Se afana la colmena de miradas
entre poleas de madera que cuentan vueltas en los ovillos de la vida. Silencio
que huele a lana, hilaturas que se deslizan por la boca de los vivos y los
muertos.
Es el tejedor de historias,
revisando entre pasillos del telar de la existencia, el que observa sin tocar,
ordenando las urdimbres que sustentan pensamientos. No hay agujas en el encaje,
nudo a nudo, beso a beso, cada mano que se encuentra, punto de cruz que dibuja
nubes sobre el fondo de la manta que cobija el alma de los niños que no hablan.
El telar de la inocencia, el
telar que espera el talento, desordena caprichoso lo que ordenado enreda la
existencia. Telar de viejas banderas, de velamen salpicado de los sueños que se
esconden esperando el lino en primavera.
Telar de abrigos, abrazos
desconocidos de miradas solidarias. Telar de vestimentas que se agrupan en
invierno, palabra a palabra, punto a punto, dejando el blanco en fondo de
camisa en la balsa de medusa.
Telar que llama al sol, reflejo
entre ese arpa, gigantesca sinfonía de caos que busca armonía. Teje el alma,
telar, dale cuerpo y forma, rompe la moda y la norma de los plásticos que
ahogan las hechuras del andar. Telar, no te pares, muchas voces gritan mudas,
como lanas desmadejadas, buscando el rincón de amar.
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