Viejas son las rutas que marcan las ballenas, ancestrales
caminos de mares de pasiones.
Abrigo de tus ventiscas, viejo marino en busca del pez
volador, con el que sentir el mar golpeado por la brisa de un viento de amor.
Viejo marino, entre redes y anzuelos, arpones y golpes de
vida en forma de rocosas olas, mantienes la proa firme a golpe de un timón que
tu mano no lleva. Amada es la que te espera entre arena y yerba que se abrazan
en espera de los dueños de sus más bellos paisajes.
Viejo marino, pescador de sueños que no vendes en la lonja
de la vida. Qué almacenas en el cesto de mimbre que son los dedos enredados,
nudos marineros, testigos las gaviotas y alcatraces que rompen prisiones y
barrotes.
Viejo marinero que no encuentra su isla entre parajes que
no están en las cartas de navegación, inventas nuevos mares que surca el
cascarón.
Viejo marino enamorado, no busques en el Cabo de Hornos, no
atravieses el Índico con el sextante de tu corazón.
Mira el mascarón de proa, es la línea de los sueños y los
mares.
Siente el abrazo de quien siempre te acompaña entre calma
chicha y tempestades.
Ahí está la costa, ahí el mar se acaba entre sus brazos.
Faro eterno que te ama, que sonríe entre reflejos, entre algas que son flores
que se elevan en tu viaje a través del océano de su amor.
Encallar en el arrecife de su alma es quedarse para siempre
entre corales de esponjoso tacto.
Es besar la luna submarina, esa que dicen que no existe,
que descubrió en su alma, plácida bandeja de luz que refleja vida en el abismo
de las Marianas. Así queda el barco del viejo marino, nao de amor, como testigo
de su brutal presencia en lo más profundo de relatos invisibles marcados a
fuego en el ancla del vivir.
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