jose maria

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jueves, 21 de enero de 2016

PEREZA

Pereza, bella y turbia, castigada entre capitalinos pecados de original hechura. Semblante sereno, entre la vigilia y el sueño, puerto franco de lo que no quiere el mundo con certeza, la imaginación. Pereza luminosa, afán de pensamientos, columpio de juego que huyen de un trabajo que ya no es derecho, ni izquierdo, solo migajas que los laboriosos hacedores del mundo nos ofrecen como castillos de naipes que dormidos soplamos.
Pereza, bienhechora de paseos sin pasos que agotan los caminos, cuerpo que nada entre sabanas eternas, sol y luna se alborotan cuando sonríes con desdén su presencia y su ausencia.
Pereza, que miras el blanco lienzo sin más tiempo que la arena del desierto, poco persistente tu presencia, pero bella en el instante de pensar por un momento si hacia adelante o hacia atrás. Pereza, salvadora del pecado de no ser por no pensar, escribana de pasquines de libertad, siempre ninguneada por el bien de la humanidad.
Pereza, que permites a la ninfa plegar las alas en la más alta rama del roble milenario, esperando un nuevo día que noche siempre desea.
Pereza, eres mágica, que por pecaminosa te quieran casar con la absurda soberbia, de padrino la gula, pantomima al servicio del esfuerzo que desgasta el talento que tu guardas de los hombres.
Pereza, enlenteces el tiempo a tu antojo, muda, no quieres hablar porque las palabras cansan, sabedora de que cuidas de la encrucijada del mundo, el tiempo de decidir.
Pereza, artista de la espera, señora de mil tareas, todas ellas por hacer, miras de reojo a la muerte, carpintera de todo y nada, siempre clavando tableros, mientras pereza da, hasta el morirse afanando.
Pereza, guardas en tu alma limpia, ajena a los trajines, los secretos del vivir, del amar sin el desgaste de las dudas y las sombras, pereza por el ovillo, pereza por desovillar.
Eres pereza el mundo, el mundo de las verdades, las que se esconden debajo de tu mesa camilla, esa que da calor al invierno del esfuerzo, esfuerzo sin timonel, barco de vida encallado.
No hagas caso al capellán, pereza bella y lúcida, sigue tumbada en la sombra mirando el océano del alma. Sin ti, alma no podría hablar.
JMFP


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