jose maria

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miércoles, 21 de mayo de 2014

UN BRINDIS POR UN JOVEN EXTRAORDINARIO

DIBUJO Y TEXTO: JOSE MARIA FUENTES-PILA



…Cuando la quilla de la vida roza los corales ocultos en la costa deseada, ocultos a dos pies de mar, los listones de madera se resquebrajan como papel de seda. Y el miedo se multiplica en la mirada todavía infantil de un hombre que navega entre la adolescencia y la juventud. El agua no es espejo de futuro cuando hiela la incertidumbre de un fondo sin fondo. El mar hizo una cuna en su caída por la borda evitando que los arrecifes devoraran el cuerpo entre coloridos zarpazos.  La mente salió de su tumba de oscuridad para abrir sus ojos tan azules como el cielo que refleja los caprichosos colores de la eternidad en forma de líquido elemento.
Sus brazos  respondieron a la fuerza de las turbulencias por un túnel de turbulencias submarinas. Y se dio cuenta de que buceaba con los ojos muy abiertos hacia ningún sitio. Había escuchado alguna vez a su abuela materna, inspirada en sus delirios cuando relataba la vida como una poesía eterna, velo de sus frustraciones, pátina de amor sobre la carcoma de la tristeza, que de existir el cielo debía estar en el fondo del mar.  Y durante un momento sintió la ingravidez, el silencio que permitía escuchar las voces de su alma,  resonancias de una vida vivida y por vivir.  Entre la danza de delfines curiosos, acariciado en su espalda por la raya gigante, coqueta y presumida sintió los latidos del corazón minúsculo en su mente. Los latidos de su hija en el océano de su madre fueron en ese instante proa de su presente. El faro volvió a iluminar el horizonte. Luz de emociones y afectos, a veces guía, a veces cegadora presencia, irrumpiendo en la tormenta del vivir, ventanas de recuerdos soleados en las tardes de verano, dilemas que no aparecían, encrucijadas que no se abrían en un camino que creía en línea recta, mientras dibujada curvas en su imaginación para hacer el viaje más emocionante.
Despertó repentinamente de su sueño, tan vívido que tuvo que dar una profunda bocanada al aire para sentir la sensación de la anhelada superficie. El amanecer se colaba por las rendijas que la contraventana que dejaba ver el campus en el que nunca pensó que fuera a estar. La piel dorada de su mujer se entremezclaba con el oleaje de sábanas esculpidas por el amor. Y muy cerca, en la habitación contigua, la camita de su hija de 4  años era un paraíso de sueños indescifrables. Stanford le había abierto sus puertas con una beca por sus trabajos en comunicación simbólica que, ahora quería trasladar a la comprensión de la enfermedad mental.  Miró desde la ventana el horizonte californiano, la luz que cubría los trazos de noche que se disipaban como fantasmales presencias aburridas de esperar otro cuento infantil.  Sentía en ese instante una profunda felicidad, un instante más que recorría los laberintos de aquellos años convulsos de adolescencia cuyo camino abrieron sus padres siempre creyendo en su corazón, en la nobleza de unos ojos que nunca supieron mentir, que lloraron y rieron,  se burlaron de las formas convencionales del vivir entre marcas y marcos. La insoportable lentitud con la que parecía avanzar por los territorios inexplorados de la existencia, la universidad a distancia, la distancia de la universidad hasta encontrar un espejo unidireccional a través del cual recogió el sufrimiento de Alicia más allá de espejismos. Palabras que no expresaban lo que las manos y las lágrimas cuestionaban con su enigmática sonrisa. La locura y la cordura danzando entre pinceladas de delirios y relatos que adquirían nuevas formas en su mente. Preguntas que en sueños se respondían entre colores y dibujos ajenas al sentido común.  Hoy no acudiría a la Universidad. Preparaba despacio el equipaje. Porque en dos días estarían volando a casa. Las olas de otro mar, el sur en sus entrañas, viento que le acompañó al nacer, tal vez para salvarle la vida. El faro erguido en la galerna, la incertidumbre y el deseo de oler la bahía.
Al vestirse se miró el muslo, columna de muchos partidos y carreras por la banda guiando un palo de hockey, como sabueso que persigue a la liebre. En el seguía grabado un tatuaje. Un ancla sombreado y una leyenda… “Me niego a Hundirme”.  Sonrió. Y el espejo salpicado de mar de grifo, le devolvió la mirada de su padre.
Nunca pudo recordar el momento en el que ese dibujo se plasmó en su piel. ¿Fue él? ¿Fue la atlante que le salvó de las profundidades? Algún día, quizás, en un sueño, se desvelará el misterio que solo es un recuerdo que le permite seguir escribiendo la historia de su vida amando a raudales.

2 comentarios:

Chema dijo...

Muy buena entrada. Me encanta que empiecen a nacer más a menudo.

Chema dijo...

Muy buena entrada. Me alegro de que nazcan más a menudo.