jose maria

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lunes, 23 de noviembre de 2015

EL HERRERO

No hay dioses en el templo. Cruzan sus papiros, leyendas y miserias, que guardan en secreto en las almas de mortales, ajenos al tiempo. Héroes de papel, guerreros articulados, entre aventuras sacudidas de desdén.
Es el herrero, martillo del viento, poeta de hierro, forjador de barandillas que se repujan buscando la vista del atardecer.
Poemas que se graban a fuego en las entrañas de un olimpo sordo, de divinas comedias, carnavales de autismo, agujero de metáforas que agonizan en el fondo del pozo negro.
Es el dios la quimera que reduce la pasión, escrita con sangre y clavos para crucificar la libertad de amar. Es la eterna lucidez del alma que se esconde entre legajos, alejandrina presencia de luz que busca sitio entre las artes, convulsa inquietud del niño que no abandona su pulso con la vida.
Herrero enamorado, templa con aguas de un cielo lleno de olas de frescura, la espada del último hombre, ni héroe ni dios, espada pluma, pincel y arco del violín que busca sitio en el limbo del amor.
Herrero que sacude la vida entre volcanes y glaciares, que protege el amor como fortín troyano, donde sólo entrará una reina vestida de doncella, donde el herrero corona su presencia.
Dioses que languidecen entre tabas y solitarios, armados de miedos y castigos, inmola el mundo al absurdo, sin saber que el viejo herrero los vigila silencioso, para soldar sus cadenas al poste de la ignorancia.
Y en la playa espera el barco que sólo es proa, sin más popa que el recuerdo, ojos cerrados que aguardan la eternidad de un amor que, por divino, duerme en la tierra fértil azulada, milenaria, que siempre fue el amor.

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