Pasea su sombra por la orilla de
las calles, como playas secas en espera de la lluvia en primavera. Silenciosa
sonrisa, hasta en su agradecer prudente, la ira llora su imposible expresión
sin poder mostrar su dorado diente.
Sonrojado en los aplausos que no
cree merecer, abre el alma a las voces que aprenden sin saber que enseñan.
Negro y azul disimulan su gris marengo, abrigo de bolsillos infinitos, cada uno
ocupado por un sueño.
Discreto es en su mirar el mundo,
sin más mueca que el asombro de sus ojos, puertas de un recóndito conocimiento.
Discretas sus caricias, no son tibias, son las manos de un explorador de almas
que fuma en pipa solo cuando la playa le da fuego.
Es discreto el viento enredado en
los cabellos del robledal, el blanco vestido de una novia que no espera las
campanas, sabedora de que el cura ya marchó susurrando un lo siento, en el
alivio de esa cría que ahora vuela, como ninfa entre praderas.
Es discreto el mundo que soporta
las calumnias de los hombres, esperando su conciencia cómo lluvia en el
desierto. Discreto desabrocha su chaleco, desata el lazo de su corbata,
discreto se tumba para no arrugar las letras que el amor dejo en las sabanas.
No es discreto un alma en pena,
es quien corre huyendo de las candilejas de lo efímero, quien reposa su vida
sobre pilares serenos, sin más ruido que las alas de un saber que se pregunta
por qué no sabe.
Es discreta una sonrisa en el
espejo de su vida al alba. Entre el vaho de ilusiones que dibuja con su dedo.
Discreto es de pasos suaves, de tos lejana, de manos finas y firmes, lenta
pluma que desliza sus bombeos de tinta negra sobre pergaminos que olvidados
deja entre cafetines de humo y madera.
Discreto fue al morirse, sin más
cenizas que las que en el cenicero dejo la muerte, mientras leía el poema que
en su honor escribió el ausente.
Y una lágrima cegó su vista, la
de quien todo lo ha visto, llevando en su regazo a quien inspiró su esencia.
Discreta la muerte ante la algarada de la vida.
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