jose maria

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lunes, 23 de noviembre de 2015

ARBOLES

Árboles que se miran ciegos, acariciando sus dedos centenarios, susurrándose los silencios, escuchando el arrullo de la noche. Árboles, sinfonía y coro de los vientos de otoño, música que desplanta el grito desgarrado del miedo.
Árboles que se cuentan que son pareja. Árboles, siluetas de pasiones, testimonio de amantes que clavan su corazón en la corteza de la vida.
Árboles de alamedas, salpicaderos de humaredas, sombras de un infierno que la vida desertiza.
Árboles a los pies del río, estuario de un paisaje milenario, árboles solitarios en la estepa de una mancha que no ensucia, que deslumbra en su presencia.
Árboles molinos, locos caballeros que sueñan con sacudirse de su sitio, imaginarios pensamientos de esos árboles que nos regalan la vida y que hacemos papel.
Árboles que sufren cuando ven marchar los camiones de troncos mudos de savia, que no entienden de hachas, que aceptan el rayo. Árboles que lloran lágrimas de fuego, el de la estúpida mirada del hombre de corazón negro, que no sabe de verde, que ignora que está de paso por el bosque de la vida.
Árboles siempre nobles, árboles que se escapan de los parques de hormigón, desnudos en su belleza, ajenos al tiempo crecen tocando el cielo sus copas.
Árboles, no os plantamos, perdonad nuestra idiotez. Plantados, nosotros en el mundo, sin más raíces que el miedo, no aprendemos de vosotros, maestros del silencio, señores de vida.

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