jose maria

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martes, 8 de diciembre de 2015

CAMBIO CLIMATICO

Mira de reojo el índice de metal, Torre Eiffel, anfitriona de todo y de nada, máscara o mascarada. Máscara en los ojos de quienes a ciegas se reúnen para decidir no decidir sobre la Tierra que pisan, que pisamos, la que no es suya, en la que vivimos de prestado sin mirar a los ojos del planeta que nos acepta a pesar de los pesares. El cambio para que nada cambie, mientras la Tierra cambia forzada por discursos huecos, primos de presidentes enfundados en escafandras blancas mirando la realidad entre plasma y plomo. Ríe todavía la inocencia de los niños como la de Tierra, aunque su ropa, manto azul entre nubes disfrazado, tenga agujeros que la madre no puede remendar. Pulmones que se ahogan entre verdes selvas, bajo hachazos de hormigón que el altar de la ignominia venera. Es la guerra silenciosa, la del hombre contra su Tierra, la del presente contra un futuro que por incierto se sortea entre mármoles de estupidez parqué con campanadas, la de cabestros del mundo que eterno creen su poder.
Los mares se defienden, no saben de ricos y pobres, eso lo saben los ricos, dejando el mundo de pobres como chivos expiatorios de la ira del planeta. Cambio para que nada cambie, desertizar los campos como desierta es la inteligencia, esa de la que hacemos gala entre pantallas, satélites, y misiles, esa que brama justicia mientras firma contratos que desbocan la injusticia.
Me gusta sentir que estoy de paso, inquilino de este planeta azul, obligado a calarse una negra boina hasta las cejas, me gusta sentir que la Tierra, sigue respirando para todos. Y no basta con pedir perdón a la madre Tierra, porque el perdón sin reparación de nada sirve. Es por eso que si la reparamos, estaremos reparando el futuro de hombres y mujeres libres, de hijos, nietos, que hoy respiran vida, la que con esfuerzo nos regala esta naturaleza herida.
París, ciudad de la Luz, ilumina por favor a estos que dicen ser gobernantes… ¿De todos?


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