jose maria

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viernes, 7 de agosto de 2015

SEGUNDA PLAYA

Mientras Maynar se convierte en estos días en el fotógrafo del alma de las playas de Cantabria, con sus pinceles como objetivo, plasmando instantáneas que cobran vida en sus lienzos,  empiezo la agradable sensación del verano cerrando los recuerdos de cuatro años en la estantería de la experiencia, pensando en el futuro como un presente continuo en el que se cruzan proyectos, ilusiones y alguna que otra dificultad. Así, en mi playa, la Segunda del sardinero, tumbado en una toalla con cuerpo de esterilla sacada del último armario en el que escondía su descolorida existencia.  Playa, escenario de vida desde la niñez, orilla de carcajadas, de castillos y murallas de arena que en septiembre hacíamos, a la espera del brusco golpe de mar que anunciaba la pleamar devorando repentinamente las mesas plegables, sombrillas y demás cambalaches de quienes deseaban la brisa a pie de ola, sin saber que la mar de septiembre tiene hambre de arena.  Playa que fue poblado de familias entre toldos multicolores. Mercadillo de cuchicheos, de miradas y risas, bajo la atenta mirada del guardián del verano, el eterno barquillero sin edad.  Playa tumultuosa, observada por aquel viejo balneario de madera con sus grandes altavoces que vomitaban la música de los años 70, teniendo como diosa a Karina, sacudiendo del sueño burbujeante del alma al mismísimo Buda.
Playa romería, de vendedores y vendedoras de cangrejo, quisquilla, caracolillo, patata frita, cacahueeeee… El run run de las voces fue siendo menos intenso con el paso de los años.  Murió el viejo balneario, convertido en poco tiempo en una extraña esfinge desfigurada, modelada por el nordeste.  La pátina de arena convertida en amplio campo de fútbol, pelotazos y carreras que de pronto enfilaban las olas y como jauría hambrienta de mar, hacía de los amigos, una locura de espuma y coles que hacían levantar la voz de las viejecitas que aliviaban sus varices cagándose en nuestros muertos en un alarde de expresión verbal clarividente.
Playa, la segunda, donde siempre fue difícil jugar a las palas, sonido monocorde que invitaba al sueño resacoso sintiendo el salitre benefactor en la piel de los 18 años. Mar que nos enseñó a nadar de la mano de la madre, con aquellos gorros de baño con flores de goma, como boyas protectoras ante la confusión del oleaje.  Playa de verano, pasillo de pensamiento de otoño, encuentro con la soledad en invierno, arboleda de sueños en primavera. Playa de mar gélido para quienes desde los lugares del interior tocan sus tobillos con el agua en un grito ensordecedor.
Playa que cierra los ojos a los temporales, que se transforma y enmudece su belleza ante los golpes de mar que la silencian. MI querida, Segunda Playa, refugio del mar agónico en sus hazañas, salón de baile en la Noche de San Juan, playa que cambia observando el devenir de sus visitantes, algunos fantasmales, otros por llegar con el cubo, la pala y el torpe andar por su arena de una vida por crecer.

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