Huele a sombra y frescura entre
salmuera y pimentón. La frasca de vino blanco, el queso recién cortado, las
cuchillas de afeitar. Alicates, tiritas y discos, se buscan y se saludan, entre
manos que tocan, porque son para tocar, los objetos y productos, antes de
ultramar, hoy casi museo del tendero que no cierra.
Sonriente en su desgracia, salta
el viejo mostrador, si a la vieja ha de ayudar a traspasar la campanilla de la
cortina acristalada. Tendero de honra y temple, se levanta con el alba, que no
tiene reloj, salvo la arena de la playa en los dos días de invierno que
descansa de su tienda.
Tendero, tiende ilusiones con las
pinzas de su esfuerzo, escaparate de espejos, zapatillas de felpa, batines sin
maniquíes.
Tendero, en la última esquina del
barrio azul, entre la quinta y la décima, que dejaron de ser calle del pez y
calleja salamandra, todavía la gente busca tu tienda, en la que vendes trocitos
de amor.
Tendero remangado y sonriente,
siempre con la camisa blanca, blanca y limpia cada día, ferretero de almas
rotas, carpintero de cuentos, mientras cuatro tuercas vendes.
Tendero, no cierres la persiana
por favor, que al cielo no se va por las grandes superficies, sino por la
puerta de atrás, de la vida de ilusiones, frustraciones y sudores, que deja
paso al jardín de quien ríe por demás.
Tendero de olor a lavanda, a
buenos días sinceros, es bello sentir que cuando vendes, siempre regalas. Y eso
ya es privilegio de tu viejo negocio, el de sentirte parte del barrio de la
esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario