jose maria

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domingo, 27 de diciembre de 2015

TENDERO



Huele a sombra y frescura entre salmuera y pimentón. La frasca de vino blanco, el queso recién cortado, las cuchillas de afeitar. Alicates, tiritas y discos, se buscan y se saludan, entre manos que tocan, porque son para tocar, los objetos y productos, antes de ultramar, hoy casi museo del tendero que no cierra.
Sonriente en su desgracia, salta el viejo mostrador, si a la vieja ha de ayudar a traspasar la campanilla de la cortina acristalada. Tendero de honra y temple, se levanta con el alba, que no tiene reloj, salvo la arena de la playa en los dos días de invierno que descansa de su tienda.
Tendero, tiende ilusiones con las pinzas de su esfuerzo, escaparate de espejos, zapatillas de felpa, batines sin maniquíes.
Tendero, en la última esquina del barrio azul, entre la quinta y la décima, que dejaron de ser calle del pez y calleja salamandra, todavía la gente busca tu tienda, en la que vendes trocitos de amor.
Tendero remangado y sonriente, siempre con la camisa blanca, blanca y limpia cada día, ferretero de almas rotas, carpintero de cuentos, mientras cuatro tuercas vendes.
Tendero, no cierres la persiana por favor, que al cielo no se va por las grandes superficies, sino por la puerta de atrás, de la vida de ilusiones, frustraciones y sudores, que deja paso al jardín de quien ríe por demás.
Tendero de olor a lavanda, a buenos días sinceros, es bello sentir que cuando vendes, siempre regalas. Y eso ya es privilegio de tu viejo negocio, el de sentirte parte del barrio de la esperanza.

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