras que liberan.
Son dos en un campo de cientos, de miles, que no encuentran sombra en la paz, que se recogen en el secreto abrazo de la noche tibia.
Fuerza la luz el grito, pero Girasol y Girosella ya no están en su lugar. Una línea de pipas deja el camino de tierra. El cielo trenzado de cirros señala cien destinos para confundir al sol.
Y la muchedumbre de miradas cegadas de luz, susurra escupiendo sus frutos secantes, negándose a la espera de un destino ajeno a la madre tierra.
Las raíces se sacuden, se tocan. Red de vida oculta que conecta sus presencias. Y esas almas escondidas  bajo la cofia de pétalos amarillos, se reinventan mirando alborotadas en todas las direcciones. Ya no quieren luz, sino la sombra del compañero.
Y el campo dejan seco, llevándose en las pipas el agua de vida que les permite seguir sus propios pasos, como hicieran aquellos dos seres, girasoles, tal vez soles que, al girar, fueron luna.

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