Alfombras de musgo cómo puentes
de vecindarios anónimos, mundos que descubren emociones de ojos que iluminan la
Buena Noche.
Niño pastor, recorres los caminos
con el rebaño de tus sueños, entre lágrimas de adultos que inundan tus miedos.
Niño pastor, salpicas la vida de esperanza entre nacimientos que se ahogan en
orillas que el mar oculta avergonzado de las huellas del dolor de una inocencia
que no entiende.
Niño pastor, judío, cristiano y
musulmán, llevas a tu espalda una estrella que se enciende o que se apaga con
el pestañear del absurdo.
Niño pastor, alumbras la fogata
de millones de belenes, aquellos que piden libros que leer, aquellos que niegan
las mentiras del tartamudo engendro de la ignorancia.
Niño pastor, estas siempre en mi
alma recorriendo los caminos de grijillo, te escucho dormir en las noches de
verano, en tu eterna navidad, mi querido pepito grillo.
Niño pastor, el abandonado, el
que mira sin ver los muros del orfanato, desarraigo, valentía y coraje de
desterrados sin más hogar que la vida como familia.
Niño pastor, que llevas en tu
zurrón la esperanza, el futuro y el amor, que ríes y lloras de verdad, que
buscas protección bajo el manto de un cielo de justicia.
Niño pastor que miras de reojo el
devenir de la existencia, entre seres de lana que se cubren los colmillos. Niño
pastor, eres niño, tan lejos de un niño dios, tan cerca en la encrucijada,
entre la vida y la muerte, te rescata siempre la vida en la memoria del mundo,
que escribe que sin tu presencia, los caminos no vienen a verme.
Niño pastor, pliega tus alas,
descansa tu mejilla en el verde musgo, al calor de la fogata, dando vida a
quienes hacen de su árbol su destino. Caduca su hoja en el desdén del olvido, para quienes
imparten lecciones de cómo hay que vivir la vida.
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