jose maria

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viernes, 8 de enero de 2016

ALMA



Manida talla de escasos cimientos, rocosa mirada atrapada en la piedra aristotélica, secreta palabra, reposa en la tumba de los corazones que mudaron su obra a otro escenario.
Alma, dedos de invisible presencia, cuerdas del arpa que une los puentes del conocer eternamente conocido. Alma, viento y ola, sacudidas que ahondan los misterios de la mirada, ventana y puerta, última y primigenia. Alma tallada en la niebla, entre Avalón y la costa de la razón.
Alma escondida entre redes de pensamiento, entre gritos de carne y hueso, siempre andas en el último cuartel del invierno de la vida.
Alma, señor con nombre de mujer, tocas las murallas de la emoción, traduces en melódica canción los esfuerzos por no morir entre bestiarios que a zarpazos se arrancan las ideas.
Alma, espejo y espejismo, atraviesas cristaleras de luz opalescente, en el silencio de la noche, remueve el viejo convento, entre la noche y el alba, suspirando en el aliento de quien ya no dice ser. Alma, que das vida a los muñecos de trapo, bebedizo que las venas anhelan para abrir paso a los torrentes de una eternidad robada.
Alma, vigía de la danza del bello carnaval mundano, pasos descalzos que huella no dejan, relato de amistosa presencia que siempre está en la boca de todos, chaleco salvavidas de una tormenta final, la que engulle el firmamento del mirar. Alma, paseas tu elegante figura por las calles de la ciudad, entre patios y jardines, balconcitos de vecinos que alma tienen, porque alma dan al vecindario.
Alma, no te escondas, deja que los ojos de brillo infantil asomen sus pupilas al secreto teatro del mundo, una vez más.

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