Complacencia, afilado el óvalo del rostro, mira el mundo desde su
elegante altura, seda en las manos que siempre acarician ofrendas.
Complacencia, pasos que son huella de bondades sin certificado de
verdades. Complaciente la secuencia de los síes, como flores que regalo
entre el veneno de los noes que me trago.
Es complaciente la mirada
del que no sabe decir no quiero, del que el miedo peina su alma con las
colonias de lavanda, niños que se mienten para mentir sobre sus más íntimos deseos.
Complaciente es la pátina de amor cuando barniza el hastío del mirar la
estatua del otro. El abrazo gratuito lo es cuando el llanto no tiene
roca a la que acudir.
Es complaciente el mundo con la sórdida verdad
de los demócratas de papel pinocho, lo es con las muertes en nombre de
la libertad. Complace la muerte a los mercaderes de vidas, apuntando,
eso sí, con la firme pluma de su escribiente, la servil guadaña, los
nombres de ínclitos negociantes de alma.
Complaciente es la serena
educación de la abuela en su vieja casa. Te con pastas, almohadas de
pluma, vuelo de gansos entre brumas que son nidos de sueños.
Complaciente la mano que da la cucharada al enfermo, sorbo de ponche que
abrasa, mano en la frente.
Complaciente el hombre libre que se
encadena al cuello la biblia de sus deseos, aquellos que le pusieron los
reyes por navidad. El esclavo vestido de libertario, cantando a la
rebelión, pensando solo en su sillón.
Es complaciente la vida, salvo cuando llama a la puerta el amor. Obstinado y orgulloso, rompe el alma de los necios.
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